QUINTO.Esperanza, una exótica palabreja o una cínica paradoja. Expedición médica a países subdesarrollados.
QUINTO.Esperanza, una exótica palabreja o una cínica paradoja. Expedición médica a países subdesarrollados.
Autor: Raul Estañol Amiguet
Paseaba a marcha rápida, dentro de la Estación de Sants, las posibilidades de acción son múltiples, a derecha tiendas de libros y música de ocasión, a la izquierda, tras unos cajeros automáticos, los pasillos de acceso a los andenes de los trenes cercanías que recorren sin pausa toda la provincia de Barcelona, enfrente las taquillas de largas distancias. Más adelante, a mano derecha, una escalera bajaba a otro nivel, subterráneamente me disponía a subir a la línea 1 de metro, en fin, a uno de sus vagones, el cual me dirigiría rápidamente a la estación de Plaza Cataluña. Es impresionante observar el transitar de tanto gentío, caminando todos de forma apresurada, entre pasillos estrechos, unos en un sentido, otros a su izquierda, en sentido opuesto, por túneles que se entrecruzan, con el único sosiego de algún músico, apretado a la pared, que solicita el agradecimiento a su armonía, o también, de algún chiringuito de comida rápida, adherido a algún cruce de tan tumultuosos caminos. La vida en el metro está sometida a otra ley, donde la necesidad de desplazarse por la ciudad se compagina con el negocio de los hurtos y de quienes solicitan limosna en los vagones. Con franqueza diré que quien no nació en este hábitat respira hondamente al alcanzar el asfalto, en este caso, en el centro de Plaza Cataluña, donde con la naturalidad de hombre de pueblo, decidí, con gran fervor, que mi vuelta al hotel sería paseando.
Me encontraba frente al Corte Inglés, al cual miraba fijamente para poder situarme y localizar con mayor facilidad mi nuevo punto de encuentro: la Ronda de Sant Pere, en el patio 32. En el punto indicado, más precisamente en la puerta 3, me esperaban unos agradables desconocidos, junto a mi amigo Victor Menéndez y su familia, de Castellón de la Plana, quien me había invitado para informarme de la posibilidad de un viaje, lo cual despertaba en mí expectativas recientes. Una nueva perspectiva que apuntaba hacia un país más al Sur, donde parecía que la gente necesitaba más, pero exigía menos.
Entré en el pequeño vestíbulo del apartamento, donde salió airoso a recibirme Victor__Hola Juan, te estábamos esperando para comenzar la reunión__Mi amigo era de profesión doctor de cabecera, de estatura baja, moreno, de complexión débil, aunque puro nervio, hasta el punto de que frecuentemente trababa las palabras al intentar conjugarlas a la velocidad que pensaba. Hecho gracioso para algunos, aunque a mi me llevaba a intuir su clara inteligencia, así como a alabar su ánimo y decisión al pataleo, ante lo que no considerase correcto. Me venían a la memoria las largas conversaciones en la nocturnidad de las playas de Benicasim, frente a la calma de sus playas, el tacto de la arena, el agradable sentir de su brisa, y Victor acalorado, debatiendo sobre lo injusto de los curas de oficio, de su lamentable educación infantil en los Carmelitanos, y de la rabia que sentía por la hipocresía del clero, de sus hábitos y creencias. Frustraciones del pasado, anhelos de vivir un mejor futuro.
. Al entrar al comedor saludé inmediatamente a los conocidos__Hola Luis, hola Marta, ah Luis, que fuertote se te ve…___ en ese momento mi amigo Víctor se sentó en un gran sillón de piel granate, junto a su esposa Marta y su hijo Luis. Marta era una muchacha pelirroja, enfermera de profesión, extremadamente delgada, de dulce mirada, la cual se llenaba de orgullo al ver como su marido trataba los asuntos médicos de la expedición. A su lado, educado, con largas cabelleras de tono castaño, a pesar de su escasa edad, sonreía Luís, un chiquillo de unos catorce años, con enormes inquietudes, al que adoraba por su sutil potencial.
Al verme Luis, se abalanzó sobre mí, abrazándome__Hola tío Juan__tal era el cariño sincero de Luís, que siempre me mostraba familiaridad en sus gestos.
