Iván, el hijo del Pastelero
Autor: Raúl Estañol Amiguet
Iván, el hijo del Pastelero
CAPÍTULO PRIMERO. - ÉRASE UNA VEZ UN HOMBRE QUE COMENZÓ A DECIR COSAS EXTRAÑAS.
Érase una vez un hombre que comenzó a decir cosas extrañas, su nombre era Iván. Yo, su amigo, y fiel secretario, de nombre Manuel, me atreví a reprenderle un día__ No digas esas cosas, hombre, que en tu posición podrías verte perjudicado.
Total, que posición era esa, Iván era simplemente un empresario con éxito, el cual decidió un buen día, tras despedirse de su mujer, que le llamasen su verdadero nombre: “el hijo del pastelero”.
¡Que desfachatez!__ pensaba la gente que le conocía__ como un hombre en su posición pretendía ser recordado por el oficio de su padre.
Las administrativas de la empresa, que fielmente dirigía, comenzaron a hacer grupillos de cuchicheos, ya que se había corrido la voz de su decisión. A lo lejos se podían oír las carcajadas de quienes se burlaban, en el anonimato del grupo.
El hijo del pastelero ni se inmutaba, se mantenía distraído en otros quehaceres, más propios de su nueva etapa.
Hace años pensó en que era mayor, y como era normal, debería de responsabilizarse, casarse y ganar la vida honestamente, pero ¿Cómo?
Tras largos días de sudores y dudas, Iván se decidió en emprender lo que entendía como deberes para una persona adulta, con la genial idea de emprender la aventura de los números. Así es, ni corto ni perezoso se adentró en un plan que consistía en un juego matemático, y en aquel entonces su mente se hundía en profundas meditaciones__si creo un sistema de telaraña, en el cual cada base me sirve para producir 5, pensando en las horas de mis futuros administrativos, en base al incremento x de mi facturación, si consigo penetrar en ese segmento de mercado, potenciando las reuniones los sábados por la mañana, todos aprenden, delegándoles las tareas, y consigo que dichas nuevas bases produzcan con un simple margen de error del 20%, entonces…
Todas estas meditaciones crearon un mundo interior distinto en Iván, un mundo lleno de reflexiones cada cinco segundos, del cual fui mudo testigo. Dichas reflexiones, al hacerse realidad, transformaban las experiencias en ventajas a su favor. Su vida escapó del mundo que había conocido su niñez, comenzando a ganar mucho dinero, empezó a contratar trabajadores que le permitiesen ganar más y más y más; de este modo llegó a atravesar la línea que le adentraba en un mundo de pensamientos profundos, de ensoñaciones del día a día, de dejarse llevar por lo cotidiano. En una de esas ensoñaciones Iván se casó, incluso acudió un ministro a su celebración de la boda: comida, bebida y baile; todo un jolgorio que fue recordado, como mínimo, durante un mes. En otra de esas ensoñaciones a Iván le invitaron a un viaje a Bali, como premio por incremento de ventas. Una vez allí, unas chicas delgadas y hermosas les agasajaron con collares de flores y danzas orientales, lo cual demostraba el triunfo de un líder, de un ganador.
¿Ganador de que? Esa pregunta le acompañaba siempre. Ya habían pasado diez años del inicio del juego matemático, y claro está, dicho juego en el que se había enfrascado no terminaba nunca. Los problemas, las responsabilidades, los disgustos y las personas que dependían de él, le hostigaban con infinitas sugerencias, con indescifrables requerimientos. Y curiosamente en ese viaje a Bali rememoró pensamientos pasados, disfrutó como nunca de la plácida calma que contagiaban los vendedores en los tenderetes, del color de los pequeños altares budistas, del olor a canela y a especies, de la alegría de la gente, la cual sonreían como niños inocentes.
Iván comenzaba a no entender nada, mientras pensaba__ si mis negocios y mi trabajo se trataba de un simple divertimento para echar para adelante, ¿Por qué no me divierto?, tengo una úlcera, me duele, y para que…
Laura, la mujer de Iván le miraba extrañado, él sentía una nueva curiosidad que incluso le estaba cambiando el aspecto físico. Ya no fruncía el ceño, incluso su mirada parecía más clara; su posición se ablandaba cada día que pasaba, llegando incluso a excusar los fallos de sus allegados, ellos extrañados dudaban de su comprensión.
Iván también observó un cambio que le animó en su nuevo empeño: su úlcera ya no le dolía, no podía evitar sonreír ante cualquier cosa que le resultase novedosa o curiosa. Esto se le representaba como una evidencia de que había comenzado un nuevo juego en su vida, pero… ¿estaría dispuesto a jugarlo?
