Sexto. Mi primera etapa, la fuerza de los faraone
Capítulo VI. Mi primera etapa, la fuerza de los faraones.
Autor: Raul Estañol Amiguet
Ya es sábado, el avión se encuentra a dos mil metros de altitud, por mi parte, me mantengo calmado, con el corazón ralentizado, en un tenue letargo, como en espera del paso de un trayecto que me debe de transportar a otra vida, a nuevos horizontes que explorar. Marcho con las maletas cargadas de medicamentos, con antelación a la expedición médica, todo por una inspiración, sobre algo excepcional, vivido años atrás. A última hora decidí cambiar mi vuelo, mis nuevos compañeros de viaje partirán el próximo lunes, ilusionados por la tarea que van a desarrollar; por mi parte el sentido es distinto ya que mi entusiasmo es real, aunque desconocido su fin. La línea aérea que escogí para iniciar mi peculiar odisea era Egyptair, nombre que permite una ligera pista sobre mi primera escala: Ciudad de El Cairo.
Hace tiempo visité Egipto en un largo viaje de dos semanas que me deparó muy gratas sorpresas. Una escapada con mi amante, con Selene, en aquellos tiempos que el velo de la felicidad nos permitía conocernos, escucharnos y sentirnos, sin el acopio del ajuste de cuentas, sin la tensión de la reprobación sobre nuestras vidas pasadas. Siendo un lector infatigable, me mostré muy interesado en mi juventud por el enigmático arte egipcio; por el hermetismo de sus esculturas y pinturas, la religiosidad y misticismo de sus formas y expresiones, el colorido de sus pinturas muchas veces perdido, pero sutilmente expuesto con gran vigor; huellas de una admirable civilización; por la grandiosidad de sus templos consagrados a los dioses y sus enormes pilonos, donde se pueden intuir observatorios astronómicos; por el misterio que albergaban la casta sacerdotal, depositaria de las funciones ritualistas, en nombre del faraón; por sus costumbres funerarias y sus ritos de momificación, tanto en las antiguas mastabas, como en las perennes pirámides, como en el pragmático hipogeo. Todo ello lo pude disfrutar en aquel inolvidable viaje, donde recorrí sus tierras de norte a sur, incluso hacia el oeste, atravesando el sofocante desierto del Sáhara y llegando a la privilegiada Hurghada, con sus largos tramos de playas naturales y sus increíbles arrecifes coralinos. Compaginando las ansias de cultura con la placidez de la compañía de Selene, con sus besos y sus caricias.
De este modo comencé, años atrás, mi viaje en Luxor, la antigua tebas, centro administrativo del Alto y antiguo Egipto, donde me encantó el Templo de Amón, que se debe principalmente a Amenofis III y Ramsés II. Aunque la fascinación que sacudió mi sensibilidad más profunda fue indiscutiblemente: “Ipet-isut”, es decir, “el más selecto de los lugares”, en Karnak, donde un aparente caos de obeliscos, columnas, estatuas, muros, estelas y bloques decorados; con los recintos de Amón, Montu y Mut, junto al templo de Khons, te transporta a la más oscura reminiscencia del pasado, evocando el devenir de la antigua y mágica civilización egipcia. Aproveché el tiempo perdido en el ritual turístico de dar vueltas sobre el escultórico escarabajo, para con la complicidad de Sayed, quien me indicó el camino, marchar a un lateral del templo, por un camino estrecho, donde un guarda, en lo alto de una caseta, me abrió un portalón, que me permitió encontrarme con una visita esperada con anhelo, con una estatua intacta desde tiempos inmemorables, con una Sejmet, símbolo de la fuerza y del poder, a la cual solo pude observar con discreción y reverencia. Toda esta riqueza es hallada en la orilla oriental del río Nilo, verdadero motor de la vida en Egipto. Aunque una sorpresa mayor nos deparaba la otra cara de la moneda, el otro filo de la navaja, la orilla occidental del río Nilo, el atardecer y el ocaso de los dioses, el terreno adjudicado a la muerte, más en verdad, al resurgir en la otra vida. Allí descubrí impresionantes templos mortuorios, en Deir el-Bahri, como el de Tutmosis III, el de Ramses II, el de Ramses III, el de Sethi I, en Qurna, o el de Amenofis II, con los “colosos de Memnón”; así como las tumbas reales del Valle de los reyes, el Valle de las Reinas, y la impactante aldea de los obreros en Deir el-Medina.
Aún recuerdo los gratos momentos de aquel viaje trascendental, donde oscurecían los días al filo de un buen té, en las terrazas de viejas cafeterías, con la conversación de mi apasionada compañera Selene, relajada, abstraída por el genuino ambiente de sus clientes, de sus divanes y mesas. Aunque eso sí, fatigados los dos por los nuevos impactos del día, aunque ilusionados por lo que deparara el mañana. Así a temprana hora embarcamos en un crucero que nos conduciría por el Nilo hacia el Sur. El Nilo, la arteria y la vena de la civilización egipcia, era tanto creadora como destructora, la vida en sí misma, eso sí, siempre imponente y sublime, incuestionable. En el crucero, un viejo guía iba a ser el encargado de mostrarnos los próximos monumentos; tenía el pelo blanco, con claros ya evidentes, que lucía con total orgullo. Era ancho de estómago, aunque sus agradables y calmadas formas no le daban aspecto de obeso. Se llamaba Sayed Salama, aunque con el tiempo, tras varias visitas arqueológicas, descubrí que los demás guías que se cruzaban en nuestro camino le llamaban “profesor”, hecho el cual me intrigaba livianamente.
