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Historias de Juan Nadie » Capitulo XXI Kericho, otra realidad africana, el mar de té. »


 

 

Martes 10 de abril de 2012

 

 

Despertamos en Kericho, una gran ciudad al oeste de Kenia, a la cual nos dirigimos durante todo el día anterior, un día obviado en el relato, aunque un día que impregnó el recuerdo de la fatiga en nuestras castigadas espaldas. El lunes nos despedimos de Lodwar a las cinco de la madrugada, y tras diversos avatares  que se resolvieron con la calma inspiradora del continente que transitamos, llegamos a Kericho sobre las doce y media de la noche, ya entrado el martes en cuestión. Volvimos a atravesar el árido desierto de Turkana, adentrándonos en el agreste desierto de Pokot, que nos condujo hasta la ciudad de Eldoret. Más tarde, tras reanudar la marcha varios kilómetros, topamos con un cruce de caminos, donde una enorme multitud de personas mercadeaban acercándose a los vehículos. Ante el improvisto parón, me entretenía observando como los delgaduchos muchachos de la calle y las variopintas ancianas se acercaban temerariamente a los vehículos, mostrando su género con las manos elevadas, buscando la atención de los tediosos ocupantes de los matatus, para vender sus plátanos maduros, sus bolsas de cacahuetes tostados, sus mazorcas de maíz hervidas o a la brasa; o los dispares frutos que brotaban de las cercanas tierras. Todo este correr de personas, no evitaba los puestos fijos de señoras sentadas bajo viejas sombrillas parcheadas, con grandes mantas al suelo, las cuales rebosaban de verduras y frutas de temporada. Al movilizarnos, tomamos un desvío hacia la derecha, tras lo cual penetramos en una gran extensión de zona tropical, elevándonos poco a poco en altitud, provocando paulatinamente un descenso de las temperaturas, a la par que un aumento de la humedad. Todo ello en sentido inverso a la semana anterior, aunque sin apreciar la famosa y árida sabana africana, ya que el nuevo mundo que se presentaba a nuestros ojos era mucho más fresco. Ya atardecía mientras el cielo se encapotaba con nubes borrascosas, las cuales comenzaban a precipitar una lluvia intensa que nos acompañó hasta la llegada a la localidad rural de Kericho. En la luna delantera, los limpiaparabrisas aspeaban con extraordinaria potencia, mejorando la escasa visibilidad que aparecía frente a los desgastados y amarillentos faros del autobús. En los campos que bordeaban la sinuosa carretera de montaña observaba un continuo manto verde, de escasa altura, que  se perdía en lo más elevado de los montes próximos. Curioso, intentaba otear con mayor claridad los extraños arbustos, mientras mi olfato sentía una inminente humedad que penetraba por las juntas de los cristales de las ventanillas, tras lo cual comenté en voz alzada__ ¿Qué son esos curiosos arbustos alienados, que cubren todos los campos?

 

Las risas sin tapujos de Karani contagiaron a Paul y los demás intérpretes, tras lo cual Karani respondió rebajando su exagerado tono de voz__ es un mar verde que nos trajeron los ingleses a estas tierras, es el delicioso té de Kericho, el mejor té del mundo.

 

__ ¿El mejor?__ respondí con cierto resquemor provocado por la risotada que provocó mi cándida pregunta.

 

__ Pues sí señor__ respondió velozmente Karani__ en esta tierra, donde residen los legendarios Kalenjin, la permanente lluvia de los atardeceres, junto al suelo volcánico de las laderas de las montañas, obra la belleza de estas magníficas plantaciones.

 

La convicción de sus enigmáticas palabras me conmovieron extrañamente, tras lo cual pegué mi rostro al cristal húmedo de la ventanilla, observando las ascendentes terrazas repletas del cultivo arbustivo, mientras escuchaba el crepitar de la lluvia que se deslizaba por las oxidadas ranuras de las ventanillas, del viejo autobús. Diseminados, entre los campos verdes y uniformes, localizaba zonas de casas blancas, pareadas, abiertas a escasas calles. Se trataba de las antiguas casas donadas a las familias de recolectores de té, por los antiguos amos, familias de colonialistas ingleses. Un reducto del pasado reciente, aunque una prosperidad que en la actualidad se podía reflejar en el trazado de la ciudad de Kericho, así como en el dinamismo de sus bulliciosas calles, viales que se embarraban con la frecuencia de las tormentosas tardes, con el único alivio de sus aceras porchadas, las cuales comunicaban todas las fachadas de cada manzana de viviendas pareadas. En una de ellas, pintada en cal blanco, destacaba nuestra próxima morada, el hotel Paradise, un viejo edificio cuya vistosa rotulación en rojo terracota se atisbaba fugazmente por la tenue luz de una antigua lámpara que oscilaba según la suerte del viento.