CAPÍTULO SEGUNDO. UN CAMBIO DE COSTUMBRES.
Una mañana un pequeño cambio de costumbres nos sorprendió. Iván ya no cogía el auto para marchar al trabajo, prefería ir andando, variando la ruta hacia sus despachos. Con lo cual llegaba a realizar verdaderos circuitos andantes, en zigzag, por toda la ciudad. Llegaba lógicamente tarde, ya que desayunaba tranquilamente con su familia, la cual estaba convencida de que tras desayunar, marchaba con el coche a toda velocidad.
Bueno, pues según les cuento, la sorpresa fue mayúscula ya que Iván, de camino al trabajo, se atrevió a hacerles muecas y carazas a los niños que encontraba, los cuales marchaban al colegio. Su técnica se iba depurando día tras día, se acercaba a los niños, y tras mirarlos fijamente les obsequiaba con una sonrisa leve, tras lo cual les hacía muecas diversas, adiestrando sus nuevas dotes de payaso, con un público que le dejaba atónito. Iván no podía salir de su asombro, ya que los niños no sonreían. Él pensaba hacia sus adentros__ es normal, tantos años solo mirando números, estos niños verán algo extraño en mí, será cosa de entrenar mi técnica, y así podré verles sonreír.__ Cual fue su desengaño, tras tres mañanas de tentativas, tan concienzudas que en su empeño no vio lo que se le venía encima y se golpeó contra un semáforo no apercibido, las risas de los niños de alrededor resonaron a los cuatros vientos. Su dolor no le permitía disfrutar del momento, aunque__ disfrute de una sonrisa, es lo mismo que disfrute de una burla,__ ese triste pensamiento le sumió en una profunda reflexión__ ¿era posible que los niños hubiesen perdido la inocencia del espíritu?
Iván recordaba su infancia con nostalgia. La alegría de los dibujos animados del sábado tarde, el chocolate espeso, con bizcochos, de la merienda del domingo, que con tanto amor le preparaba su atenta madre; las sonrisas que le provocaban la mirada de su padre, cuando cansado y tras cerrar la pastelería, volvía a casa a descansar con su familia. No sin cansancio, aunque sin dejar de hacerle muecas y cosquillas, las cuales tanto le divertían.
¿Qué ha pasado en este mundo durante mi ausencia? He estudiado, he trabajado, he hecho lo que deben de hacer los mayores responsables, pero… ¿para qué…? No entiendo nada. Sí claro, hay más juguetes, hay móviles, nintendos y demás artilugios tecnológicos. Pero, ¿Por qué entonces…?
El hijo del pastelero veía pasar las horas en el reloj del despacho. No tenía nada mejor que hacer. En su mundo interior, se refugiaba en el recuerdo de su padre, cuando fabricaban, alegres, esas ricas cocas saladas: de tomate, cebolla y verdura; ante la inminente llegada de las fiestas del pueblo; de los toros en la calle.
En el despacho todos aparentaban atareados, mientras a el hijo del pastelero, o sea a Iván, al jefe, ya no le divertía observar en que trabajaban, ni si lo hacían bien o mal, o simplemente si lo hacían aparentar.
Intentaba rememorar todo aquello que le había hecho feliz algún día, en sus años de juventud tardía, y extrañado, encontraba pocas cosas que recordar__ Dios, cuanto tiempo perdido__, exclamaba en sus pensamientos, ya que al intentar recordar los buenos momentos de su vida, solo podía pensar en algunos días de vacaciones, en los bosques de la recóndita Asturias, en sus montañas, y escarpados senderos..