La primera parada de crucero nos condujo a Edfu, donde residía el templo mejor conservado de Egipto, aunque a nuestro guía Sayed le interesaba más el mostrarnos los muros de circunvalación y las inscripciones halladas en ellos, por su enigmático valor, ya que se remontaban al Imperio Antiguo. Para las visitas nos despertaban muy de madrugada, debido a que en agosto el calor era a más hora más insoportable, por lo cual acogíamos con alivio el regreso al crucero sobre mediodía, así como el poder refrescarnos y disfrutar de las comodidades de la embarcación. Aunque dos eran las diversiones que prefería, la primera tras buscar la compañía de Sayed, era el enfrascarme en largas conversaciones con él sobre la vida en Egipto y otras inquietudes arqueológicas que me consumían. Todo ello con la conformidad de mi Selene, la cual dormía la siesta y se nos acercaba a acompañarnos a mitad tarde. Innumerables historias me relataba Sayed de su vida y su pasado, de cómo tuvo que emigrar de niño a Estados Unidos, con asilo político, ya que su padre era el secretario del presidente de la República de Egipto Gamal Andel Nasser, por lo cual vivió su juventud en Michigan, estudiando dos carreras universitarias: periodismo e historia; y aprendiendo a pilotar aviones. En todas estas conversaciones numerosos curiosos españoles se acercaban a escuchar tan espontáneos relatos. Así contaba como a su vuelta a vivir en el Cairo, reanudó los estudios universitarios terminando Bellas Artes, logrando el título de profesor docente. La confianza surgida tras los días que nos juntábamos conducía de una confidencia a otra, hasta el momento en el que me relató, con total sinceridad, como en 1973 fue movilizado para la guerra contra Israel. Extremado era el ímpetu y la veneración que mostraba Sayed, de modo gestual, al explicar como batió un record al torpedear una comisaría israelí, con su avioneta en caída libre, hecho que marcó las caras de los turistas curiosos, los cuales giraron sus rostros, como desaprobando lo contado por Sayed, levantándose en la sala un murmullo incoherente y cobarde de indignación ante lo escuchado. Aunque no todo eran epopeyas, ya que conforme me reconoció en una sombría tarde tuvo un grave problema por no querer acatar órdenes de un oficial en el ejército, en su condición de coronel, y fue expuesto a arresto; lo cual le condujo a la fatalidad de manchar su historial, por lo que se le acusó y se le quitó la titulación de profesor, no pudiendo en el futuro volver a ejercer cátedra ninguna. Mi segunda diversión era todavía más sosegada y se remontaba al atardecer, al momento precisamente anterior al ocaso, cuando llamaba a mi niña, a mi amante, a Selene, y marchábamos en silencio, aunque con una sonrisa serena, con paso decidido por la escalera de caracol a cubierta, donde la brisa del atardecer besaba las aguas del Nilo, refrescando apaciblemente nuestras mejillas. En el exterior del barco, abrazados y con el rostro de mi pareja en mi hombro, las vistas eran espectaculares, al fondo con tonos ya grisáceos, por el ocaso, el desierto no perdía su palidez y aridez habitual, a distancia más próxima veíamos como la vegetación se hacía compañera infatigable del curso del río, con sus palmeras y plantas de papiro. Oteábamos las pequeñas casitas de techo de paja que rebasábamos, como se mantenían alumbradas en su interior por una tenue lumbre. Rezagados en caminos estrechos observábamos como mujeres andaban apresuradas, con cántaros de agua en las cabezas, como un anciano tiraba de la correa de un burro que ralentizaba su marcha, como algunos niños todavía jugaban chapoteando en las orillas del río. Las falucas dispersas por el amplio Nilo, tendían a buscar refugio en los pequeños embarcaderos de las orillas, con la elegante danza de sus velas. Todo ello era idílico para un romántico, para un soñador empedernido, para aquel que algún día fui y a quien quisiese volver.
En los últimos días del crucero viajamos lentamente hacia el Sur, visitando Kom Ombo, templo grecorromano de las triadas de Sobek y Haroeris, el cual se entremezcla con otras construcciones auxiliares, encontrándose todo cerrado por un muro de adobes, el cual bordeamos para poder fascinarnos con sus recintos interiores. Como muy bien decía nuestro incansable guía, “momentos ideales para mirar el suelo al andar, y olvidarse de levantar tanto la frente, para ver monumentos, ya que los esguinces al andar por tan irregulares suelos eran lo más habitual de las visitas”. Tras una agradable, aunque calurosa mañana, volvimos raudos a la embarcación, donde rápidamente nos esperaba la grata comida en el comedor. Tanto en el comedor, como el pasillo central del crucero, cubría sus suelos enmoquetados de unas hermosas alfombras rojas, con tonos y adornos en ocre y añil. La comida se componía de un maravilloso buffet, a una parte del expositor con ensaladas, en la otra parte con verduras cocidas, frente a dichos expositor, en unas mesas podíamos apreciar diversas bandejas de pescados y carnes que se rellenaban permanentemente. En el rincón, con un discreto, aunque hermoso recibidor, se exponía una maravillosa hilera de postres islámicos. El ambiente era propicio para la conversación, ya que tras una agotadora caminata, rememorábamos las anécdotas de la jornada. De otros chismes parecidos se hablaba, comentarios que me llevaron a llamar la atención a dos parejas de amigos asturianos, sobre como sus esposas vestían con ropas estrechas y provocativas, y el peligro que en estas tierras ello representaba, ya que las apretadas vestimentas iban acompañadas de dos cuerpazos exquisitos que les daban más la impresión de lozanas andaluzas, que no de asturianas, lo cual era exquisitamente admirado por la tropilla de camareros árabes. Como mi sugerencia no fue bien recibida, opté por la retirada discreta y la búsqueda de conversaciones más apacibles. Una curiosa fue ya en el té con mi amigo Sayed, mi Selene y dos chicas catalanas, Marga y Conchi. Marga era una encantadora muchacha rubia, treintañera que había regalado el viaje a su inseparable amiga Conchi, una chica obesa, parlanchina, morena y con una gran coleta recogida. Marga rehuía de comer salsas, ni postres, ya que recelaba de caer enferma de vómitos o diarreas. Sayed sonreía al escucharla, como el buen abuelo que se sorprende de los primeros pasos de sus nietos. Según nos comentó Sayed con tono serio, aunque calmado, las agencias mayoristas de viajes hicieron varias reuniones para solucionar el problema de las enfermedades de los turistas, ya que muchas eran la razones con las que se especulaba: el agua, las salsas, los dulces, el clima,… Tras muchas reflexiones la solución fue tan civilizada, como eficaz: asfaltar los caminos polvorientos, allá por donde transitaban los turistas, en las inmediaciones de los monumentos. Desde ese momento ya no enfermaban los turistas. Esta anécdota, aunque graciosa en su día, me ha venido siempre a la cabeza en tantos y tantos momentos, en los cuales surgía el dilema del desarrollo y los problemas de su eficiencia en países pobres.