 

Poco más digno de reseñar del lunes, aunque no olvidaré las secuelas del tortuoso peregrinar por el valle del Rift, ya que la incomodidad del viaje y los cambios de climas ocasionaron diversas molestias musculares, una gran impaciencia por la llegada, y nuevas recaídas médicas. Esta vez le tocó el turno al doctor Casimiro, con diarreas y fiebre; a ello se unían con síntomas de una fastidiosa gripe, tanto Jessica como Paul, este último preocupaba en demasía, con grandes ojeras y las pupilas exageradamente dilatadas, ya que estaba totalmente dopado por el doctor Víctor Aguirre, quien mantenía la teoría macabra de que la inconsciente de Elizabet, la alemana abandonada a su suerte en un hospital de Nairobi, era la responsable de los contagios de los diversos miembros de la expedición.

 

Ya entrada la madrugada del martes, mi deseo es no despertar, aunque los rayos del Sol que penetran por la rasgada cortina del corroído ventanal invade toda la estancia. Mi primera inclinación me lleva a esconderme en los sueños de la reciente noche, en las fantasías que me transportan a mi acomodado hogar, en compañía de la preciosa Selene, del brillo de sus ojos diminutos y oscuros, los cuales me observaban con la misma curiosidad que antaño, con la crecida pasión de la enamorada, con la irracionalidad del deseo. Sin embargo el presente tira de mí, escucho el repentino despertar de la vida africana, muy diferente a nuestro pensamiento occidental. Esta gente del Sur se levanta con los primeros rayos del Sol, con la alegría de quien siente más íntegra la esperanza del nuevo día, que no el convencimiento de su cruenta realidad. Por mi parte, observo como tres cucarachas danzan y corretean por el pie de una mesita de mimbre situada en el rincón de la habitación, ajenas a todo lo que no representa su propio mundo, sintiendo como única realidad lo que concibe el tacto de sus patas, el olfateo de sus antenas, la limitada visión de sus lentes, incluso la sensibilidad al movimiento del aire de sus cercis. Al igual que las asqueadas e impopulares cucarachas, yo también me siento parte de algo, aunque lejano a estos lares, entiendo ese algo como un pedazo de un orden establecido, de un camino que recorrer, de un destino que me permita sentirme realizado, como mínimo como un proceso, como en el reconocimiento de un encuentro, de una fugaz felicidad. Así, decidido, busco el teléfono móvil escondido en mi pequeña maleta, lo conecto, visualizo la agenda, un nombre me hace temblar, seis hermosas letras son artífices de mi conmoción, S-E-L-E-N-E, pulso llamada y caigo aturdido sobre la pequeña cama. De repente oigo su voz, sí, era su voz:

 

__ ¿Si? ¿Diga?...__ la delicadeza de sus palabras entrecortadas me transportó súbitamente por el espacio-tiempo, perdiendo la noción de mi estado, quedé postrado en silencio, con la boca entreabierta, aunque sin poder gesticular palabra alguna. Tras breves segundos ella intentaba recobrar mi atención__ Juan… ¿eres tú?

 

Mi mutismo no era voluntario, pretendía responderle, aunque un nudo en la garganta me impedía reponerme. Ante tal episodio de bloqueo decidí imponerme con la simplicidad de articular mi pensamiento en escasas, aunque reveladoras palabras__  Cariño, ya regreso,…, por fin regreso__  un suspiro entrecortado se reveló en la lejanía de las ondas. Tras unos segundos silenciosos, el teléfono se colgó, con la confianza del amante convencido.

 

Mi decisión estaba tomada, el periplo del aventurero, buscador andante de nuevos infortunios, del guerrero que tanto añora lo que no llega a entender, del loco poeta que creía poder deshacer los entuertos e injusticias a los cuales la vida nos somete a tanta y tanta gente, tocaba a su fin. Recostado en la cama observaba una gran telaraña que pendía en una de las esquinas del techo de la habitación, sobre el viejo televisor. La araña se afanaba en su trabajo, tejía sin parar, con el absoluto convencimiento de que la perfección geométrica de sus hilos era necesaria, de que su objetivo cumplía el cometido sagrado del destino. En ese momento entendí la hermosura de la vida de la araña, al igual que el sentido del corretear de las cucarachas. Todo recobraba en mí una estima especial, un sentir más humano, más profundo, atrapando ese escurridizo sentido común, el cual tantas veces se desvanece por nuestro status arrogante y orgulloso, por nuestra enfermedad mental provocada por tantos acomodos en nuestra vida cotidiana, los cuales nos vienen regalados por el simple azahar del nacimiento de lo circunstancial. Sin previo aviso, sin una mínima educación sobre quienes somos realmente, y cuál es nuestra verdadera esencia.