Por que claro, hacer cosas, había hecho muchas, aunque si las pensaba detenidamente, eran cosas que la vida le marcaba que hiciese, como si estuviese obligado a rendir cuentas a los demás. De este modo la rutina consumía todos los instantes de su vida, así lo escribió y describió, en su cuadernillo de notas que recelosamente guardaba en el cajón de su despacho, como si de una tercera persona se tratase, como si no se reconociese en vida. Hoy veo necesario mostrar sus interesantes anotaciones:
“Iván comía los domingos con la familia de Laura, su esposa. La familia era corta, aunque no por ello exenta de sobresaltos. El suegro, Pepe, un buen hombre, pintor de brocha gorda, solo esperaba de la vida la cerveza de después del trabajo, o el plural de dicha bebida, al puro estilo Sancho Panza, estilo aunque vulgar, no exento del encanto de la humildad. La suegra Consuelo, administradora obstinada, solo entendía del dinero que recogía semanalmente a su marido, así del como ahorrar, no gastar y arrebatarle a la vida todo arrobo de ilusión, justificándolo en todo momento por el mal recuerdo de una infancia pobre y miserable, de su familia manchega, en la cual las apuestas de los naipes habían transcendido en más de una desgracia. El hermano pequeño, Sergio, discjockey y desempleado, a la par, “nini” por devoción, tenía problemas de conducta, problemas que Iván aducía cariñosamente a la niebla que, las noches de fiesta, surgen de los bafles de música y de la falta de horas de cama. Sergio era del agrado de Iván, el cual siempre lo defendía, intentando justificar las rarezas del muchacho, de la forma más humana posible. El hermano mayor, Nicolás, bedel en el ayuntamiento, enriquecía sus monólogos con las argumentaciones más inverosímiles sobre como ganar dinero, como reformar su casa, conseguir más casas y poseer más bienes; herencia genética arrastrada de su madre Consuelo, como un mal congénito, natural en su propios ser, y alimentado por su ambiciosa e ilusionada imaginación. La esposa de Nicolás, una guapa morenaza, intentaba evitar a toda costa el relacionarse con la familia de su marido, mostrándose como una verdadera desconocida en lo concerniente a sus intenciones últimas. Todo ello venía edulcorado por los gritos de sus malcriados sobrinos y los gestos elocuentes de aceptación de su suegra, Consuelo, la cual disfrutaba de enrabietarles, para ver como respondían, sobresaltados. Por último, y no por ello menos importante, la esposa de Iván, Laura, una mujer de rostro pálido y formas finas, ternura en su mirada, de cautivadora sonrisa; esposa obediente, compradora compulsiva, y no exenta de los sobresaltos e incoherencias, fruto de la herencia maternal.
Iván marchaba a diario a su despacho, siendo el primero en entrar y el último en salir, ya que debía formar perennemente a todos sus empleados, como si se hubiese creado una mazmorra, en la cual él era a la vez carcelero y prisionero, de todas las obligaciones y responsabilidades del negocio. Por la noche, cenaba alguna frugalidad, y se sentaba resignado en el sofá a ver los programas musicales y de fisgoneo que le encantaban a su esposa, este era el modo de agradecer a su esposa la agradable compañía que le prestaba.
Cenaban una vez a la semana, alternando viernes y sábados, con la amiga de su esposa, Clara, y su refinado marido, Pedro. Tanto la cena, como la tertulia posterior era como el noticiario de la semana, situación la cual le había permitido evitar leer con profundidad los periódicos, ya que con Pedro cerca, sería poner en tela de juicio sus afirmaciones y largas explicaciones sobre lo acontecido en el mundo. Y como solía decir Iván: En un mundo donde lo que prima son las opiniones, el disputarlas con quien sea, puede considerarse una afrenta bélica, una herida abierta de imprevisibles consecuencias.
Los sábados marchaba solo al despacho, para preparar la agenda de la semana siguiente, mientras que por la tarde ejercía de taxi, para la compra semanal de su esposa, en el hipermercado más de moda, donde paseantes y ociosos acudían a la diversión del tiempo de ocio. Aunque el día más difícil para él era el domingo, ese día de descanso en el cual no hay nada que hacer; despertaba relativamente tarde, a las diez en punto, y se iba desplazando de un mueble a otro de su vivienda, como haciendo un ritual, entre lecturas, visitas al canal de deportes y observaciones del estado de conservación de la vivienda y su moblaje”.
Aunque en la actualidad eso había pasado a ser un lejano recuerdo para Iván, el hijo del pastelero, el cual despertaba día tras día esperando vivir la ilusión de algo nuevo, que le augurase nuevas aventuras. Mucho se le criticó una actitud tan viva y de rebeldía, la cual en verdad yo envidiaba.
CAPITULO TERCERO. EL ALMUERZO DE CONOCIDOS.
Ese día amanecía pronto, ya que nos encontramos en junio, en uno de los días más largos para la latitud donde vivía. El hijo del pastelero llevaba días despertando al amanecer, ya que deseaba aprovechar todos los momentos de su vida. No desayunó con la familia, la excusa era buena, sus antiguos amiguetes de estudios almorzaban todos juntos en el restaurante “La Aurora”.