En el pequeño salón de la casa se encontraban también otras seis personas. María me sonrío inmediatamente. María era la inseparable amiga de Marta, también enfermera, se trataba de una chica rubia, hermosa de rostro, aunque con cierta mirada de inseguridad, que le propiciaba un carácter distante, con cierta desconfianza ante todo lo que le rodeaba. A su lado Luz me saludaba con una marcada sonrisa. Luz era ya de edad avanzada, superando los cincuenta años, pequeña de estatura, y directora de una escuela de enfermería. Sobre Luz diría muchas cosas buenas, ya que se trataba de una mujer que podía pasar por anónima, por indiferente ante el resto de mortales, aunque una mujer de principios, que por su carácter vocacional decidió ya hace años, el dejarse largas temporadas a su marido e hijos en casa, mientras ella se alejaba, acudiendo despavorida a los lugares más recónditos de África: Kinshasa, en la República del Congo, Kaya, en Burkina Faso; en colaboración con misioneros, hospitales, o donde fuese necesario. Era una mujer que ganaba enteros conforme se iba dando a conocer, sin saber, ni tan siquiera en la actualidad, con todo lo vivido, hasta que punto alcanzaba su dedicación y fervor por el prójimo necesitado. Frente a todos ellos, sentado en una vieja silla de mimbre, se levantó para presentarse, con un enérgico apretón de manos, Toni, un estudiante de odontología, un joven moreno, de espalda ancha, y carácter impulsivo, aunque con unos modales y educación que le inferían una presencia muy agradable. Toni había conocido la organización mediante Internet, y había acudido puntual a la cita, para observar los pormenores de la expedición médica. Al lado de Toni, sentadas en sendas sillas antiguas de madera noble conocí a Maria Vicenta y Susana, madre e hija, la madurez y la inocencia; en un par de personas adorables. María Vicenta, señora próxima a los cincuenta años, morena, y con rasgos latinos, era podóloga y acudía al encuentro de la cooperación para apoyar a su hija Susana, una chica bajita, un poco obesa, retraída, estudiante de enfermería, que embelesada nos observaba en el silencio más profundo. Por último, de pie, observando a todo el mundo, como maestro de ceremonias, pude distinguir a Jésica, la esposa del ausente Paul, el presidente de la organización no gubernamental que nos citaba para plantear el viaje que en breve se iba a realizar, con o sin mi presencia. Jésica era una muchacha treintañera, de físico esquelético, aunque con rasgos en el rostro muy agradables; la cual vestía ataviada con ropa de la era hippie, pantalones anchos y una blusa ceñida, con grandes mangas, colores amarillos y rojos, muy cantarina.
Tras una presentación general de todas las personas presentes en el acto, comenzaron a intercambiarse fotos de las expediciones médicas de años atrás, todo eran risas, griterío de sorpresa, melancolía y en los ojos de los novatos, una curiosidad creciente. Jésica con voz clara y suave, logró callar el alboroto con el roce de sus palabras bueno…, la próxima semana, el martes parte el avión. Ruego disculpéis a Paul, ya que sus ocupaciones de trabajo le impiden reunirse con nosotros hasta el próximo miércoles, ya en Nairobi. ¿en cuanto al material médico?...
__Está todo preparado__interrumpió Victor con total seguridad__repartiremos una maleta entre Marta, María y Luz; mientras el resto lo introduciremos en el espacio que sobre de las otras maletas. Toni ya nos ha entregado el instrumental odontológico, para que lo empaquetemos y distribuyamos. El medicamento está embalado en cajas pequeñas, para su mejor distribución.
__Disculpad, mi maleta es muy pequeña repuse abstraído por la convicción del desinterés que observaba, y transportado repentinamente por el ciego valor de lo desconocido__compraré una más grande, y también podré cargar con lo que consideréis menester.