 

Bajé al desayuno tarde, ya todos se encontraban animosos ante el nuevo y agradable día libre. Bueno, yo tenía otro concepto de un día libre, ya que se había organizado una visita a la construcción del orfanato, para los niños de la ong, en una extensión rural a quince kilómetros de camino. Además, aprovechando la visita, pretendían acercarse a un hospital abandonado, el cual habilitaríamos como clínica itinerante para prestar la atención médica a la comunidad que habita en sus inmediaciones. Bueno, mejor dicho, habilitarían, ya que mi decisión estaba tomada, mi regreso al mundo corriente era una evidencia, la cual no contrastaba en mi corazón con mi ferviente deseo de que África, y más en concreto, estas tierras, me hagan vibrar en un futuro, en un futuro cercano, en el cual se pueda enmarcar mi insignificante vida en las sanas intenciones que acompañarán durante siglos el remontar de esta compleja tierra. Sin más dilación, aproveché que todos se encontraban presentes para explicar los motivos de mi despedida. En verdad, expresé un sentimiento austero, sin extensas matizaciones, manteniendo mi vida personal en la más absoluta intimidad, lo cual provocó infinidad de murmullos, certeras semillas de los más dispares rumores futuros.

 

__ Hombre__ expuso Nacho instantáneamente__ ¿y nuestra visita a Lamu?

 

__ Ja, ja__ sonreía entretenido__ para todo habrá tiempo, aunque esta vez la maleta ya está hecha.

 

      La despedida fue emotiva, aunque no inmediata, ya que decidí acompañarles en este martes nublado. A las doce y media partimos con el autobús a visitar el orfanato en construcción, enmarcado en el medio rural de Kericho. Ya en carretera, inmediatamente al salir de la localidad, se produjo una algarabía ensordecedora entre nuestros amigos.

 

__ Tío, tío__ se me abalanzó excitado Luís, mientras señalaba el arcén de la carretera__ son los kalenji, están entrenando, ¡mira como corren!

 

Con franqueza, era sensacional observar el gran grupo de corredores que entrenan en las montañas de Kericho, aquí el pueblo Kalenjin surte de corredores de larga distancia a toda Kenia. Aunque lo curioso era verles volar sobre el irregular y embarrado margen de la carretera, repleto de agujeros. Más que correr parecía que danzaran, con sus estrechos tobillos, con la sensación de rozar, más que pisar, la tierra a sus pies. Les sobrepasamos con el autobús, continuando la carretera que dejamos el día anterior, la cual nos dirigía hacia Kisumu. Tras varios kilómetros el autobús viró adentrándose a mano izquierda hacia un camino rural, pedregoso y embarrado, el cual nos introdujo por un estrecho camino hacia el interior de una frondosa montaña, donde los árboles silvestres se  entremezclaban con pequeñas plantaciones frutales y vallados que delimitaban diminutas parcelas. Tanta vegetación oscurecía el ambiente, aunque entre los humildes cercados se dejaban entrever rudimentarias chozas y casetas esparcidas en lo ancho de cada terreno. Tuvimos la ocasión de observar una apertura con una gran puerta metálica, la cual nos presentaba una escuela secundaria, además de extensas plantaciones de té, entre campos de trigo y extensiones de prado verde para alimentar a las vacas que por allí pacían a sus anchas. En esta idílica ubicación de montaña paró de repente el autobús, frente a una gran puerta metálica corredera entreabierta. Una vez en el orfanato nos quedamos maravillados por la enorme extensión de prado sobre el cual resaltaba un edificio central. En realidad la planta central del orfanato se encontraba en construcción, ofreciendo muchas incógnitas que fuimos descubriendo mientras nos encontramos allí. Todavía no estaban designadas las personas que debían dirigir el orfanato, tampoco se sabía cuándo finalizaría la construcción, ya que únicamente se podía apreciar la tabiquería, junto al techo de uralita de aluminio, lo cual parecía un resultado muy pobre para un año entero de edificación. Todo ello era visible con facilidad, aunque las justificaciones y excusas de quienes tenían la responsabilidad, Eloisa y John, enmarañaban la realidad en una absurda ficción de fatales casualidades,  repleta de contradicciones. Aunque lo más gracioso lo descubrí tras revisar las futuras estancias, delimitadas por la estrecha tabiquería en construcción. La sala central estaba destinada a un gran comedor, mientras a un lado se disponían los dormitorios para los niños, y al lado opuesto los dormitorios para las niñas. Recordaba la satisfacción de Paul cuando rememoraba el gran orfanato en construcción: “ochenta niños y niñas huérfanos serán la semilla de un magnífico futuro”. ¿Ochenta?, no daba crédito a sus palabras. Medí con discreción los dormitorios, dando por hecho que las camas consistían en pequeñas literas, donde dormirían dos niños o niñas, en cada una de ellas, la evidencia marcaba que solo cabían seis camas por habitación, o sea, con las mejores previsiones, doce niños en un dormitorio y doce niñas en el otro, conclusión evidente: no cabían más de veinticuatro niños. Todo ello lo descubrí, mientras debía de responder afirmativamente a los elogios que entremezclaba la ilusión y la disparatada imaginación de mis compañeros y amigos. Otra vez la misma historia de siempre, deseamos creer más en esperanzas que en evidencias. La esperanza es buena como una meta, pero nunca debemos de dejarnos engañar simplemente por penetrar en el mundo de los posibles que nos permita atisbarla a lo lejos. Mejor mantener el pulso firme, la mirada fija en las evidencias, no morder la emoción de la mentira piadosa, sino prosperar poco a poco, aunque esa meta, la esperanza, se mantenga todavía inalcanzable. Si, en las habitaciones sólo caben unos veinticuatro niños, ¿Por qué se habla de ochenta? Otro problema surgió en las cocinas, en las instalaciones sanitarias,… 