Los primeros en llegar fueron Carlos y Lucas, tan engominados como en tiempos pasados, seguían apareciendo en escena siempre juntos, con su ropa de marca, recién planchada, y con la suficiencia de quienes se piensan en disposición de una posición social que les encumbra entre los mejores. Eran las diez de la mañana, Carlos miraba con exagerado disimulo su reloj de oro, jactándose de ser el primero en haber llegado al restaurante. Pasadas las diez llegué yo, el fiel secretario, el humilde compañero de estudios, quien asumí como normal no haber sido invitado a dichos almuerzos durante muchos años, por un motivo que Lucas, el hijo del director del banco, definía como “lógica aparente”. Aunque entre mi tripa y ombligo, sentía la satisfacción de ser una “lógica superada”, ya que desde hacía tres años era siempre invitado; eso sí, gracias a la elocuencia e insistencia de Iván.
Mientras se saludaban los ya reunidos, llegaron todos los demás: Ismael, el joyero más popular y parlanchín del barrio, Pedro, el ingeniero de IBM, el cual instruía sobre las novedades tecnológicas del sector, con la diligencia de todo un experto comercial; y por fin Iván, al cual aplaudió toda la comitiva, con la extrañeza de quienes no reconocían a quien hasta el día presente había sido el más puntual de todos ellos. Iván no se inmutó, sentándose en la misma silla, de la misma mesa, del mismo rincón del restaurante al cual acudían puntualmente todos los primeros viernes de mes, desde hacía dieciocho años.
Lucas, haciendo honor a su carácter agradable, el cual le había merecido el mérito de dirigir un grupo de empresas del difunto Vicente Lucano, importantísimo industrial de la comarca; disculpó a Iván con la certeza de quien confirma todo aquello que incluso ignora__ la verdad Iván, entiendo que debía de llegar el día en el cual tus obligaciones de trabajo te imposibilitaran la intachable puntualidad de los últimos años.
Iván observando al grupo de amigos y con una leve sonrisa dijo__no es tanto así, querido Lucas, más aún volveré a llegar tarde seguramente, ya que hay menesteres que impiden el recatarse tanto en las formas de actuar, y todo ello lo estoy comprobando este último mes.
__ ¡No!!!...__ Mediante un prolongado monosílabo, intenté precipitadamente mostrar gestos cortantes con las manos, como quien quiere borrar el aire.
__Deja que se exprese…__ insistió Carlos__ con los aires de quien busca motivos de entretenerse con los asuntos ajenos.
Se hizo un inesperado silencio, y de repente Iván reaccionó__ ¿Qué es para vosotros importante en vuestra vida? __ esta pregunta de Iván, sorprendió a Manuel, quien esperaba una declaración a toda regla del hijo del pastelero. Aunque conforme se supo después, dicha pregunta también tenía que ver con su nueva vida, ya que esa mañana, leyendo libros de personajes históricos, se entretuvo con Napoleón Bonaparte, el cual decía que la mejor respuesta es una buena pregunta.
Las risas se hicieron palpables, ya que las palabras son mudas cuando no interesa hablar de temas embarazosos, transcendentes, o como mínimo, para personas de pueblo que solo buscan la diversión que les distraiga. El banquete comenzaba, los platos de jamón serrano, pan tostado con tomate, tortilla de patatas, ensaladas y carne a la brasa, comenzaban a desfilar por la mesa. Por supuesto, todo ello regado con buen vino, o como sentenció Ismael__ buen y caudaloso elixir para refrescar el gaznate y elevar el ausente espíritu.
Ya llegada la tarde, las risas, burlas y los chismoteos estaban presentes de forma encendida en la mesa, en boca de todos, menos de un ausente Iván, el cual mantenía una actitud más serena, más distante. Ello no pasó desapercibido. Ismael, el más animado en sus comentarios, observaba con un brillo de ojos inquietante a Iván, como quien espera saltar sobre su presa.__ Iván, amigo__ se decidió, cuando se servían ya los postres, en un cambio drástico de conversación__ han llegado a mis oídos extraños sucesos, a los que no he dado credibilidad posible, ¿Qué comportamientos tan extraños son esos?, es verdad, ¿Quién es esa otra chica?, ¿Qué extraño embrujo lleva al serio de Iván a actuar como un joven imberbe?
Iván no respondió, en el foro de tan antiguos compañeros saltaron las risillas burlonas de quienes agradecen la decisión de ánimo de Ismael, para tener la fácil excusa de alimentarse de las historietas del prójimo, en esta ocasión el prójimo era Iván, el conocido al cual llamaban amigo. Yo reconozco, tras el disfraz del tiempo pasado, que me escondí en el silencio del cómplice, de aquel a quien no le gusta lo oído, pero cuya cobardía le evita actuar. Lucas, quien tantos años acompañaba a Iván en su café de tarde, quizás dolido por el abandono de Iván de dicha costumbre, comentó sin pensar, con cinismo__ que va, que va, nuestro buen amigo ha ganado tanto dinero, que ya no desea nuestra compañía, ella es vana para tan ilustre paseante.
