Ser Humanista en un Mundo Triste
Ser Humanista en un Mundo Triste
En nuestras vidas debemos de plantearnos muchas incógnitas sobre nosotros mismos y sobre todo lo que nos rodea. En la melancolía de mis dolorosos paseos con Nilza, por la 3ª planta del hospital, me surgen profundos y realistas pensamientos sobre el humanismo: ¿Qué es?, ¿Que no es?, ¿Por qué?, ¿Para qué?, ¿Cómo?, y una de estas ideas se me repite con más inquietud: ¿Quién es humanista? Si…
Humanista, caramba!!! Innumerables reflexiones me impiden comenzar a explicar tan sencilla palabra. De repente caigo en la cuenta, ya que la imposibilidad inicial parte del cuando y del donde; o sea de si hablamos ¿Qué es un humanista en nuestros días? Y ¿Quién es un humanista en un país europeo (por ejemplo)? Curioso me resulta entender que el propio “cuando” y “donde”, o sea, el propio planteamiento de en la actualidad y en un país europeo es a la vez origen y fin de la problemática que me surge para comenzar a explicar tan sencilla palabra.
Etimológicamente humanista proviene de la raiz latina “humanus”, o sea, propio de la naturaleza del hombre.
Si buscamos diacrónicamente el término humanista, podríamos considerar como humanista a aquel que profundizaba en el humanismo que surgió la segunda mitad del siglo XIV, y Florencia, y en el posterior Renacimiento europeo.
Si nos basamos en las filosofías y doctrinas posteriores, propias de la modernidad, humanista podría ser aquel que considera la naturaleza humana como centro vital en el mundo, en contradicción, muchas veces de forma interesada, con la Iglesia, y la percepción de Dios como centro.
En la actualidad, todos estos pensamientos pierden profundidad, se relativizan, debido a que se valora al ser humano según su capacidad de producir utilidad, como una máquina más. Con el engaño de que nos limitemos a ser productores y/o consumidores. Cosa extraña es buscar en cualquiera de nosotros algo diferente.
Lo valioso en cada uno de nosotros, hoy en día, se vende en pos de esa utilidad. Hoy en día triunfa quien piensa que “todo tiene un precio”. Un humanista, al contrario, no se vende nunca.
Lo esperado en nosotros, hoy en día, es la búsqueda de fortuna y fama. Para un humanista tanto la fortuna, como la fama son efímeras, al igual que un barco de papel cerca del fuego, algo insustancial, con los días contados.
Lo añorado y anhelado para nosotros, hoy en día, es la juventud, el vigor que la juventud desprende, o como mínimo la apariencia de dicha juventud, como premisa de belleza. Para los humanistas la juventud es sinónimo de inmadurez, de este modo lo joven necesita ser forjado, recibir unas enseñanzas, las cuales junto a la experiencia de vida le doten de una fuerza y una belleza mucho menos temporal.
Lo importante para nosotros, hoy en día, es la verdad, es tener razón en nuestras decisiones o pensamientos. Para un humanista la verdad es algo a buscar, algo complejo lejano y hermoso a lo cual nuestro acceso es siempre parcial.
Lo importante para nosotros, hoy en día, es tener razón en nuestras argumentaciones y nuestras opiniones, o aunque no tengamos razón, hacer ver que la tenemos. El humanista sabe que toda opinión es falsa por naturaleza, debiendo dudar siempre, para de este modo mejorar.
Lo que prima, hoy en día, es la competitividad, el ser el mejor. Los humanistas entienden una intuición, algo que solo mirándose ya entienden, todos somos seres humanos, en esencia iguales; la lucha debe de existir, aunque solo en los principios y valores que van construyéndose en sí mismo.
Lo añorado, hoy en día, es lo material, lo accesible con la simpleza de nuestros sentidos. El humanista entiende que lo material tiene su parte dual, lo inmaterial, inaccesible, espiritual o esotérico; lo cual es también verdadero y digno de contemplación.