Tras tantas facilidades ofrecidas, entregadas, asumidas y encargadas, fue finalizando una grata reunión de tres horas, en la cual, de forma extraña, logré sentir a los desconocidos, como antiguos amigos, camaradas que lograban volver a reunirse para rememorar vivencias pasadas, con la convicción de que algo trascendental les unía. Aunque en realidad, todo ello era el principio de algo nuevo, el comienzo de unas experiencias futuras, las cuales me daban la clara impresión de que iban a marcar el resto de nuestras vidas. Diversas fueron las sensaciones que me inflaron de alegría e ilusión. Primero el observar con que dedicación y mística ultiman los detalles sobre el traslado de los medicamentos a Kenia, incluso repartiéndolos entre nuestras maletas para maximizar el nivel de ayuda. Algo fascinante es compartir con estas maravillosas personas su pasión por hacer algo más por la humanidad, por intentar ser útiles, no segregándose, sino que buscando ayuda en personas de otras organizaciones, como los suecos Anders y su esposa Unur, pertenecientes a otra ONG, aunque quienes nos iban a hospedar y aportar la ayuda logística en el viaje.
El día de partida está ultimado, eran ya las seis de la tarde, tras los abrazos, besos y choques de mano de despedida, me dispuse a volver a mi hotel a paso ligero, olvidando la sombría entrada de la boca del metro. Comencé mi largo paseo desde Paseig de Gràcia, andando las calles de derecha a izquierda. Ya en Rambla de Cataluña, a la altura de Calle Valencia, observé gentío que andaban con prisas y voz alterada. A la altura de la calle Mallorca, solo a una calle de distancia, se entremezclaban, en modo cada vez más alarmante, las sirenas, los pitidos, los gritos, con las carreras voraces de vehículos de policía, salidas de mossos de escuadra con porra y escudo, y las violentas increpaciones de algunos viandantes, unos molestos, otros sorprendidos.
Pancartas dispares se observaban con desorden, unas sobre la independencia de Cataluña, otras más radicales, detallaban el fin del sistema, la victoria contra las instituciones, contra el capitalismo. Un mosaico de rebeldía inspiraba lo que aparentaba el fin de la civilización. Por mi parte, divertido por tan dantesco espectáculo decidí desviar mi marcha, en busca de la masiva manifestación. A pocas calles oteé como se acercaba la marabunta, una enorme procesión de ciudadanos, con enormes pancartas, que iban confluyendo de las calles de alrededor, creando un enorme pelotón que alegremente marchaban hacia Vía Laietana. De repente recordé que un conocido mío, un vividor entrajetado, trabajaba en las oficinas de la Mutua de Flequers, justo en medio del ajetreo, en la calle pau claris, en el número 134, más precisamente en la planta principal. Corrí hasta el vestíbulo y le llamaron desde recepción. Jordi me recibió inmediatamente, ya que daba la casualidad que salía en ese momento de una reunión. Mi conocido era una persona bajita, de edad alrededor del medio siglo, que disfrutaba de contar anécdotas graciosas sobre sus familiares y amigos, un hombre con pocos escrúpulos que se mofaba de conseguir todo lo que se proponía, como muy claro decía “sin daños colaterales”.
Tras unas sonrisas y saludos de bienvenida, me pasó a su despacho comentando__Juan, nos vemos en el momento idóneo, ven al balcón que hoy hay espectáculo.
__¡Que fuerte!__repuse inconscientemente observando a unos chicos que saliendo de forma organizada de diversas filas, se encapucharon situándose frente a una entidad bancaria, sacando objetos de sus bolsillos, y tirándolos de forma violenta sobre las cristaleras.
__Ya estoy preparado__me respondió Jordi, cogiendo su ephone y grabando todo lo que estaba sucediendo__mi hermano es inspector en los mossos de escuadra, ja, esto le encantará.
De repente dos chicos también encapuchados se acercan a la cristalera con un objeto punzante, que sacaron de una mochila echada al suelo. Dan un golpe seco al cristal, escuchándose un leve estruendo. Entre tanto la muchedumbre desfilaba alegre, sin dar impresión de percatarse de nada. De detrás de los dos muchachos, con una agilidad imprevisible, otro chico bajo de estatura y de escasa edad, inserta un objeto cilíndrico por la pequeña vía abierta en la cristalera. Después de ello todos vuelven con orden, silencio, y complicidad del resto de viandantes, a sus filas. Tras leves segundos, una explosión se escucha en el interior de la entidad bancaria. Humo y un conato de incendio provocan cuantiosos daños en las oficinas, mostrándose como los fuegos artificiales necesarios para el correcto devenir del tránsito de la muchedumbre.