Iván evitando los absurdos comentarios, miró plácidamente a todos sus antiguos compañeros de aula, diciendo__ no me habéis contestado todavía, yo pregunté primero, ¿Qué es para vosotros importante en vuestras vidas?
Se hizo un silencio. El cual rompió Lucas__ el dinero, por supuesto. __ Rió de forma más sonora Carlos__ no hombre no, las mujeres, y su buen hacer… Los demás callaron, más reflexivos, como incomodados por una ridícula pregunta, la cual parecía envenenada. Pedro, deseando mostrar más perspicacia en su argumentación, levantó el dedo en muestra de turno adquirido__ como no amigos, el conocimiento, la ciencia, el bienestar que hemos alcanzado, las nuevas tecnologías, la información, nuestra evolución como civilización, sí eso es, el progreso.
Iván hizo una leve mueca y puso su mirada en mi rostro. Esta conversación me inquietaba, aunque mientras escuchaba de fondo las bromas embriagadas de mis amigos respondí __ bueno, pues… la familia, el que mis hijos tengan educación, y que el día de mañana sean algo, no sé… estas veladas también, supongo.
Tras mi conclusión Ismael, el primer hostigador, se sintió observado, como quien debe expresarse en última instancia, y así lo hizo__ claro está, el ser reconocido, el ser recordado, el conseguir hacer cosas grandes para ello.
La mueca de Iván se transformó en una gran sonrisa, una sonrisa muda, que desvelaba al jugador que tenía mejor baza, y dijo__ ¿Este es el mundo en el que deseáis vivir de verdad?, en un mundo donde lo importante pasa por las riquezas de Lucas, por los placeres corporales de Carlos, por los placeres materiales de Pedro, por la educación de “otros” cercanos de Manuel, o por la fama de Ismael. Cosas efímeras, sí. Manuel, así y todo, tu ganas, ya que la familia por lo menos promete la búsqueda de algo mejor, mediante la buena educación. Aunque, con franqueza, ¿Cuál es nuestro pago por tan vagos logros?, ¿Qué dejamos atrás?
El desacuerdo por las palabras de Iván fue sonoro, todos se sintieron molestos, más diría, ofendidos por lo que consideraban un juego de palabras mal intencionado. El más disgustado, Ismael, sentía un estupor insoportable__ muy bien hombre, y para ti listillo, ¿qué es lo más importante?
__ Para mí, no sé exactamente. Con franqueza, no sé exactamente__ concluyó Iván, asintiendo con una mueca.
Sus amigos ya enfadados, se levantaron sobresaltados, llegando incluso a insultos disparatados, a verter injurias sobre el recién bautizado: “Iván el loco”.
A todo ello Lucas exclamaba__ que vergüenza presenciar las rarezas de un chiflado. Mira que me habían avisado…
Carlos no podía contenerse__ ya está bien de payasadas, de comportarte de forma tan lamentable, estás en boca de todo el mundo. Para estas chorradas, podrías haberte quedado en casa y dejar de hacer el ridículo.
Incluso Pedro e Ismael llegaron a intentar zarandearle, a lo que Iván respondió con un salto evasivo. Iván, atrapado por su sinceridad, no salía de su asombro al observar los ataques inesperados para él, de sus ya antiguos amigos.
Conforme fui comprobando con posterioridad, esta nueva etapa de la vida le había llevado inconscientemente a esta reflexión. Así y todo, un hombre versado y curtido en asuntos de empresa, no huye nunca del envite, ya que se encuentra innatamente disciplinado para cualquier problema, y así fue como respondió, aunque con un ceremonial excesivo— ¿Ridículo?, eso debería de ser el que obtiene dinero robando, o el que considera importante a las mujeres y las obtiene por pago, o el que vende tecnología punta para promocionar juegos infantiles que simplemente entretienen y distraen, o mejor dicho, adormecen a los niños; o el que se agarra a lo que la vida le ha dado, por miedo a lo desconocido; o el que se siente cómodo por que le saludan por la calle y saben su nombre de pila. ¿No sé, verdaderamente no hay nada más? Y nuestros sueños de ser mejores, aquellas ilusiones de instituto, lo que prometimos que no seríamos, ¿dónde está?
Yo, su fiel amigo, identifiqué inmediatamente el aire respirado en ese momento. El desprecio de sus amigos se hizo latente. La incomprensión de aquellos a los que ya no reconocía, lejos de amedrentarle, le inspiraron nuevos ánimos, ánimos de caballero andante, de portador de un estandarte, cuya carga le exigía ingentes esfuerzos. Tras ello, Iván marchó solo, yo no supe reaccionar, o en verdad, como muy bien había dicho mi amigo, me agarré a lo que la vida me ha dado, por miedo a lo desconocido.
