La soberbia del ser humano frente a la hormiga
Autor: Raul Estañol
En el mundo animal descubrimos comportamientos distintos, tanto de supervivencia, de alimentación, de procreación. Aunque eludimos el debate sobre si los animales se divierten, se ayudan, lloran, o incluso si rezan. Es más cómodo, para nuestro orgullo, pensar que los animales son seres inferiores y que nuestras mayores capacidades son las que nos hacen netamente superiores. Por supuesto, evitando un segundo debate igual de desagradable: la posibilidad de que el ser humano sea hostil, por naturaleza, a todo medio que le rodee, por su desbordante ambición de control, de conquista, de sumisión; la cual le conduce a macabras situaciones de destrucción.
En el primer debate, ¿si los animales sienten emociones y sentimientos?, asoma la añoranza de nuestras mascotas, animales si, aunque más próximos. Como ejemplo, valgan los perros, esos animales con caracteres distintos, según la raza, aunque diferentes cada uno de ellos en el cariño que nos profesan. ¿Podría ello depender de su signo zodiacal? ¿¿De la genética de sus ascendientes?? ¿¿O de la educación que les ofrecemos?? Curioso es plantearles las mismas preguntas que se le podrían plantear a la naturaleza del alma de cualquier ser humano. La diferencia entre ellos y nosotros es más desoladora y contraria, ya que nuestros compañeros caninos se mantienen siempre fieles, buscando nuestros afectos. Quien de nosotros, manteniendo una relación con estos animales, no admira la determinación del can, de vivir y sentir su propia felicidad, en comunión esperanzada con nosotros.
Otros animales viven en libertad, al amparo de la naturaleza, en un plano y un modo de vida distinto al del ser humano, con un cúmulo de necesidades que les llevan a percibir la supervivencia, la alimentación, la reproducción. Estos animales habitan tanto en el medio terrestre, como en el aéreo o el marítimo. Las necesidades que ocupan su tiempo vital, no les permiten sentir alegría, tristeza, miedo, ¿u otros sentimientos por sus congéneres? ¿Es verdad nuestra versión de que estos seres habitan en un medio salvaje? ¿Nuestra superioridad no podría basarse únicamente en nuestra dominación?
Mientras en el segundo debate, en el que planteamos la hostilidad del ser humano al medio, nos encontramos en que somos más impredecibles, ya que nuestro sobreestimado discernimiento es capaz de llevarnos a la crueldad e incluso a la vanidosa desidia. Si, nos cuesta incluso empatizar con nuestros congéneres. Vivimos en una sociedad plagada de comodidades, haciéndonos poseedores de un sinfín de derechos, a la par de evitar reconocer nuestros propios deberes; de este modo, nos abstraemos de nuestra propia esencia. Nuestro discernimiento se ha impregnado de nuestro propio deseo. Como buenos sofistas, somos valedores de nuestro verbo, como arma que justifica toda la explotación de recursos naturales, incluyendo la explotación de cualquier ser vivo. Somos los amos de nuestro entorno, y sin embargo, tanta euforia y tanta justificación del tiempo presente, con respecto a tiempos pasados, nos aboca a la paradoja.
La era de progreso surgió con el enciclopedismo, el empirismo y la creación de dicho ideario de progreso; sin embargo, todo ello condujo a la creación de un sinfín de ideologías artificiales, endeblemente construidas por intelectuales occidentales, a más de peor aplicadas por nuestros codiciosos empresarios y políticos. La era del progreso presume de lo que se peca, debe de adquirir una posición dogmática frente a la duda del sistema sociológico establecido: “hoy es mejor que ayer”, “vivimos en el mejor tiempo posible”, defendamos de mil formas distintas, y siempre con el mismo objetivo: el antropocentrismo.
Nuestro planeta Tierra 🌎 está vivo, lleno de diversas especies de flora y fauna, cada una ellas formadas por seres adaptados a su medio. Animales y vegetales a los cuales les negamos cualquier tipo de conciencia, para de este modo poder dominarlos y explotarlos a nuestra absoluta conveniencia.
Existen mundos que escapan habitualmente a nuestra diaria percepción. Válgame, como desvelado,
la vida de las hormigas, esos pequeñitos insectos hipersociales, que habitan en núcleos, al igual que los seres humanos que habitan en núcleos urbanos, las hormigas suelen vivir en comunidades organizadas bajo tierra, en túmulos a nivel del suelo o en árboles. Las hormigas, a diferencia del ser humano, no interactúan de forma aleatoria con otros miembros de la colonia, sino que se organizan en subgrupos según su edad y las tareas que realizan, compartiendo una conciencia colectiva. Mientras las hormigas obreras jóvenes cuidan de las valiosas crías, las trabajadoras mayores recolectan comida fuera del nido.
Así, en la base del primer debate, nos deberíamos de plantear si las diminutas hormigas tienen conciencia, si se alegran, si aman, si rezan… ¿Es posible que las hormigas empatizan unas con otras? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a unos seres que ya estaban desarrollados a mediados del Cretáceo? Animales que existen desde hace más de cien millones de años… si, animales que sobrevivieron a los dinosaurios, si: ¿creéis que sobrevivirán al ser humano como especie?
Claro está, el segundo debate nos puede sorprender más, al plantearse nuestra hostilidad, como característica innata del ser humano. Quien de niño, en el campo no ha experimentado al observar los hormigueros que asoman en la tierra, la tentación de pisotearlas, o inundar sus grutas con un vaso de agua. ¿No sería dicha condición más propia de gigantes despiadados? En realidad, ese tipo de actitudes son lo más contrario a empatizar, ya que nuestra curiosidad, o prepotencia, nos lleva a una crueldad salvaje, aniquilando sin piedad, ni sentimiento de culpa, multitud de seres vivos.
Menos mal que nuestro orgullo nos defiende, fruto de la ignorancia o de la arrogancia, es nuestro rasgo de la personalidad más alimentado, el cual nos protege de nuestra conciencia, coexistiendo transversalmente con el resto de los rasgos de nuestra personalidad. ¿La condición natural de los seres humanos es la estupidez?, nacida de la ignorancia que alimenta a nuestro orgullo?, ¿transformándonos en seres soberbios?, o sea, ¿irremediablemente hostiles? a cualquier otro medio, incluso al nuestro.
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