¿Qué es Dios en el mundo en el cual vivimos?
Esencias del Saber
www.fundacioncronosvidaycultura.org
¿Qué es Dios en el mundo en el cual vivimos?
Autor: Raúl Estañol Amiguet
El hombre en nuestros días, se encuentra solo, aislado. Ha perdido cualquier tipo de conexión con la esencia, con nada que tenga que ver con lo sagrado. La intuición ha muerto, tras el marco de lo visible, de lo material, único esquema que nuestra racional y categórica mente puede asimilar.
No es tan simple como pensar que hemos perdido nuestro vital ser. Más diría, como analogía, que nos hemos vuelto cojos, en el sentido más grotesco de la palabra, ya que hemos mantenido nuestra naturaleza animal, y paradójicamente, la hemos amparado bajo la antorcha de la razón. Sin embargo, nuestra naturaleza divina, la otra cara de nuestra humanidad, ha sido congelada, bloqueada sin remedio, por la trascendencia que hemos heredado de las propias construcciones empíricas, positivistas, utilitaristas, materialistas y científicas de los últimos siglos.
Remontémonos etimológicamente al término “dios”, ya que en origen, ya se deduce el significado extenso del bisílabo. Dios deviene de “el celeste, el de arriba, el que habita en el cielo”; mientras que los hombres, o sea, nosotros, devenimos de “homus”, que significa “el terrestre, el de abajo, el que habita en la Tierra”. Aunque no cometamos el error de describir aquello que no hemos alcanzado a atisbar. Y al hablar de Dios, hablemos, discernamos únicamente sobre la ley que nos pueda llevar a acercarnos a Él, y no divaguemos sobre la naturaleza real de quien no podemos conocer por nuestra naturaleza actual (aclaremos que tanto en antiguas civilizaciones, como en la nuestra actual, durante mucho tiempo no se podía hablar sobre Dios, ni representarlo, ni tan siquiera imaginarlo, por ser de carácter sagrado e inaccesible). Todo esto nos puede dar a entender de que en un mundo como el actual, en el cual se nos ha enseñado a creer sólo en lo empíricamente demostrable, no tenga cabida el término “dios” para quien opte por el camino de creer únicamente en lo visible y que se pueda palpar.
La ley, mencionada anteriormente, debería converger, para el ser humano, tanto en un derecho, como en un deber universal, ya que nuestro estado de evolución, con la antorcha de la razón, nos debería de dirigir inexpugnablemente hacia ella. Aunque entendamos dicha ley, no como extraños mandamientos, más bien como una búsqueda de “espiritualidad”, el cual es el único modo de acceder, por este camino virtual de ascensión a Dios. Por desgracia, la humanidad confunde el camino, en el laberinto de la vida, adoptando posicionamientos erróneos. Pocos, en los últimos siglos, son los testimonios de aquellos que entendieron la ley, que percibieron la revelación, que intuyeron lo sacro, la esencia.
El problema radica en que la ley debe de ser entendida. Los humanos no estamos preparados todavía para dicha tarea, ya que al regular el hombre lo que de ella entiende, toda la ley pasa por criterios artificiales de creación de religiones, con la finalidad de “reunión”, para seguir el movimiento ideológico de algún Mesías o profeta, elegido por que un grupo de humanos llegamos a la creencia de que él fue quien tuvo la gran oportunidad de percibir la revelación divina. Quitando de este modo el carácter individual a dicha posibilidad. La posibilidad del encuentro, del devenir, de la intuición del “eterno retorno” es arrebatada en nuestra condición presente.
Dichos criterios artificiales de creación de religiones deben de crear un ideario, una ideología historicista, un conjunto de historietas fácilmente entendibles por los futuros feligreses. Las grandes verdades escritas en libros sagrados, se deben de conjugar con los puntos de encaje que permitan mantener la veracidad de la ideología que se va construyendo a lo largo del tiempo. Los dogmas de fe, axiomáticos por naturaleza de su artificial construcción, son perfectamente asumidos por la costumbre, hasta el punto de ser pilares de creencias a las que se acogen los débiles feligreses. Valores negativos, como la compasión, la misericordia, el perdón del pecado; son acogidos benévolamente por las ideologías de las religiones, para complacer a la mayoría, para aliviar el sufrimiento de los desdichados, y así dar un amparo emocional a nuestra condición mortal.
Los continuadores de dichas religiones, con el tiempo, movidos por el mantenimiento de privilegios de sus ministerios, y por el crecimiento en número de sus fieles seguidores, crean formas de “merchandising” y técnicas de captación, cuyos intereses particulares ensucian, aún más, dicha espiritualidad y, como no, confunden a los seguidores de estos curiosos, por lo de variables, movimientos ideológicos.
De este modo, encontramos a un gran número de asociados de estas congregaciones religiosas, muchos de los cuales son personas débiles y miserables, las cuales se refugian de su desamparo en las sectas que les acogen, y profesando la creencia que les alivie su desesperación.
Por otro lado, encontramos a personas, muchas de ellas personas íntegras, las cuales se resisten a creer en la veracidad de todos los dogmas impuestos por las inventadas religiones. Muchas de estas personas, amparadas por las diferentes ideologías de la Era del Progreso actual (materialismo, empirismo, positivismo, utilitarismo,…), han contraído una ideología historicista nueva: el agnosticismo, la nueva religión a profesar por la gran mayoría, la nueva moda construida como respuesta al sinsentido que rebozaba de los idearios de las religiones. Lo curioso es que agnóstico se proclama quien no cree en lo que no se puede demostrar, sin declararse abiertamente ateo, como quien deja la puerta abierta a la demostración de aquello que lamentablemente le ha dejado de preocupar, o sea, de nuestra condición divina.
Olvidando estos equivocados senderos, por lo inerte de su teleológico mensaje, comprendo que toda pérdida de captación de Dios y de su sendero, es siempre relativa, ya que nuestras arrogantes conciencias son realmente primitivas y nuestro precioso e imprescindible tiempo, francamente, es volátil y efímero.
Ya no me escondo en ingeniosas y aparatosas teorías sobre la ciencia y la vida, como quien desea resolver un puzzle infinito. Busquemos mediante la sana contemplación la verdad en las pequeñas cosas, en las estrechas relaciones entre nosotros mismos, el Universo y los elementos que nos rodean. De este modo, intuiremos el orden que nos hace pertenecer a un maravilloso plan, un plan universal que para el ser humano se traduce en la búsqueda de la divinidad.
Lo sacro se puede encontrar en el Cristo, lo sacro se puede encontrar en la cruz, en el cruce entre lo terrenal y lo divino, allí donde convergen los caminos, allí donde se produce la cita, el acontecimiento. Aunque lo divino y lo terrenal solo se logrará encontrar gracias a la espiritualidad individual, a nuestra completa autorrealización. La revelación requiere que estemos preparados para ella, de forma involuntaria, carente de apegos y de personalidad, aunque también, de forma libre e incondicional. Solo de ese modo podemos entender la mágica pregunta, la pregunta cuya contestación se debería de dar para todos.
“En memoria de Eugenio Trias Sagnier”
https://www.facebook.com/FundacionCronosVidaYCultura
Volver