Marchamos todos juntos al music-bar “Leones”, a tomar nuestro último refrigerio embriagador. ¿Todos? Bueno sí, todos los vencedores, los que continuamos con nuestras periódicas rutinas, aquellos a los que nos importan los problemas cotidianos, lo que el día a día nos depara. Iván buscaba algo más, realidad o ficción, sé que no le importaba. Él había tomado un camino propio, que le mostrase nuevas y desconocidas batallas, traspasando la barrera de lo correcto, para nuestras civilizadas conciencias.
CAPITULO CUARTO. - EL NUEVO IVAN.
Era irremediable, la nueva postura de Iván ante la vida nos hacía recaer despiertos, en pesadillas. A la semana siguiente del incidente en el restaurante, el conserje del despacho me contó un episodio similar al del almuerzo, aunque con distintos testigos, concretamente con la familia de su esposa. El motivo de la inesperada discusión fue diferente, aunque no por ello peculiar. Todo se precipitó cuando Nicolás, hermano de su mujer, se erigió portavoz oficial de la petición unánime acerca de la importancia de traer hijos propios al mundo, una simple opinión que tomó el cariz de verdad suprema.
Con el tiempo Iván nombró a este tipo de situaciones rocambolescas, como la “encerrona de estirpe”, donde el tema más inverosímil, el cual afecta a otros, en este caso a Iván y a su esposa, se convierte en conflicto, debido a que terceras personas no están de acuerdo con las decisiones de vidas diferentes.
Los argumentos de Nicolás para la discusión, entiendo que por el azar de la forma en la cual se levantó de la cama por la mañana, se justificaba en la edad de su hermana, edad cercana a la menopausia, según el criterio arbitrario del mayor del clan, de la estirpe familiar. Lo que más le molestaba a Iván era el sentirse en una trampa, a la cual acudía perversamente incluso el pobre de Sergio, el cual interrogaba toscamente a su querido cuñado. Iván, en este caso, en lugar de rechazar los comentarios por el respeto a su intimidad familiar, optó por la ingeniosidad que le proporcionaba su nueva etapa, para ello su razonamiento fue simple__ estamos en superpoblación, os habéis enterado… No cabemos, señores, no cabemos,… Las hambrunas acampan a sus anchas en los lugares más dispares, en los momentos más sorpresivos ocurren catástrofes naturales, inundaciones, terremotos,…__ ante lo cual le observaban todos a una, con el mimetismo de quienes observan un extraño fenómeno científico, un animal enjaulado, a lo que sentenció__ en este mundo, al despertar todos los días, pensáis francamente que tener hijos, que hacerlos pasar por una infancia y una pubertad totalmente tecnológica, acomodada e irracional, es responsable, o más bien es arrojar a seres humanos inocentes a una jungla donde las emociones y la insensatez se han impuesto a los principios y los valores humanos.
La historia cantaba mal, funestos presagios auguraba, a nuestro Iván ya no lo comprendían ni su familia más cercana. Un día Laura, su mujer observaba a Iván con detenimiento__ Sabes, te veo diferente, como más joven, la verdad, no me gusta, antes todo era mucho mejor, estabas como más tranquilo, más responsable.
El hijo del pastelero no le contestó, no llegaba a entender el sentido de responsabilidad al que su esposa se refería. ¿Se trataba de responsabilidad, o de aburrimiento asumido ante la falta de esperanzas nuevas, o de miedo al no ser capaz de afrontar nuevos retos? Ahora estaba dándose cuenta de que podía tener un destino, de que en esta vida había cosas verdaderamente importantes, por las cuales merecía la pena despertar por la mañana y levantarse con el ánimo de un chaval.
Una pasión nueva había conocido Iván: los documentales de viajes. Pasaba horas y horas observando países diferentes, le agradaban los vestidos color azafrán de la India, los gorros de lana del Perú, los paisajes recónditos de Nueva Zelanda, las migraciones de animales del Serengeti en Tanzania, los templos de Angkor en Camboya, la aurora boreal en las Islas Lofoten, en el Norte de Noruega. En estos espacios de serenidad el hijo del Pastelero se sumía en profundas reflexiones, ya que de vez en cuando, en las imágenes de la televisión, se reflejaban los rostros de niños alegres, con una mirada plácida e inocente, la cual le rememoraba la infancia en la España rural de antaño, de esposas cargadas de cántaros de agua y aperos domésticos, de ancianos con rostros arrugados y plácida mirada, sentados en sillas de mimbre observando sosegadamente el día a día.