Por fin llegábamos al final del crucero, en Assuan, donde descubrimos la ciudad y los templos en Elefantina, así como el obelisco sin terminar, el cual nos dio idea del gran desarrollo técnico, de una civilización tan antigua. Y donde tuvimos la grata oportunidad de disfrutar de la exuberante isla de File, y del espectáculo de luces, ya de noche, que se ofrecía en su mayor joya, el templo de Isis.
Ya de regreso en avión a El Cairo nos alojamos en el Radisson Blu Hotel, Cairo Heliópolis; donde me maravillé de sus acolchadas camas, y del sedoso frescor de sus sábanas. Llegamos a mediodía, con lo cual disponíamos de la tarde libre para disfrutar de un paseo de reconocimiento de la ciudad. Marchamos en taxi, yo en la parte delantera, detrás parlanchinas y sonrientes se encontraban Selene, junto a Marga y Conchi, las dos inseparables amigas. Al llegar a la vereda del Nilo, en plena ciudad, el taxi paró, en el barrio de Midan Ataba, dando rienda suelta a nuestro instinto de aventura. Recuerdo las largas caminatas de la tarde, y como nos fuimos adentrando en las callejuelas del barrio de oficios, donde el asfalto iba dando lugar al antiguo camino polvoriento, donde las casas pasaban a ser de solo una planta, y todas ellas pegadas unas a otras, con pequeños patios a la calle, donde se podían apreciar en uno de esos patios un vendedor obeso, sentado en un sofá rojo, frente a un montón de ruedas recauchutadas a la venta; en el siguiente patio, un herrero, con una pequeña máquina de soldadura, en su bullicioso trabajo frente a la reja que reparaba, con la presencia de curiosos allegados; en el siguiente patio, un zapatero con una hilera de zapatos sobre la pared de su derecha, sentado tras una mesa, se encaraba con una gran goma, en la parte baja de un zapato, a cortarla y modelarla, pegándola; el siguiente patio se encontraba lleno de sacos de carbón, a un lado, con bombonas pequeñas de queroseno, enfrente, con la mera vigilancia de un anciano distraído, apoyado en la pared. Así absorto por la curiosidad de nuestras miradas, de repente nos dimos cuenta que también nosotros éramos observados por quienes consideraban extrañas nuestras vestimentas, y la presencia de mis tres compañeras de viaje. Hice una señal a mis acompañantes, para distanciarnos rápidamente del callejón, aunque sin previo aviso nos vimos rodeados de una multitud de personas, creyéndonos increpados por todos ellos. Mi resolución fue una locura, que me llevó a lanzar patadas al aire, y a gritar, tras lo cual huimos corriendo de lo que entendimos como peligro, hasta alcanzar la bulliciosa ciudad asfaltada, en un cruce entre varias calles, donde todo el mundo nos ignoraba, absortos en la cotidianidad de sus vidas. La adrenalina fluía de todo nuestro cuerpo, nos quedamos los cuatro observándonos, y comenzamos a reír a carcajadas, con la espontaneidad de quien ya ve el peligro alejado. Esta leve anécdota no paso de un mero susto, aunque tomó mucha más fuerza a nuestra llegada al hotel. Allí algo similar se había fraguado, con personajes distintos y mucha mayor intensidad. Oíamos gritar en el fondo del vestíbulo del hotel, justo en la entrada al pasillo que desembocaba en los ascensores, a tres personas las cuales discutían de forma muy acalorada. Frente a ellos un recepcionista hablaba en árabe con Sayed, nuestro viejo guía, quien observaba reflexivo y contrariado las explicaciones de los alterados turistas. Al acercarnos más, descubrimos a una de las muchachas asturianas sentada en un elegante diván forrado de blanco, sollozando, con la mano cubierta por un pañuelo verde, y con un vestido corto y ajustado, de color rosa claro, magullado y sucio de barro. Ya cerca, logramos escuchar lo acontecido, por un lado Sayed intentaba tranquilizar a su marido y a la otra pareja, razonándoles sobre la cultura árabe y el estricto comportamiento, en cuanto a la vestimenta de las mujeres egipcias; por otro lado los turistas españoles relataban lo salvaje de lo ocurrido, como comenzó con una broma de un viandante, hacia una de sus esposas, pasando al manoseo por parte de otros, de las partes bajas traseras, de la otra mujer. Como se acercaban curiosos con mirada crispada y satírica sonrisa, rodeándoles a la entrada a un centro comercial, contándose por decenas la muchedumbre congregada, lo cual les sorprendió, aunque osados resistieron la amenaza con la valentía de la incomprensión, llamando a los guardias de seguridad del centro comercial, los cuales al observar la escena, escuchando la algarabía del momento, se sumaron a la violenta increpación. El susto fue mayor, según las palabras entrecortadas de Fany, la otra mujer, cuando un desconocido les mostró un cuchillo para intimidarles en mayor grado, lo cual despertó en todos ellos un estupor indescriptible. Tras escuchar las temblorosas palabras de Fany, nos sumamos al grupo para aunar fuerzas y tranquilizarles, lo cual fue imposible, ya que el mayor problema siempre es de quienes no quieren ver más lejos de su propia frente, de quienes consideran su entendimiento como límite de otros posibles. En el mundo existen distintas cosmogonías y formas de concebir las realidades que se nos presentan. ¿Por qué nuestra observación de la realidad es la mejor?, ¿Qué nos hace meritorio de ello? Hoy rememoro mi infancia en un pueblo costero del Levante español, donde acudían de vez en cuando turistas alemanes, ya que el buen clima y los buenos precios les animaban a acudir a las playas de nuestros pueblos y a disfrutar de nuestra barata y suculenta gastronomía. Si, hoy recuerdo otro incidente similar en el cual nos reíamos de la embriaguez de dos parejas de jóvenes alemanes, de nuestra candidez e ignorancia al tratarlos, o quizás maltratarlos...