 

Así y todo, el lugar era idílico, entre prados frondosos, montañas cercanas, árboles robustos, y a sus pies la gran sorpresa. Una sorpresa que me fue desvelada por una voz peculiar, una sonora llamada que reconocí inmediatamente. Arriba de un montículo, con el brazo levantado, escuché como Calvin me reclamaba. Subí el altozano, ojeando el horizonte, mientras su brazo extendido me dirigía. Aprecié una nube color azul celeste cercana al suelo, tras lo cual le comenté__ Se ve muy lejano, es muy grande, parece un mar.

 

__ Es un gran lago sabes…__ comentó Calvin con solemnidad, ante mi curiosidad__ Tan grande que une países hermanos de África. El lago Victoria ha marcado mi vida de tan distintos modos…

 

      Nuevamente me asombraba el muchacho nacido entre las chabolas, recogido de sus calles por padres italianos, quien manifestaba una gran sensibilidad en su trato con los niños, quien conocía las miserias y las bondades de aquellos que no tenían nada que perder, porque nada poseían. Su mirada era fija, la visión que nos ofrecía el lago Victoria era fascinante, de una belleza inmutable, maravillosa. Tras unos pocos minutos y con un tono de voz más bajo, comencé a interesarme por la inquietud de mi amigo Calvin__ Noto emoción en lo que comentas, pero no llego a entender… Yo creía que tu vida viraba alrededor del extrarradio de Nairobi.

 

      Los ojos de Calvin humedecieron de repente, el perfil de su rostro pétreo se mostraba con extrema seriedad, inmutable ante la brisa que soplaba desde el este. Al igual que la noche en Lodwar, notaba en mí una motivación especial, una complicidad con quien también sufre.

 

__ Nada es fácil__ me comentó Calvin sin inmutar su rostro__ recuerda que soy luo. Mi tierra materna se encuentra en las cercanías del lago Victoria, en el condado de Kisumu.

 

__ Ya, pero…__ repuse con curiosidad__ Tu eres huérfano, solo has conocido la ciudad. ¿De dónde nace tu sentimiento?

 

__ Tú lo sabes…__ giró su cara observándome, con la curiosidad de quien entiende reconocer cierto grado de confidencialidad__ sí, mi padre murió, pero mi madre, mis abuelos viven en Simur, en Kisumu. Hace muchísimo que no les veo, ya ves…, y lo cerca que estamos.