Iván disfrutaba de su tiempo de ocio, mediante un estado contemplativo y reflexivo, fruto de su nueva etapa: ¿Será verdad que a lo lejos se puede encontrar lo cercano, o algo mejor?, ¿serán más felices esos niños que chapoteaban en la orilla del río Yamuna, en las inmediaciones del Taj Mahal?, ¿serán trucos de la cámara de televisión, para presentar el documental más vistoso?, o sea ¿la ilusión de lo visual, creado para aumentar el espectáculo? Ó ¿es posible que la felicidad se haya fugado de nuestro mundo, y se encuentre en otros?
El hijo del pastelero ya no pensaba como las personas adultas, ya no observaba las cosas por el resultado o la utilidad que ellas dan. Más bien buscaba la magia de la inocencia, ese ronroneo que nos ofrecen las situaciones desconocidas. El aprender que solo el curioso puede encontrar. El esperar en lo diferente riquezas escondidas. El sentir que las realidades del mundo son mucho más amplias de lo que habitualmente solemos percibir. El pensar en la imaginación como una herramienta que nos ayude a desvelar lo más superfluo, a quitarle la corteza al pan.
Los amigos de Iván se habían transformado también. Bueno, en verdad eran diferentes las personas con las que habitualmente se relacionaba., eran sus nuevos amigos. La disparidad estaba marcada en que el pelo de sus nuevos amigos era extremo: calvos o muy melenudos; mientras que su edad era disparatadamente menor, apareciendo Iván como el alma paternal de sus nuevos grupos de amigos. En cuanto a la ocupación laboral de sus nuevos amigos, estudiaban, o ni eso. Aunque eso sí, ideas tenían muchas, ideas brillantes que se solían convertir en realidad gracias al dinero de Iván, quien pasó en breve espacio de tiempo, de paternalista a mecenas. Mecenas en actuaciones caritativas, sin el apego del interés en la ganancia, con la candidez de quien solo busca compartir, y sentir, lo que otros puedan mejorar en sus vidas.
Otro rasgo distinguía a la mayoría de los nuevos amigos de Iván, ya que los antiguos amigos de Iván eran todos de su pueblo, o españoles que sin nacer en su pueblo, se aferraban de igual modo a la tierra donde residían, con el apego de quienes desean defender lo cercano, lo conocido, lo propio; considerando lo lejano, lo desconocido, lo ajeno, como mínimo, como una amenaza, como algo que se debe de temer, contra lo que hay que luchar, incluso arriesgando su integridad física. Todo ese apego se reflejaba en las miradas, en las ofensas, e incluso en los actos violentos, de sus vecinos, conocidos y amigos.
Sin embargo, los nuevos amigos de Iván mantenían en su naturaleza un desapego que le gustaba, ya que se trataba de personas más dispuestas a ayudar en cualquier acción, a emprender actos caritativos y sin ánimo de lucro, con una animosidad extraordinaria. Aunque con el tiempo, Iván me reconoció una evidencia, la cual solo percibió tras una larga temporada de experiencias: “es lógico que cuando no hay nada que perder, la naturaleza humana se entrega de una forma más clara, más rotunda, a las buenas o a las malas acciones, sin prever quien sea el receptor de dichos actos humanitarios o despiadados. Esa rotundidad pierde fuelle conforme se van adquiriendo tanto derechos, como obligaciones, en el transcurso de la vida; o sea, a mayor peso de la losa de nuestras responsabilidades, reaparece el apego, el interés creado, el cual nos ciega la voluntad”. Todo esto llevó al pobre de Iván a largos periodos de soledad, por una nueva convicción: el sentirse diferente.
CAPITULO QUINTO. - EL VIAJE.
Las semanas transcurrían con la parsimonia de la monotonía, unos días nublados, otros despejados. Por fin llegó el día, Iván sabía que cuando el tren pasa por la estación, o estamos pendientes y subimos al presentarse la ocasión, o es muy fácil perderlo. Todo sucedió con tanta rapidez que mi deseo era el pensar en que no había ocurrido.