Desperté al día siguiente con una especial ilusión, llevaba muchos años esperando tener la posibilidad que el día me brindaba. Un pequeño autobús nos acercó al Museo de el Cairo, al mayor museo arqueológico del mundo, en el que esperaba encontrar los más maravillosos hallazgos escultóricos de Egipto. En la puerta nos esperaba Sayed, el cual se sorprendió al verme, y al descubrir que tan solo cuatro turistas, nosotros y una pareja de ancianos canarios, nos habíamos apuntado a la visita guiada. El mundo está ciego ante la cultura, ante el arte, ante los vestigios de épocas pasadas. La tecnología, el impacto fácil de la imagen, resulta mucho más atractivo que el fatigoso aprender. Sayed nos sonrió con la complacencia de nuestra animosidad, lo cual pareció transmitirle una hondonada fuerza vital en la explicación de todo lo que pudimos percibir en tan espléndido día. Recuerdo detalles sencillos de tan larga jornada, como el observar al final del día la imagen de un guía empapado de sudor, exhausto, aunque feliz, por el servicio brindado. Comenzó con una escueta definición: “esto no es un museo, más bien es un gran almacén, sí, y ¿saben donde se encuentran sus más numerosas obras?, no lo duden, bajo sus pies…, en los almacenes”, su sonrisa se sacudía, en forma peculiar, de unos cortantes sonidos, a modo de breves carcajadas, que solo un hombre feliz es capaz de exhalar. Nos condujo por todos los pasillos del museo, transportándonos a las antiguas dinastías del bajo y alto Imperio, nos explicó con fervor la curiosa época de esplendor de Amenhotep III, y de su hijo Ajenatón, el cual revolucionó su época al traspasar el culto de Amón a Atón, convirtiéndolo en la única deidad oficial, siendo el primer reformador religioso conocido Aunque mi pasión se encendió ante la posibilidad de profundizar en la belleza estética de su esposa Nefertiti; y de deleitarnos con las máscaras funerarias de Tutankamón, descendiente de ellos. Aunque otro suceso más espontáneo se ha mantenido mayor tiempo en mis retinas, conforme es habitual en el carácter afable y sorpresivo de Sayed, nos condujo a una estrecha sala, llena de utensilios caseros de distintas épocas, allí nos dejó para que recapacitásemos en lo que creí que era un pequeño receso a su distendida explicación, aunque tras sus misteriosas palabras__de siempre esta pequeña sala es la mejor expresión del gran Imperio, en la delicadeza de sus diminutas formas lo comprobareis…__, sentí que lo mejor del día podía mantenerse todavía oculto, de este modo, poco a poco, comenzamos a aguzar los sentidos sobre los curiosos peines, joyas, vasijas, perfumadores, jaboneras, pendientes y demás ajuar doméstico y personal; todo ello sin dar crédito a las fechas anotadas en sus etiquetas, ya que cuanto más antigua era la época datada, con mayor esmero y delicadeza se nos presentaban los diversos aparejos, transportándonos a un mundo al revés, donde lo antiguo adopta más bellas formas, contrario a la premisa de evolución que tan arraigado se encuentra en el inconsciente colectivo. Un hallazgo que se me descubría como una evidencia clara, para quien ya era totalmente escéptico al sentimiento colectivo de que vivimos la mejor época posible, en el mejor mundo alcanzable.
El avión estaba a punto de aterrizar nuevamente en la tierra de los faraones, mientras me encontraba enajenado en mis más profundos pensamientos, los cuales versaban sobre mis ya viejos estudios lingüísticos, aquellos donde experimenté la misma contrariedad sobre la involución, donde descubrí que la disparidad lingüística, las distintas hablas, no son más que vulgarizaciones de otras lenguas más cultas, más inteligentes, las cuales por el transcurso de su uso tienden irremediablemente a la simplificación, a la vulgarización no sólo de sus sonidos y de sus formas, también de sus declinaciones y voces. Sí, voces como la de mi amigo Sayed, la cual ya podía percibir, como emanada de lo más profundo de mi corazón, el cual tanto alimento demandaba y tanta tranquilidad de espíritu anhelaba.
Capítulo VII: Un viaje de encuentro, mi amigo Sayed, el sabio egipcio.
Eran casi la una de la tarde, hora local en Egipto, las personas a mi alrededor caminaban apresuradas hacia el área de recogida de equipajes, como si su paso firme ayudase a que las maletas desembarcasen más rápidamente del avión. Paré repentinamente, por un instante dudé, al ver el cartel que me indicaba “exit”, ya que normalmente viajo solo con mi maleta de mano, aunque giré la cabeza observando las cintas transportadoras, y caí en la cuenta de la gran maleta con material sanitario que había precintado en el Prat, en Barcelona. Tras la recogida de mi samsonite de carcasa rígida, con cuatro ruedas pivotantes, comprada expresamente para la ida de este viaje, fui parado por las autoridades egipcias, quienes recelosos me observaron con extrema pulcritud, aunque parecía que la suerte me amparaba, ya que a la llamada de unos compañeros suyos, que discutían con unos jóvenes árabes acaloradamente, desistieron de inspeccionarme y marcharon velozmente con las manos en posición de desenvainar las porras. Les miré de reojo, mientras con la tranquilidad del iluso marché precipitadamente dejando el rumor del altercado atrás. Inmediatamente franqueé la puerta de salida de pasajeros donde iba al encuentro de mi infatigable amigo. Paré perplejo ante la multitud de personas que esperaban la llegada de sus conocidos, identificaba rostros de todos los tipos, aglutinados, tras unas vallas de protección, observando con animosidad. El griterío era ensordecedor, aunque lo preocupante fue el no reconocer en ningún semblante el de Sayed. Esperé unos diez minutos, recogido, caviloso, preocupado por las consecuencias del momento vivido. ¿Sería posible que le hubiese ocurrido algún problema? ¿Se habría olvidado de venir a recogerme? ¿Estaba actuando arreglo al buen juicio, en el descabellado viaje que había iniciado? ¿Era coherente tanto infortunio cuando realmente mi vida anterior era totalmente acomodada? Las conjeturas y figuraciones que se me presentaban mentalmente me atormentaban, caía sumiso en la vorágine de la desesperación, en lo insoportable del “déjà vu” ¿Qué podía hacer en este momento? ¿Volver? ¿Olvidar mis principios en pos de la calidez del conformismo? No, realmente no, me negaba a profesar en la negación, ante el incordio de tantos ultrajes vividos, decidí creer, sí, tener una creencia vital en mis sentimientos, en ciertos valores, ya que aunque todo ello pareciese una mera anécdota, en realidad estaba iniciando un viaje que pretendía cambiase mi rumbo, buscaba el viraje que me permitiese creer en algo sólido, en la vida misma, en la esencia de todo lo que nos rodea. Por eso deseaba tanto cruzarme con ese anciano apacible que tan buenos momentos me hizo soñar, anhelaba trasponerme y volver a mis ideales de juventud, necesitaba compartir unos minutos, unos segundos, con el viejo guía, quien había conseguido por unos días despertar una leve llama, abrirme, descarnarme, sentir mi propio pecho resquebrajado, aunque todo ello de modo auténtico, real, sublime, inspirador.