 

Sus graves palabras me conmovieron, como si tras tantos días dando tumbos a la intemperie, también a mí me afectaran todos los dolores ajenos, tantas penurias al margen. Todo estaba vivido, me notaba íntegro, con mis expectativas cumplidas del modo más inusual, aunque abierto a las sorpresas, no hastiado, más bien con una consciente plenitud que no me permitía evadir quejas no resueltas, aunque con la medida de mis menores posibilidades de dar pie a cambiar la esencia de la tragedia. Calvin se disponía a marchar, cuando sin pensarlo le cogí del brazo, diciéndole__ Calvin, que importa un día más o menos.

 

__ No te entiendo__ repuso extrañado Calvin.

 

__ Ahora no hace falta que me entiendas__ le contesté__ esta noche espero que todo quede resuelto.

 

Después de mi última cena con la expedición, Cris me reunió para hacerme una pequeña entrevista de despedida, tan pequeña que se redujo a una sola pregunta__ ¿quedas con alguna preocupación del viaje?

 

En ese mismo instante lo único que me venía a la cabeza, tras haber convencido a Paul de que partiría con Calvin acompañándome por motivos personales, era: “¿Por qué no estaba presente Calvin en la reunión?”. Aunque reaccioné rápidamente a sus palabras, cumpliendo las expectativas del jefe de la expedición__ Quedo con el infinito agradecimiento de tus honestas intenciones. Todo lo vivido estos días ha enriquecido mi ser, sí mi más íntima aspiración de ver, de saber, de vivir, de sentir, de comprender, de empatizar con todo lo que nos rodea.__ Todo esto, y mucho más era verdad, ya que mis palabras eran tan sinceras, que se remitían a todos mis planos, incluyendo un sentimiento que entendía como más espiritual. Tras mis palabras y una pausa de silencio, Paul continuó su discurso.

 

__ Todo lo que has visto en el viaje, Juan, la podredumbre de estos humildes pueblos, podría afectarte el día de mañana, como si la memoria te delatara con flases de esos momentos.

 

__ Gracias por tu preocupación__ repuse con convicción, en un tono bajo, esperando superar lo antes posible el examen de manual de mi incipiente interlocutor__ Vine desconcertado por motivos personales. Al contrario aquí he descubierto cosas más importantes al triste avatar de las circunstancias que  nuestras vidas nos marcan en el mundo occidental. Esta gente vive sus vidas con la naturalidad de sus posibilidades, siempre con la intención de marchar adelante. Sin derechos, sus deberes son más tangibles, más puros, ya que se basan en la ley natural de la supervivencia, la cual les permite disfrutar de muy poco, sentir la esencia de las cosas en la escasez, en la realidad que les rodea.

 

Como es lógico en la despedida del director de cualquier institución, Paul no obvió su responsabilidad de invitarme a que siguiera trabajando en pos de Fast Help. Tras muchos años de inquietudes aprecio la funcionalidad de las instituciones, aunque evidencio en todas ellas un pecado capital: el protagonismo de sus estructuras, el cual es capaz de menospreciar los esfuerzos del “otro”, ya que todas las organizaciones terminan obcecadas en que la legitimidad de sus acciones es superior y mejor a la acción de las otras instituciones, o como mínimo recelan de las demás. Todo ello por una íntima convicción, que se esconde en lo profundo de las entrañas de la condición humana: el control de poder. Control, ese misterioso anhelo que se esconde en las profundidades de nuestro corazón, bañado de irracionales ansias. El depredador de depredadores, el cual no entiende de aprecios, ni de lástimas.

 

Mi profunda motivación ya era otra, la cual se ocultaba en lo más hondo de mi ser. Una especie de felicidad deseada, íntima e individual, que en tan escasos instantes de mi vida hace acto de presencia. Acostado frente al tejo asturiano, postrado a sus pies, sintiendo la frescura del ambiente al atardecer, observando sus diminutas hojas, sus enigmáticos frutos. Paseando por el sendero montañoso cercano al Aljub, una ventana abierta al valle de la Plana, aquel manto de naranjos, donde nací. En la orilla del lago Turkana, allí donde me reencontraba con mis orígenes y las limitaciones de mi ser. O como no, frente a los ojos de mi amada, fundiéndome en su cálido abrazo, acariciándola, besándola, bebiendo de su compañía y regocijo. Conversando con mi amigo José, entre ricos vinos, inspirador de bellos ideales, maestro de vida e inquietudes. O tomando té y fumando shisa con el viejo Sayed, por las calles del Cairo, quien me acercó a los antiguos faraones, a nuevas formas de meditar y entender. Esos fugaces instantes y no otros marcan la certeza de mi realidad, la atemporalidad de mi alma.   

 

 



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