Historietas de Independencia:
Nuestro narrador recorre raudo las dependencias de su hogar, una pequeña mochila, chaqueta de piel de tres cuartos y el sombrero de ala ancha son depositados en el maletero de su flamante turismo negro.
El desvío en carretera le encumbra monte arriba, por la ribera Del Río Ebro, ya atraviesa tierras catalanas, más concreto destino, Lérida, esa pequeña ciudad, hermosa y medieval, antaño paseada en compañía de Selene, donde el orgullo de su gente campesina, junto a sus “caragols en llauna”, era rememorado por nuestro narrador.
El motivo de la visita, una simpática sobrina casada en tierras valencianas, quien, enamorada a rabiar, siguió los pasos del buen novio hacia una cátedra en historia.
Nuestro solitario enamorado decidió hospedarse en la parte alta, allí donde casas señoriales entretejen las pequeñas plazoletas, donde un antiguo convento de gruesos muros, cede su espacio al parador nacional. Antaño austeridad, ahora lujo y confort.
Aunque otras paradojas le aguardaban en su primer paseo, ya en las cercanías observa curioso la gran cantidad de africanos y árabes convenientemente repartidos en las callejuelas adyacentes del casco histórico, hermosas mujeres africanas sonrientes en las esquinas, una marabunta de gentes del sur, apiñados en las plazoletas medievales. Aunque lo que más le alerta es no ver catalanes de los de otros tiempos, tras lo cual observa un museo catalán de arte, mira dentro, y si, ahí encuentra a varios nobles cristianos con miradas perdidas entre objetos dispersos. No dando crédito al escenario, vuelve sobre sus pasos para encontrar a su sobrina y su marido esperándole en la puerta del parador.
— Ves Abraham— replica alegre la joven muchacha— el tío siempre perdido y ensimismado. Pero llegar..., llega.
La complicidad de miradas, sonrisas y abrazos hurtaba el protagonismo a las palabras. Un breve paseo, bajando la ciudadela por una pequeña rampa, se presentó una calle con pequeños restaurantes de iluminadas terrazas, repleto de alegría, del jolgorio del buen comer, regado por vinos de las cercanas comarcas, a la ribera del Ebro. La tertulia, tras la copiosa cena inflaba el ánimo narrador de Abraham, mientras tío y sobrina disfrutaban de las ingeniosas sugerencias del recién casado.
La velada finalizó, no sin dejarse fumar un sólido habano Macanudo de piel morena. Al día siguiente, ya en la recepción, una chica joven y chisposa comenta:
— Espero que haya disfrutado de su estancia.
Con sutil mirada y breve malicia, responde nuestro narrador— disfrute de una antigua ciudadela, convertida en bazar.
La chica sonríe al ver su graciosa mueca y como señala la calle— hombre, es la época de recogida de fruta.
¿La mueva se convierte en sonrisa— y los catalanes?, dónde están?
En continuación de complicidad, la chica repone— se esconden en sus casas.
La visita ya finalizaba, encaramando calle arriba llegaba a la plazoleta repleta de africanos, donde dos rayas azules, de previo pago, protegían su flamante vehículo de la intemperie.
Al abrir la puerta del coche, el ocupante del vehículo del costado hace un estridente ruido. Con elegancia el portador del sombrero de ala ancha sonríe— buenos días. Tras ello cierra su puerta, no evitando, antes de la huida hacia otra parte, observar el brazo tendido del delgaducho muchacho, a quien penetra la aguja de una pequeña jeringuilla de heroína, en el brazo. A la salida de la plazoleta un “mosso de esquadra” saluda animoso a un árabe panzudo.
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