Decidí pasear por la gran sala del aeropuerto, a los lados observé diversas casetas de oficinas improvisadas, en las cuales se apilaban personas para contratar vehículos de alquiler, entre estas casetas observé dos oficinas de cambio de moneda. Unos treinta metros hacia la izquierda de las casetas, casi a la altura de una gran escalera, la gente se agolpaba frente a unas máquinas de embalajes de maletas, generando un gran griterío y con innumerables curiosos, los cuales no me permitían divisar a los implicados en la disputa. Inquieto, me acerqué al grupo, lo cual me produjo una grata sorpresa, al observar a un señor con bigote, el cual con sus manos posadas sobre los hombros de quienes le precedían en el improvisado palco del espectáculo, oteaba con la curiosidad de un niño, con la mirada perdida, el desenlace del embrollo que se había formado sobre el embalaje de unas maletas de piel. Tras unos momentos, en los cuales la confusión seguía presente, le exclamé__¡¡¡Sayed!!!, amigo.
Sayed giró su cabeza instintivamente, observándome con una marcada sonrisa, levantando sus manos a mi encuentro, y estrechándome en un gran abrazo me dijo__Por Dios, ya has llegado, disculpa…
Nos sonreímos ya que entre lo mucho que nos unía, la falta de convencionalismos era una de nuestra más arraigada convicción, proponiéndole con cálidas palabras__bueno amigo, espero tener la oportunidad de que me acompañes al hotel, y de invitarte a cenar.
__Sí hombre sí__ repuso con convicción Sayed__no voy a permitir que te alojes en ningún hotel, ven a mi casa, ya está todo preparado, te presentaré a mi familia. Soy pobre pero para un amigo todo es poco.
Dicho esto, comenzamos una prolongada y briosa conversación, mientras subí a su Fiat Punto, y nos encaramos por la ruta Salah Salem, cruzando Heliópolis, en dirección a ciudad de El Cairo, más en concreto, nos dirigimos hacia un nuevo barrio que se estaba edificando en una pequeña colina en el extrarradio de la ciudad. Se trataba de una zona polvorienta, árida como las tierras cercanas al desierto, aunque con los viales ya asfaltados, por lo cual el polvo no lo inundaba todo. La vegetación en estas zonas de nueva construcción era inexistente, ya que las zonas verdes y de recreo, según convenientemente me indicaba Sayed, eran construidas por las asociaciones de vecinos, para hacer más agradables las urbanizaciones. Al llegar a su chalet, admiré con asombro las dimensiones de la casa, toda rodeada por muros exteriores, a media altura, adornados con las propias rejas de seguridad que ofrecían formas forestales graciosas, confiriendo a todo el conjunto una leve sensación de intimidad. Entramos por la verja, encontrándose la fachada principal a escasos dos metros, creándose un pequeño, aunque aireado, porche. La puerta de entrada a la casa estaba abierta, Sayed me invitó a entrar con plácida mirada. Nunca me ha gustado el observar las casas ajenas, ya que siempre he considerado que cada casa es para disfrute exclusivo de su dueño, y en cuanto al gusto siempre he pensado que es un rasgo inherente al carácter de cada persona o familia. Aunque en este caso mi reflexión resultó infantil, ya que al introducirme en él, quedé maravillado de tan gran salón rectangular, de unos cien metros cuadrados, en el cual podía observar tres espacios, de los cuales dos eran de sofás y mesita, con un enorme diván clásico bordado en terciopelo rojo; mientras que el tercero era una gran mesa con ocho sillas majestuosas, frente a un enorme aparador clásico, todos ellos de madera noble, con ribetes dorados, exquisitos bordados en el moblaje, y elegantes formas en los acabados. El estilo individual y de todo el conjunto era claramente una recreación del estilo “Luis XIV”, o sea, de una belleza y sensibilidad espectacular, con dominio del arte galante, algo incomprensible para un occidental que se sintiese hospedado en el hogar de un árabe, algo totalmente perceptible para quien entiende que el gusto, la belleza, la armonía, no es potestativo a los miembros de una civilización concreta, sino más bien es alcanzable a nivel individual. Aunque lo que más me sorprendió, cautivando plenamente mis sentidos, se encontraba en la pared más amplia del salón, precisamente en la pared frente a la puerta de entrada, en su parte izquierda, allí vislumbré un gran mural de escayola y marmolina, con relieves y figuras que sobresalían del mural. Se trataba de una escena campestre, con fondos de palmeras, el sol en lo alto, mujeres acudiendo al río cercano, unos caballos al trote de cacería y a la izquierda unas familias como en un banquete, festejando el día con cantos y danzas, frente al caudaloso río.
__Sayed__comenté sin poder retirar mi mirada del mural__ ¿es obra tuya?
__Que perspicaz eres, Juan__adujo frunciendo el ceño__lo terminé hace una semana, sabía que venías y como ya sabes, duermo muy poco, lo cual me dio la oportunidad de finalizar mi obra en el salón. ¿Te gusta?
__Es impresionante, la verdad que no esperaba esto, estoy sin palabras. Dime, ¿Qué abordas en la escena, algún pasaje del Corán?