Enmudecí tras el espectáculo ofrecido, siempre he tenido el convencimiento de que somos esclavos de nuestro propio tedio, y por ello nuestra adrenalina nos exalta ante este tipo de situaciones. Si, pecamos por aburrimiento, y nos regocijamos distraídos ante lo inverosímil y lo sorpresivo. Aunque pasados estos momento de exaltación solo queda el recuerdo y los chismoteos que ello nos van a provocar con nuestros allegados. Atisbé a Jordi exultante ante tan precioso material grabado, entendí que eso solo puede ser carnaza para la crítica y el absurdo debate. Una buena ración de carroña que al ser devorada nos permita mantenernos en el más repulsivo inframundo, del mundo sensible y débil al cual nos aferramos día tras día.
Después de despedirme de Jordi con una leve sonrisa, y un apretón de manos, marché decidido hacia mi hotel, partiendo en contracorriente a los últimos coletazos del desfile. Recorrí el trayecto de vuelta sumido en una profunda reflexión sobre las violentas manifestaciones de esta huelga general, acaecida el 29 de marzo de 2012, en Barcelona. Fui testigo mudo y atónito de lo fácil que surge la animalidad en los seres humanos, ante situaciones donde el escudo del grupo otorga legitimidad a los “niñatos” que confunden rebeldía con vandalismo. Aunque también lamentable y oculto espectáculo el de la debilidad e hipocresía de nuestros gobernantes demócratas, los cuales autorizaron a la policía a intervenir durante todo el día, aunque con la dosis de cinismo que les legitima para proporcionar ayuda a los manifestantes al cortar el tráfico y al no permitir el derecho al trabajo, a quien en ese día deseara trabajar. Sin embargo, más lamentable fue el observar como, nuestros gobernantes de turno, prohibieron a la policía intervenir en el transcurso de la manifestación popular, gubernamentalmente autorizada, momento en el cual los “niñatos” incendiarios camparon a sus anchas, con una violencia maquiavélica, con el sutil refugio de la marisma de manifestantes populares. Me propondré siempre el criticar tanto al sistema de poder establecido en la actualidad, el cual nos quiere mostrar una apariencia de orden, y para ello no duda en realizar acciones injustas y perversas. Aunque la crítica debe de centrarse en esas personas “antisistema”, acomodadas en su frustración, su cobardía y su ignorancia, los cuales dicen respaldarse en el anarquismo, sin conocer la verdadera esencia de dicha fuente de pensamiento.
Me rondaban por la cabeza los libros leídos en mi juventud sobre anarquismo, esos escritos que guardaba celosamente en mi librería de Valencia, los cuales me despertaron tan admirables ansias de vivir, de ser, de razonar, de contemplar. De siempre he sentido una pasión especial y muy íntima con un personaje histórico: Bakunin, un intelectual coherente con sus pensamientos y su vida. Bakunin fue un sabio que criticó duramente la doctrina de Dios, la cual fue mantenida por los privilegiados de la Edad Media para extorsionar al pueblo. A la vez, consiguió comprender que los nuevos tiempos surgidos, del siglo de las Luces, gestaron nuevas doctrinas modernistas, las cuales se crearon para establecer un nuevo estado de privilegios y de extorsión del pueblo, basado en el Estado, donde la sociedad entera se deja dominar por las ideologías del progreso. Todo ello me resultaba admirable ya que su elevada sensibilidad intelectual le permitió analizarlo dentro de la época en la cual se generaron dichos cambios históricos. Sí, me hubiese gustado vivir en esa época tan convulsa, donde la intelectualidad mantenía todavía encendida la llama de la libertad de pensamiento, llama que con el anarquismo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, llevó a graves errores, allí donde aconteció la escenificación de esos necios anarquistas, los mal llamados anarquistas, seguidores de Bakunin. Los cuales se perdieron en la madeja, ya que volvieron a caer en el error tan repetido, a lo largo de la historia, de convertir en doctrina, en ideología, una forma de pensamiento tan enriquecedora, como lo fue la forma de comprender el mundo de Miguel Bakunin. Su fundamentación sobre que cualquier forma de gobierno, incluso la elegida por sufragio