Le llamaban Coronavirus.
Esencias del Saber
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Le llamaban Coronavirus.
Autor: Raúl Estañol Amiguet
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Vivo en tierra extraña, allá donde el orden desapareció, donde la desidia normaliza vicios y defectos, en las tinieblas de la desesperanza, en un inframundo de gusanos excretando en lo más profundo del barro.
Allí donde importa el conquistar, jugando con las buenas intenciones ajenas, con el miedo del vulgo que teme perder. El vulgo es simplemente la mayoría, todos quienes desean vivir, esperanzados en sus quehaceres cotidianos, pendientes de las voces aventajadas que desde el gélido horizonte les imparten verdades parciales, realidades quebradas, esperanzas pasajeras, edulcoradas por un siniestro propósito.
En esta tierra inhóspita manda un grupo de oportunistas, unos agradables y espléndidos mozos, quienes sólo eran conocidos por sus buenas palabras, por su nulo trabajo y por lo excelso de sus pretensiones. Utilizaban prendas extraordinarias, confeccionadas durante largo tiempo, ropajes exquisitos, los cuales adornaban sus pueriles e imberbes cuerpos, todo ello regado por lejanas voces, voces presentes cuyo eco creaba una dulce melodía, lisonjas palabras, las cuales endulzaban los oídos del enjambre, adormecían las inquietudes, relajaban las tensiones.
En este extraño planeta, la fructífera fantasía se empañaba de tristeza del pasado, de historias de antaño, distorsionadas por odios y frustraciones no enterradas. Todo ello confluía en un desbocado fuego, en un luminoso y etéreo resplandor que confundía la percepción de quienes pululaban por la superficie del fango, arremolinados alrededor del subsuelo.
Pocos y debilitados observaban la luz, cegados y alerta descifraban sombras en el reflejo de las llamaradas sobre las oscuras rocas, como una danza de desfigurados títeres, de figuras grotescas.
Allí donde la penumbra todo lo invadía, confundiendo la realidad de las dóciles conciencias.
El llanto del sufrimiento, del miedo en las miradas, contrastaba con numerosas risotadas provenientes de las barriadas, de los dispares hogares que se revolvían sobre enormes barrizales. Tormentas brutales se sucedían en esta época, tras los cuales aparecía un abrasador Sol, cruel y agonizante, que nublaba la memoria del mundo.
Así me encuentro, sudado, enmudecido y encadenado, a la espera de un alivio, de una palabra sincera, del abrazo del ser querido. Soñando con los ojos abiertos, la respiración entrecortada y la esperanza de un ser vivo. Gritando hasta la afonía, sangrando al roce de los eslabones, presagiando el último suspiro.
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