__No, que va…, en verdad es un cúmulo de pensamientos, sentimientos, cultura y vida. Sabes, mi abuelo era juez, un gran juez. El era rico, dueño de muchas tierras y contrajo nupcias con cinco esposas. Tuvo más de cien nietos, yo era uno de sus nietos preferidos. A los doce años me regaló una enciclopedia de doce tomos que leí con sumo anhelo en dos semanas. El era feliz en nuestra tierra, se sentía colmado, satisfecho, sabes lo que ello representa para mí.
__Por supuesto Sayed__respondí acercándome al gran mural, sin perder de vista los detalles gravados en él__lo estoy observando en tu obra.
Luego me mostró el resto del chalet, con sus tres habitaciones, cocina, cuarto de baño, y subimos a la primera planta, la cual era simétrica a la planta baja, aunque se encontraba pendiente de finalizar. Me mostró con orgullo el enorme salón de arriba, diáfano todavía, donde pretendía crear una amplia biblioteca y llevar todos sus libros que en la actualidad se encontraban guardados. En ese momento escuchamos alguien que subía por la escalera y nos saludaba, sonriente.
__Buenos días papá__Se trataba de un muchacho de unos veinticinco años, mediana estatura, moreno, de naturaleza obesa.
__Buenos días Baraka__ replicó simpáticamente Sayed__ ya has vuelto, te presento a mi amigo Juan, ha venido de España para visitarnos y complacerme con su compañía. ¿Todo bien?
__Si por supuesto, me voy a la habitación a estudiar, esta semana tocan exámenes, y mañana tengo estadística__ Baraka sacó su móvil del bolsillo, mientras bajaba las escaleras, mostrando su total destreza en el manejo del teclado con su dedo pulgar.
---Ves Sayed__ indiqué en modo casi intuitivo__los jóvenes de hoy en día, son hombres tecnológicos, allá donde sea, dominan los teclados como si fuesen parte de ellos.
__Si, es verdad__repuso Sayed tocándose el estómago con ambas manos__ pero gracias a ello hemos conseguido levantar al pueblo…
Tras estas palabras que deslizó con parsimonia, nos dirigimos al porche de la entrada, sentándonos en unas sillas frente a una pequeña mesa de terraza, ya que el atardecer daba paso tempranamente al ocaso del Sol, y a mi amigo le gustaba disfrutar de la agradable brisa, que según señalaba provenía de los montes cercanos.
__Difíciles momentos se viven…__introduje en modo cortés para abordar una delicada cuestión__¿Como vivís el día a día de las manifestaciones y disturbios que os atenazan?
__¿Nos atenazan?, no hombre no.__negó con un balanceo de cabeza inequívoco, levantándose de la mesa, mientras me respondía pausadamente__ Recuerdas el nombre de mi hijo: Baraka,…, significa bendición, y eso es lo que estamos viviendo en estos días. Sabes, llevamos más de un año levantándonos con fuerza, nos estamos enfrentando día a día. Nuestros jóvenes son nuestro futuro, han logrado ser escuchados, gracias a la tecnología, que permitía por medio de las redes sociales que se movilizase el pueblo. Después de lo de Túnez, nos tocó a nosotros, y vaya si respondimos. Millones de personas respondimos… ¡La revolución blanca llegó!
__Nosotros lo veíamos todo muy livianamente desde Europa__no podía dejar de mirar con atención su marcado rostro, ya que me sentía intrigado por descubrir una realidad que escapa a los ojos de quienes observamos los conflictos en otros países como ajenos, y no llegamos a entender las realidades que marcan dichos peligros__veíamos la corrupción de nuestros políticos, y en mi caso, no alcanzaba a entender tanta ansia de democracia. Además la represión habrá sido muy dura, ¿no?
__Algo importante debes de entender__comenzó a hablar gesticulando con las manos, como queriendo desenvolver un misterio, como desatando algo invisible__Egipto es el único país donde el ejército nunca ha provocado víctimas entre la sociedad civil, sí, el ejército es muy poderoso, muy rico, aunque siempre ha respetado a su pueblo. Las manifestaciones eran contra el régimen autoritario de Hosni Mubarak, de treinta años de opresión en el poder, contra su corrupción. El pueblo, por fin, reclamaba libertad, democracia. La cruenta represión fue obra de la policía, no del ejército, el cual se opuso, provocando el derrocamiento de Mubarak hace un año y un mes. La junta militar disolvió el parlamento, suspendiendo la constitución y levantando el estado de emergencia del país, que existía desde hacía 30 años; para en meses convocar elecciones libres. Ahora el gobierno es islamista, en manos de Mohamed Morsi, pero no está todo resuelto, no… Queda mucho por conseguir en el camino a la libertad, ya que la represión continúa, pero los jóvenes universitarios están alerta de que las nuevas leyes no coarten dicha libertad, …, nuestro ejército también.
La serenidad de mi amigo Sayed, no podía ocultar su excitación y ansia de sentirse actor y espectador, a la vez, de la tan marcada historia reciente en su país. Es lógico que en el crepúsculo de su vida todo suceso que pudiera resultar trascendental para la historia de su tierra, de sus orígenes, de su sociedad, sea observado con la esperanza de quien siempre se mantuviese despierto de mente ante la perspectiva de un mundo mejor. Y así, juntos en el porche, continuamos nuestras meditaciones sobre la nueva política que podía surgir, sobre la familia y sobre la vida, desentrañando los pequeños misterios que parecen bloquear la alternativa de la felicidad. En un momento determinado se escuchó una llamada femenina, que no vislumbré en comprender, tras lo cual Sayed se levantó ágil como una pluma, indicándome con total naturalidad:
