El Jardi de Peter
Autor: Raúl Estañol Amiguet
Cañizar del Olivar también presumía de artistas, herencia de otros siglos, vaivenes del destino, esas buenas gentes, hastiadas de la cosmopolita vida, que no siendo paisanos de la Villa, acuden de lejanas tierras, atraídos por su destino, conmovidos por la sensibilidad de su naturaleza, tan austera y bella.
En la parte alta del pueblo, las casas se diseminan dando paso al sendero que lleva hacia el cementerio, el camino comienza tras virar el enorme roble milenario, el cual reposa medio caído, con su enorme tronco de orgulloso porte. Siguiendo pendiente arriba, a más o menos cien metros, se encuentra una marca pequeña ermita de paredes blancas, antesala de decenas de lápidas, las cuales reposan perennes, invadidas del silencio, asomándose a un abrupto acantilado.
Pues bien, allá arriba donde se otea el gran roble, se puede virar a derecha o izquierda, caprichosos desvíos de camino que nos acercan a dispares avatares del destino, como todo en la vida.
A izquierda la sorpresa se nubla, a derecha un gracioso cartel pregona otra maravilla: El Jardi de Peter, una inscripción sobre un viejo madero.
— Peter, Peter!!— los gritos de la obesa anciana, vestida de negro, alteran la paz de las gallinas del corral de D. Hilario, agricultor viejo y huraño, quien hace ademanes recriminatorios, aunque sin salir de su parcela cercada.
Aparece en la entrada, un anciano alemán, con barba blanca y dócil sonrisa, de humilde mirada y elegante gesto, quien en su adelantada jubilación decidió alejarse del mundanal ruido. Peter saluda con su debilitada voz, síntoma de sus avanzados años— doña Encarna, usted proveerá buenas nuevas...
— Vengo a traerte algo de más sustancia, este jersey de lana y está cazuelita de cocido montañés, que resucita un muerto.
— Gracias buena vecina— repuso Peter— Estoy en el corral de atrás, acabando
una de mis obras, quiere usted pasar?
— Bueno..., si quieres llamo a mi prima Adela y su marido Vicente, que han venido de la ciudad y se acercan a ver tu arte— contestó Encarna sin preámbulo, tras indicar a sus familiares que se acercasen a la parte posterior de la casa.
Los cuatro en danza atravesaron la humilde, aunque amplia casona, la cual daba a una pequeña sala llena de cuadros y tapices psicodélicos, así como pedazos de troncos tallados a modo de esculturas, algunos de ellos decorados con cerámicas troceadas, adornadas con pinturas acrílicas de innumerables colores. A la salida al corral un vocerío delataba a tres desaguisados amigos del artista, más tirados en el suelo, que no sentados; los cuales llevaban ropas andrajosas, largos pelos con raspas y fumaban cigarros de liar.
Uno de los allí caídos, pelirrojo y delgaducho sonrió a los recién llegados— buenas tardes, ¿¿Peter, donde están las cervezas??
Peter, alma tranquila, ni respondió, ni se inmutó, mientras Vicente, el cuñado de Encarna refunfuñaba a regañadientes— malditos parásitos...
Tras la breve visita, Peter les invito a su jardín, aquel que comenzaba ladera arriba, en breves senderos ascendentes, donde sorprendían a los sentidos espléndidas charcas engalanadas de cerámicas multicolores, recreándose con los pinos y arbustos encaramados, convirtiendo la imaginación del artista en una fantasía de espacios, donde las figuras de cocodrilos, serpientes y duendes, se afirmaban en la belleza del paisaje, donde las casetas con pequeñas escaleras y hermosos miradores, adornados todos de resplandecientes brillos y cristalinos lucernarios, ensalzaban la naturaleza, la cual allí tomaba vida.
Horas transcurrieron dando paso al atardecer, preludio del fin de la agradable caminata.
Los visitantes se despidieron sorprendidos por tan singular jornada, rememorando en el brillo de sus ojos la inocencia de años ya pasados. Encarna miro el reloj con desespero, como quien llega tarde a una nueva cita, mientras les recriminaba— Pablo, vuestro primo..., mi hijo, nos espera en el casino, oh Dios, con lo puntual que es, nos va a sermonear un buen rato...
Ya en la plaza del pueblo, presurosos entraron Encarna, Vicente y Adela en el gran comedor del casino, allí donde D. Pablo, con mirada amenazante les espera de pie, tras una gran mesa. Pablito, el niño rebelde, de gran sonrisa y mofletes sonrojados, da un alegre grito: ¡¡abuela!! Corriendo hacia los brazos abiertos de la enternecida Encarna.
La mesa ya estaba preparada: patatas bravas, pulpo encebollado y zarajos a la brasa componían las viandas, mientras la destartalada camarera, joven y descaradamente novata, les pedía las bebidas.
Vicente, conmovido por la experiencia con el artista, conversó con su primo— espectacular el Jardín de Peter, que riqueza cultural tenéis aquí escondida.
— Bah...— repuso D. Pablo— arte, o como quieras llamarle, bueno si, bonito es...
La camarera, distraída de sus tareas, paró a escucharlos con interés, en el preciso momento que aprovechó Vicente para exclamar— un gran artista tenéis en vuestro pueblo, y tan cortos de miras sois...
A la espera de aprobación y acogida de sus palabras, el breve silencio fue roto por la aspereza y las parcas palabras de la camarera— bueno si..., pero ese no ha trabajado en su vida...
— El abuelo Peter— comentó sorprendido Pablito— es un holgazán??
La máxima incomprensión, la sintió Vicente en sus entrañas, al ver el rostro cómplice de su primo D. Pablo, ante la indiferencia de Encarna, quien sólo comentó en voz baja y con ternura— una niña, sirviendo tapas y hablando de un viejo jubilado, quien ya cargó con lo suyo. Aquellos que no te conocen te juzgarán, ignorantes del transcender de tu vida.
Y fuera, tras el anochecer, donde las temperaturas se desploman y la escarcha reaparece, el viento susurró con un sonido prolongado: “Cuidad al artista”.
Pd. El jardi de Peter existe en realidad en La Puebla de Benifasar en el Bajo Maestrado,en la provincia de Castellón. Peter Buch es un artista modernista alemán nacido en Alemania Frankfurt, quien cuando es conocido por el autor tiene 82 años. Él arte entre matorrales al que consagra su vida, se denomina Art Brut .
Volver