El rebuznar del pueblo:
Autor: Raúl Estañol Amiguet
Un cuento brota, desde el alma del pueblo, como muchos otros, para narrar a las humildes gentes, un detalle de su ignorancia, un reflejo de su orgullo.
Allá lejos, en el Aragón de los antiguos lagos y humedales, donde los dinosaurios pastaban y el pasado se enmudeció. Hoy invadido por tierra seca, yerma y polvorienta, el origen de nuestra historia brota extendiéndose entre enormes llanuras. Tierras con montes bajos, ásperas y rocosas, tierras elevadas, que logran que las nevadas del invierno posen y se asienten, desde la gélida madrugada hasta el ensombrecer de los atardeceres.
Cañizar del Olivar, el pueblo de las dos mentiras, ya que ni tiene cañizos, ni cultiva olivos; se atisba desde la distancia, tras el gran peñasco ondeado por buitres. Abajo, casas encaladas con paredes blancas y techos de teja roja, engalanados por el alto campanario que honra da, a tan humildes familias.
Ladera abajo, se encuentra el propósito de nuestro relato, allí se asienta, construida con grandes muros y una enorme puerta de mobila antigua, el corral de Pepe el Enojado, allí donde los burritos rebuznan en reclamo de heno, paja o alfalfa.
A escasos cien metros, camino abajo se vislumbra la escuela, o esa pequeña aula donde distintas edades compiten por la atención del despistado maestro, del negligente catedrático de historia, que terminó sus últimos años de docencia en la clandestinidad del asceta arrepentido. Los niños, divertidos corretean a la salida del colegio, cuesta arriba, alegres y distraídos. Pepe sale a saludarles, todos los días, con su rostro arrugado, mirada arisca les levanta el brazo con desdén. Pablito siempre grita asustado, provocando la euforia de sus aliados Oscar y Juanito, quienes amenazantes crean la inocente rivalidad, armando sus manitas de pequeñas piedras que exhiben amenazantes.
Era Miércoles Santo, Laura y Lidia sonreían en el recreo, Pablito se llenaba la boca de fanfarronerías y disparates, ante el ánimo de sus amiguetes, quienes apostaban por sacar del corral de pepe a uno de sus burros, para pasearlos por el pueblo. La porfía estaba servida, era vísperas de fiesta, por la tarde el colegio cerraba sus aulas, los chiquillos salían alborotando más de lo acostumbrado, la algarabía que producían las bandas de música y los petardos ya sonaban en la plaza de Cañizar del Olivar.
El plan de los tres amigos era preciso y elaborado, tras pasar por casa de Pepe el Enojado, volvieron rodeando la parcela, atravesando los manzanos, cerezales, y la huerta de tomates y lechugas, hasta llegar al gran portón de entrada del corral. Abriendo la puerta se sobresaltaron, los burros desconcertados salieron dando grandes brincos y rebuznando escandalosamente, Juanito cayó en un charco de barro, mientras Óscar huía despavorido, corriendo como si le siguiese el mismo demonio, mientras que Pablito estupefacto quedó a un lado completamente paralizado. Pepe extrañado, mascaba paja apoyado a la verja de madera de su cabaña, contemplando la cómica escena.
— Muchacho— gritó Pepe— este desaguisado es tuyo, domínalo.
Pablito al sentirse aludido, estremeció de hombros, contemplando el severo rostro de Pepe el Enojado. Los burros ya tranquilizados, se habían quedado inmóviles frente la presencia del diminuto mozo.
— Chaval— insistió Pepe— son seis burritos, solo te pediré que entres en el corral al de mechón castaño, ese que más cerca de ti se encuentra. Si lo consigues dejaré por zanjada la disputa, pero en caso contrario...— una sonrisa siniestra se entreveía bajo el sombrero de paja del viejo, quien se enderezó mostrando su fuerte torso y enorme estatura.
Pablito estaba acobardado, a punto de llorar, tragó saliva acercándose lentamente al burrito, sin saber que hacer, empujaba al burro por su lomo derecho, luego intentando asustarle, aunque el burrito permanecía inmóvil, ante la desesperación de Pablito, quien le agarró presuroso del rabo, ante lo cual el burrito levantó violentamente sus patas traseras, propinando innumerables coces, una de ellas impactó levemente el cuerpecito del muchacho, el cual cayó de culo, más por el susto que por la fuerza de la coz.
Pepe al comprobar la agilidad del muchacho a la hora de rehuir la embestida, reía a carcajadas, tras lo cual se hizo un largo silencio, tiempo el cual imaginaba el niño derribado que duraba siglos enteros.
Por fin Pepe se decidió a actuar y sujetando al burrito por la cara lo hizo retroceder en dirección al corral, parando en seco, frente al cuerpecito caído del muchacho, para comentarle— “Chico, eres el hijo del boticario, hombre de ciencia que poco sabe de la aspereza de la tierra y del fruto de los campos. Aprende y respeta, ya que la vida es un detalle, un instante, un saber, y por mucho que tengas, recuerda que en la vida todo se afronta de cara, mirando a los ojos a quien tienes enfrente, tratando con la misma delicadeza al rey, como al burro”.
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