__La cena ya está a punto, podemos pasar al comedor.
Entramos sin mediar palabra al gran salón, donde a nuestra diestra se encontraba la mesa perfectamente arreglada para una gran cena, con platos de verduras exquisitos, con centros de mesa repletos de carne y pescado, los cuales hicieron la delicia de una tarde inolvidable. Al acercarnos a la mesa se produjeron las presentaciones formales, Baraka, al cual ya conocía, me sonrió agradablemente, mientras tomaba asiento, tras él, apareció la esposa de mi amigo, Nabiha, una señora de más de cincuenta años, con cuerpo opulento y una enorme cabellera morena, la cual con rostro redondeado y vestida con una hermosa jilbaba negra, con dorados a la altura del pecho, me indicó que me sentase en la cabecera de la mesa. Luego de las presentaciones, en actitud alegre, vimos entrar a su hija Sahira, una hermosa joven, que entró en el salón, desde el pasillo interior, de forma apresurada mientras se quitaba un bonito pañuelo naranja, con ribetes plateados, de su cabellera. La cena fue abundante y con unos sabores orientales que me fascinaron, aunque fue superado por la bandeja de postres, toda ella compuesta de repostería árabe, con fantásticos hojaldres, condimentados con cremas, yemas y frutos tan dispares como higos, pistachos, almendras; con la culminación de un riquísimo té con hierbabuena. Aunque mi mayor impresión de la escena fue la agradable y espontánea conversación familiar que mantuvieron todos los presentes durante toda la velada, un recuerdo que siempre llevo cerca de mi, ya que tan pocas horas me descubrieron un nuevo hogar que siempre guardaré en mi intimidad. Según me comentó en otra ocasión Sayed, su esposa Nabiha era realmente su tercera mujer, ya que a la muerte de su primera esposa, Zahira, por enfermedad, se casó con una mujer española, y marchó a vivir a Madrid, donde compaginaba su nueva vida, con la atención a distancia de sus hijos, lo cual le provocó dispares problemas ya que para una mujer occidental, funcionaria de profesión, era muy complicado el atender a los menesteres familiares de los hijos de Sayed, provocando ello problemas que condujeron al matrimonio a irreconciliables situaciones, que desembocaron en un tortuoso divorcio. A la vuelta de Sayed a Egipto, tras un tiempo de cavilación decidió casarse con la hermana de su primera esposa, ya que cedió a lo que en su cultura era lo comprensible, para el cuidado de sus cuatro hijos, dos de los cuales, Amina y Rayhan, se encontraban estudiando en Hurgada.
Tras la cena me acompañó Sayed a la calle, y sin previo consentimiento, me invitó a subir al coche. Ante tan agradable noche, los impactos y emociones de la velada, agradecí el poder marchar con la ventanilla bajada por las oscuras calles de la árida urbanización. Nos adentramos en grandes avenidas hacia el interior de la gran ciudad, mostrándome Sayed, con su dedo índice, todos los edificios importantes que sobrepasábamos, hasta llegar a un barrio, donde disminuyó la marcha, relatándome que nos encontrábamos en el antiguo y desconocido para los turistas occidentales, barrio Colonial, donde tras varias vueltas, aparcó el auto. Paseamos hasta una agradable cafetería donde entramos, dejándonos inundar por el bullicioso ambiente oriental y nocturno, nos sentamos en un gran diván ubicado debajo de enormes espejos que daban a la sala la sensación de amplitud. Encantado observaba el jolgorio que generaban los egipcios que pululaban frente a nosotros, asombrándome por la moda del caftán que con tanto colorido y gusto vestía a las jóvenes y hermosas muchachas de ojos almendrados, que allí se divertían. Tras el regreso del atento camarero, nos sirvió una tetera dorada, de la cual colmábamos nuestras tazas, y como no podía ser de otro modo, a los minutos nos trajo dos narguiles grandes a los cuales les dio vida con las brasas que introducía en la capucha metálica de su estancia superior. El disfrute de la velada estaba garantizado, acomodándonos en opulentas almohadillas.
__Amigo mío__comenzó a explayarse Sayed, con su habitual ánimo a la conversación__ves…, es hermosa la hospitalidad egipcia, la lástima es que sea tan poco conocida. Debo agradecerte tu entrañable visita, dime, ¿todo va bien por España?
__Por allá, como siempre…__suspiré, mientras relajaba mis sentidos__ mucho trabajo, cada uno ensimismado en lo suyo, aspiraciones que nos desbordan, ilusiones que nos ciegan como la humareda a la hojarasca, no sé…, sin ser tan poético, una sin razón. Todos debemos de trabajar más, ganar más, vivir mejor, sin límites, sin excusas. Nos inundan los derechos, sin entender de deberes, más que los marcados por las leyes, por las normas inducidas por una corrupta democracia. Somos prisioneros de nuestras hipotecas, las cuales nos convencieron que eran necesarias para prosperar.
__Ya lo he conocido__aseveró mi amigo__aquí se camina más pausadamente. En occidente todo el mundo corre, todo funciona con demasiada velocidad. Sabes, aquí si deseas dinero para un negocio, y debes de hipotecarte, el banco lo estudia, y si interesa, ellos se hacen socios tuyo, ya que las cosas deben de marchar con más naturalidad, arreglo a la posición de cada uno, o sea, no con tantos riesgos.
__Entiendo, cada uno es dueño de lo poco que alcanza.
__Así es, nadie añora más de lo poco que alcanza__decía Sayed balanceando afirmativamente su cara__aunque hay carencias…, entendemos mejor la vida.
__La vida__no pude más que repetir su última palabra, y tras un breve silencio, que me permitía seguir aspirando el humo del narguile__dime Sayed, ¿Qué es para ti verdaderamente importante en la vida?
__Durante muchos años lo he pensado, incluso escrito__me indicó con el índice del dedo__escribí un libro sobre el Ka, sobre la vida. Mi más íntima reflexión me llevó a que tengo Ka, trabajo, yo y mi familia tenemos para comer, soy feliz.
__Te entiendo en parte__le indagué__aunque con franqueza, si no me lo explicas mejor. ¿a que te refieres con el Ka?
__Los egipcios antiguos creían en el Ka, como un gemelo de nosotros mismos, que habita en otro plano__todo ello lo afirmaba Sayed con total rotundidad, a la vez que con la mayor naturalidad del mundo__el Ka solo nos puede abandonar en nuestra muerte, o sea, en la muerte de nuestro cuerpo. El Ka es vitalidad, es energía, pero no…, no es extraño a nosotros, antiguamente lo comparaban a un velo invisible. Para el pragmatismo de la mentalidad occidental, deberíais de entender el Ka como una “posibilidad” dada en nosotros mismos de forma divina.