universal, pervierte a los mandatarios, tras querer siempre persistir en los privilegios; arrastró a los necios anarquistas, no a todos por supuesto, a optar por la violencia, por la justificación de que todo vale. De este modo, el Estado es el enemigo, y el terrorismo, mal llamado “vandalismo de Estado” su lucha. Es lamentable que una forma de pensamiento tan profunda, acabe deformándose, en manos de ciudadanos necios, en unas consecuencias tan vulgares y brutales. La exclamación de libertad pasaba ineludiblemente por una introspección interior de dichos seres humanos, por el humanismo, por su necesidad de desarrollar la facultad de pensar y de rebelarse; como “negación reflexiva y progresiva de la animalidad en los hombres”. Con este pensamiento Bakunin respaldó otras ideologías modernistas, como el materialismo, el evolucionismo, o las teorías positivistas, mediante lo que consideraba condiciones esenciales de todo desenvolvimiento humano: la animalidad humana (economía social y privada), el pensamiento (la ciencia) y la rebeldía (la libertad). De este modo Bakunin justificaba que el hombre llega al espíritu por la rebeldía, por la negación revolucionaria, la cual tiene su principio en la aceptación del origen animal del hombre. Ya que según sus propias palabras: “la vida es siempre infinitamente más amplia que la ciencia”. Según él, “el hombre privilegiado, sea política, sea económicamente es un hombre intelectual y moralmente depravado (… ) Es la ley de la igualdad, condición suprema de la libertad y de la humanidad”. Bakunin decía que el ser humano partió de la esclavitud animal, de las antiguas civilizaciones, donde el pueblo es esquilmado por la autoridad del Dios despótico. Pasando por el menor de los males, como así describe, que fueron las civilizaciones griegas y romanas, donde el politeísmo existente, y el sentimiento colectivo, social, que impregnaba, dotaron de más lógica al desenvolvimiento humano, incluso en una época de esclavitud. Llegando posteriormente a la esclavitud divina, legitimada por las religiones monoteístas. Pasando posteriormente, tras el siglo XVIII por las ideologías modernistas, doctrinas individualistas que ignoran maquiavélicamente que es necesaria la emancipación social para el logro de la emancipación individual. Tras todo ello, se debe de marchar a la conquista y a la realización de la libertad humana. Su equivocación estriba en considerar que esa realización de la libertad humana se podía conseguir a corto plazo, mediante la rebeldía, lo cual llevó a grupos de personas del mismo pueblo que él consideraba esclavizado, a incurrir en actos terroristas por seguir la doctrina que fue forjando. Aunque digno es destacar otros grupos de personas, las cuales no incurrieron en dichos errores, tras seguir sus tesis: me bastará nombrar ciertas comunas anarquistas de autosuficiencia y el conocido movimiento hippie vivido ya en el siglo XX. Y aquí podemos expresar el verdadero sentido anarquista: “rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y explotadora, contra los intereses de la inmensa mayoría sometida”. O sea, que la rebelión se debe producir sobre la autoridad espiritual o divina, sobre el gobierno de las minorías, y sobre todo, sobre la influencia natural de la sociedad, aquella que por costumbre crea la opinión pública, ya que el hombre debe de rebelarse también contra sí mismo, debido a las tendencias y aspiraciones materiales, intelectuales y morales; debido a que nosotros mismos somos producto de la sociedad (dentro del desapego de lo que nos oprime, también debemos de hacer una severa y difícil autocrítica con nuestros propios apegos debido a nuestra educación y a la sociedad que nos envuelve). Complejo sí, tanto que el sentimiento anarquista se convierte en peligroso para una sociedad de seres humanos con falta de conocimiento y con una frustración enfrascada en la conciencia de una humanidad que solo entiende de derechos, y cuyo sentido de deberes, de sacrificio, de responsabilidades y de abnegación, es ínfimo. Recordad que vivimos en una sociedad occidentalizada, donde la pérdida de valores y de principios individuales es una de nuestras principales características. El pensamiento de