Lo buscado, hoy en día, es lo deseable, lo que complace nuestros sentidos. Para los humanistas la evitación de los deseos banales es imprescindible, ya que la búsqueda pasa por conseguir alcanzar niveles más elevados de conciencia y de espiritualidad, y no perdernos en nuestro mundo emocional.
La mayoría del mundo, hoy en día, se guían por todo lo dicho anteriormente, rechazando comportamientos que busquen lo que no llegan a entender. El humanista lo sabe, debe de mantenerse distante, vigilante, para no ser mal entendido.
Esa mayoría, hoy en día, solo disfruta con el placer momentáneo. El humanista desprecia todo lo temporal, buscando alcanzar principios y valores que nos conduzcan a la búsqueda de la atemporalidad.
Esa mayoría, hoy en día, encuentra sosiego en las fiestas colectivas, en el refugio entre conocidos. El humanista evita el exceso de reuniones, considerando la meditación como la más sagrada celebración.
Esa mayoría, hoy en día, gusta de agradar a todo lo que le rodea. El humanista solo busca el agradarse a sí mismo, mediante el desarrollo y control de sus emociones y pensamientos.
Esa mayoría, hoy en día, gusta de escuchar lisonjas, las cuales ensanchan su ego. Para los humanistas es preferible una áspera crítica que no un elocuente homenaje, el cual solo puede enturbiar su serenidad.
Esa mayoría, hoy en día, presumen de ser buena gente, aunque no dudan de faltar a su palabra dada, legitimando sus decisiones con excusas que les convienen decir y escuchar. Para el humanista la palabra dada es sagrada.
Esa mayoría, hoy en día, se basan en las leyes establecidas y en los contratos escritos, no interponiendo a sus acciones ningún reparo moral. Para el humanista la moral está por encima de todas las leyes y contratos, ya que la moral todo lo viste y lo recubre.
Esa mayoría, hoy en día, reconocen y distinguen a sus allegados según los rasgos de su personalidad. Para los humanistas la personalidad solo son rasgos generales que devienen por el nacimiento y/o las circunstancias, lo verdaderamente importante nada tiene que ver con la personalidad y los gestos que devienes tras ella.
Esa mayoría, hoy en día, ante las malas vicisitudes que nos trae la vida, podemos actuar con actos violentos, sangrientos e imprevisibles. El humanista ante todo ello se muestra imperturbable.
Esa mayoría, hoy en día, se alegran en los nacimientos y se deprimen ante la muerte. El humanista entiende estos dos acontecimientos en igualdad de condiciones, considerando la muerte como el preludio de algo que con toda naturalidad se perpetua.
Esa mayoría, hoy en día, temen morir solos, esperan vivir y morir rodeados de sus conocidos. El humanista sabe que nacemos y morimos solos, que la aceptación de ello no tiene porque ser motivo de disgusto, todo el contrario, motivo de conocimiento.
Esa mayoría, hoy en día, la cual recela el mal ajeno, como indicador de su bienestar. El humanista, comprendiendo los celitos de los imberbes, en muestra de una generosidad constante solo desea el bien ajeno, la evitación del sufrimiento en su prójimo.
Atended bien los párrafos narrados, ya que si en algún momento os habéis creído humanistas, y en alguno de estos párrafos falláis, no seáis hipócritas, callad y de forma humilde reflexionad.
Por último y en consecuencia de ello, esa mayoría nos hundimos en un mundo triste, donde cualquier problema nos afecta en demasía, donde no actuamos por principios, ni por valores adquiridos, más bien actuamos por interés, decantándonos en aquello que nos parece útil en un momento determinado. El humanista puede llegar a alcanzar un estado nuevo, un mundo nuevo en sí y para él mismo: la ataraxia.
Postrado en la cama, viendo como médicos y enfermeras manipulan mi cuerpo físico, doy las gracias a quienes me han cuidado y me han permitido en la nocturnidad el realizar este breve escrito.
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