Recuerdo el primer lunes del mes de octubre como el detonante. Iván hacia una semana que había regresado de un largo viaje. Una nota sobre mi escritorio, muy breve, por cierto, me encomendaba la administración de su empresa, la responsabilidad futura sobre su negocio, sobre su matemática creada. Otra carta, a su lado, me dejó más sorprendido todavía, ya que, sin llegar a entenderla en su esencia, me dejaba entrever que no volvería a ver a mi amigo, a mi hermano, a mi maestro, a quien durante tanto tiempo fue mi referente y mi camino. A quien de repente soltó todas sus cuerdas de amarre, de lo que entendemos como una vida normal. Esta segunda carta tenía un aroma distinto, como si fuesen palabras surgidas de otra persona. Mantuve escondido este escrito, durante largos años, por miedo a la vergüenza de un amigo, a la locura generalizada que pudiese desatar su conocimiento, aunque tras conocer sus peripecias en tierras extrañas, sorprenderme con sus aventuras y conquistas, por fin prefiero mostrar el contenido de su letra, para que otros juzguen su tino:
“Recuerdas, mi querido amigo, la pregunta conflictiva que os formulé. No era burla, que va… Hace ya mes y medio, en aras de saber más, viajé a Egipto, rememorando a antiguos personajes históricos, como movido por el empujón de la aurora.
Ya en el antiguo barrio colonial de El Cairo me hospedé en dispersos y mugrientos albergues. También viajé con tren, cruzando el alto y el bajo Impero, hasta llegar a la antigua Elefantina. Desde allí me propuse un peregrinaje hacia el norte, entre las tierras cercanas al fértil río Nilo, y las desérticas tierras más allá de la vereda de sus valles. Visité diversos lugares, maravillándome con el templo de Edfu, con la avenida de esfinges que en la antigüedad unían Karnak y Luxor, con las enigmáticas inscripciones en el templo de Abidos, o con el sorprendente conjunto de pirámides, construidas en distintas épocas, ya en El Cairo.
Para finalizar mis andanzas por esta hermosa tierra, desde Ábidos cambié el medio de transporte, en la suerte de una embarcación que me deslizó por las suaves aguas del Nilo, disfrutando, asomado a su barandilla, de la vida que desprendían sus orillas. De día con la actividad rural, con el acarreo de las mulas cargadas con aperos de labranza, con los niños traviesos acercándose a nuestra embarcación con botes improvisados, donde sus manitas actuaban como remos. De noche con el destello de las lumbres en los aislados y numerosísimos hogares, con la sorprendente vegetación de palmeras que se descifraban frente a la luz de la rosada luna llena.
En estos andares conocí a un anciano guía, de nombre Sayed Salama, quien hablaba nuestro idioma, más aún, conocía y dominaba el árabe, el hebreo, el inglés y el idioma de los antiguos, los jeroglíficos. En su compañía recorrí las viejas calles de El Cairo, tomamos té en las terrazas de sus arcaicas cafeterías, mientras fumábamos chicha durante largas conversaciones sobre la vida, la importancia del trabajo, del comer y del ser feliz. Según las palabras que Sayed desprendía con una profundidad, como de un suspiro: para ser feliz era imprescindible también el alimentar el “ka”, lo que nombraba como nuestro otro “yo”.
No recuerdo en qué momento de nuestros plácidos encuentros, aunque si la naturalidad con la que surgió mi pregunta conflictiva, esa inquietud que absorbía mis preocupaciones: ¿Qué es lo más importante en la vida?
Sayed, con mirada complaciente y con la serenidad de su marcada sonrisa, adelantó su brazo izquierdo, con su mano derecha tomó su brazo adelantado, a la altura del codo, y balanceándolo levemente dijo__ el cuerpo es caduco, nos acompaña un tiempo, y ya está…__ en breves segundos, sin darme tiempo a la respuesta, levantó la misma mano, tocándose levemente la sien__ la mente es elástica, capaz de todo, desde algo bueno, hasta el mayor disparate__ tras lo cual, abriendo los dos brazos, mostrándome las palmas de las manos, aseveró__ sin embargo la voluntad puede ser nuestro verdadero valor, aquel que nos mantenga despiertos, atentos al sentido de la vida.
En la intimidad de un amigo lo entendí, y a otro amigo se lo cuento. Lo único importante es la voluntad, ésa que nos va a permitir encaminarnos en una búsqueda de nosotros mismos y de nuestra felicidad. Tranquilo amigo, y hasta pronto…”.
Pues si__ ratifiqué__ tranquilo quedé, incluso feliz de ver como Iván se adentraba en otros mundos, los cuales necesitaba transitar. Por mi parte, finalizar con las palabras de mi hijo, Ismael, de ocho años recién cumplidos, quien en una velada maravillosa, con filmación de video incluida, se sublevó encarándose a mi y a mi esposa, con tan enigmáticas palabras, que bien sirven de final__ Papá, mamá, que es más importante en la vida, sí, que es más importante en la vida, ver la tele o leerle un cuento a un niño, eh, eh!!!!__ Pues así es, y así queda contado el cuento.
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