Bakunin es materialista, aunque no como en la actualidad, con la pérdida de conocimiento que estamos sufriendo, provocada por el agnosticismo, sobre el mundo que nos rodea. Sino reconociéndole “a la materia la inteligencia, la vida, todas las cualidades determinantes, las relaciones activas o las fuerzas, el movimiento mismo”. Así como los idealistas confieren espiritualidad y un carácter esotérico a los fines últimos, el materialismo de Bakunin confiere dicho carácter esotérico a la propia materia, considerando la propia naturaleza como algo divino, y la ciencia como el saber máximo. Como materialista distingue tres períodos de desenvolvimiento: el primero, positivo y social, es el desarrollo de todas las facultades y potencias humanas, mediante la educación, la instrucción científica y la prosperidad material, de la sociedad entera; el segundo es la rebelión del individuo humano contra toda autoridad divina y humana, colectiva e individual; y el tercero es la rebelión contra la influencia natural de la sociedad, impregnada por los hábitos, por las costumbres, por los sentimientos y por los prejuicios existentes en toda sociedad. En cuanto a la educación, Bakunin nos alertaba sobre los “esquiladores”, o sea de los sacerdotes, maestros o funcionarios, esa minoría de hombres competentes, de genio o de talento, en una interesante comparación entre iglesia-escuela. Ya que mientras exista “rebaño” (el pueblo ignorante) existirán los “esquiladores”, o sea, “aprovechadores del rebaño”. Según Bakunin es necesario que la instrucción llegue, a manos llenas, a las masas; de este modo, es necesario transformar todas las iglesias (incluso las escuelas legitimadas por el Estado) en escuelas de emancipación humana. Dichas escuelas deberán de fundarse bajo los principios de igualdad y sobre el respeto de libertad humana, eliminando la ficción de Dios, y mediante una educación solo para los niños, con la instrucción sobre el desenvolvimiento científico de la razón, de la dignidad y de la independencia personales; todo ello, sobre el culto a la verdad, la justicia y el respeto humano. Todo ello, dejando el principio de autoridad en la educación de los niños, como punto de partida natural, aunque mediante el desenvolvimiento de todo, se debe de conseguir la negación sucesiva, la aminoración progresiva, de dicho principio de autoridad, para dejar lugar a su libertad ascendente, hecho imposible en nuestros gobiernos paternalistas, los cuales mantienen a las masas populares en una profunda ignorancia. En estos conceptos, Bakunin abre las puertas al concepto de academias populares, de enseñanza mutua, en un acto de fraternidad intelectual necesaria entre la juventud instruida y el pueblo; haciendo una referencia clara al concepto de Universidad Abierta, donde los profesores pasen a ser alumnos y viceversa, mediante la libertad del aprendizaje del conocimiento. Como síntesis rememorar sus palabras: “El objeto final de la educación no debería ser más que el de formar hombres libres y llenos de respeto y de amor hacia la libertad ajena”. Para Bakunin la crítica y el control son derechos y obligaciones inherentes a nuestra condición de seres humanos, no reconociendo “autoridades infalibles”, salvo la autoridad absoluta de la ciencia, o sea el conocimiento de las leyes naturales de la materia, de la intelectualidad y de la moral. Aunque a diferencia de los historicistas, los que buscan doctrinas para confundirnos y manipularnos, considera que dichas leyes responden de igual modo al mundo físico, como al mundo social, constituyendo los dos un mundo natural. De este modo la ciencia es un todo impersonal, la cual no llegará nunca a la perfección. Al llegar a esta conclusión, me aventuro a considerar a Bakunin como un verdadero “creyente” y un verdadero “humanista”, así como lo reconoce en propias palabras, las cuales recito en la soledad de mi deambular: “apelaremos al Dios padre, que es el mundo real, la vida real de lo cual El no es más que una expresión demasiado imperfecta y de quien nosotros somos los representantes inmediatos, los seres reales, que viven, trabajan, combaten, aman, aspiran, gozan y sufren”.
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