Me regodeé de sus palabras, del significado pleno de su amistad, del ambiente que tantas sensaciones despertaba en mí, de la conversación sin prisas, que nos transportaba, mediante palabras sencillas, a un infinito mar de lugares, tanto a lo lejos, como en lo más profundo de nuestro ser. De este especial modo, comencé a relatar mis frustraciones de años atrás, mis inquietudes ante el recto camino, mi desesperación por el dolor que me producía mucho de lo que conocía, mi alejamiento de la felicidad, que me encaramaba hacia un insidioso aislamiento social, hacia una cruel soledad. Pero también mi rebeldía ante mi mismo, mi lucha interior por no sucumbir, por no permitir que la hipocresía vivida me arrastrase a la ciénaga. Si creía que debía de negarme, de aniquilarme totalmente, para poder renacer, para encontrar sentido a la vida. Por todo ello planifiqué mi viaje de escape, hacia otro mundo donde la intención de conocer, de entender, de ayudar a los más desfavorecidos, a los pobres de verdad, pudiese dar sentido real a mis esperanzas de vida.
__¿Buscas un escape?__me cuestionó Sayed con profunda sonrisa.
La pregunta paró en seco mi íntimo viaje hacia la introspección, dudé una prematura y condicionada respuesta, la cual no debía de ser inducida por el dolor, ni la sinrazón, más bien, le dije de corazón__en verdad no, más que una huída, busco encontrarme, o mejor dicho regresar. Leí hace un año un curioso libro sobre el lienzo de Rembradt “La llegada del hijo pródigo”, y como el autor, Henry Nouwen, describía con tanta hermosura el abrazo del padre al hijo que lapidó su herencia, y volvió fracasado al hogar familiar, un abrazo de acogida, de amor, de absoluta ternura, del padre que no reprocha nada al hijo que regresa arruinado. Una verdadera escena en la cual el verdadero protagonista era el hijo abrazado, ya que su entrega al retornar era absoluta. Eso busco realmente, regresar al correcto camino. He descuidado las cosas importantes amigo mío, y debo de recobrar las fuerzas que me permitan acercarme al abrazo con el mundo, sin rencores, sin remilgos, con la comprensión del pecador redimido, que pueda volver a la felicidad.
__Ahora te entiendo amigo__constató Sayed__yo también, tras tantos años de estudios, he vuelto a leer el Corán, sabes…, su literatura es poesía, la forma de sus letras, los contenidos de sus textos… Todos deberíamos de volvernos hacia lo espiritual.
__Así es__afirmé convencido__cada uno a su manera, según sus principios. Yo, humilde aprendiz, necesito aún conocer este otro mundo, el de las personas que necesitan lo más primordial, lo más básico, como tu bien decías para ser feliz se debe de poder comer, trabajar, y todavía existen países donde ello es muy difícil, donde sus necesidades primordiales son más palpables que las nuestras. Sí, puedo estar regresando como hijo prodigo, pero todavía estoy en camino, y necesito entender… Creo no errar al marchar hacia África Sudsahariana, pasado mañana cojo un vuelo a Nairobi para incorporarme en una expedición médica de ayuda humanitaria. Dime Sayed, ¿quién crees que necesita más ayuda hoy en día?
__África, África, África. Y lo repito tres veces; África__conmovido por mi relato, Sayed se incorporó del diván, acercándose a mí, con sus manos puestas sobre sus rodillas__porque áfrica es el continente, creo que es el más antiguo. Y si no lo creo, al menos África y Asia formaban una sola placa tectónica. Porque Asia y África, lo que separa entre ellos es el Mar Rojo. El Mar Rojo se formó a causa de un cataclismo en la cuarta era geológica. Es decir, que los dos formaban un solo continente. África, que aprovisiona la mayor parte del mundo con oxígeno. Tierra virgen, gente virgen, todo virgen. ¿Qué hemos hecho nosotros? Con rotuladores, entre dos estadistas o tres, habían hecho fronteras. Por eso las fronteras en África son siempre líneas rectas, es muy raro cuando encuentras una línea curva. Y con esas líneas rectas porque esos, los tres, todo lo que querían era la materia prima. No pensaban desarrollar el sitio en el que estaban, donde habían conseguido… Lo podían hacer. Tenían que enseñar a esa gente a hacerlo, pero no les interesaba. Cuando usaban el rotulador partieron las tribus. Algunas tribus están viviendo en tres países a causa del rotulador que hizo mapas, y cada uno de la tribu habla otro idioma; unos hablan francés, otros inglés… ¿Qué pasa? Hemos equivocado a esa gente, y ahora tenemos que ayudar a esa gente. Ayudar no quiere decir ayudarles… No, enseñarles a vivir. ¿Cómo podemos hacer nuestra un tipo de vestimenta? Hay que invertir, hacer un tipo de inversión. Cuando yo digo inversión es la inversión humana, la inversión humana. Vale mucho, vale mucho. Si yo voy a preparar a un niño, o dos, o tres, o cuatro… Si la gente tiene sus pensamientos en el lugar no voy a sufrir de inmigración a mi casa, allí en Europa. Todo el mundo se está quejando de que hay inmigración, pero ellos también se están quejando de que toda la materia prima salió de sus países y no habían aprovechado nada. Cuando había llegado el momento de aprovechar, ese dinero llegaba a una jefatura corrupta. ¿Qué voy a decir? Primero, el primer continente donde debemos empezar es África. Asia se ha librado, la situación en Asia se había mejorado. Detrás de ese hay un país continente que es China, tiene sus influencias también, que absorbe el mercado. ¡Pero África…! En Asia al menos hay carreteras, ¿en África dónde? Hay que hacer carreteras, hay una serie… Pero lo primero es la inversión humana. Hay que animar a esa gente a disfrutar lo que tienen de fuerza natural. Son pacientes. No voy a decir que su color es negro, eso es estúpido; no, no, no. Esa gente cuando estuvieron en más de un sitio de Occidente se dieron cuenta de que el color no cambia; lo más importante para nosotros es el cerebro, el cerebro. Hay gente blanca pero fría. Y hay gente viva. Y ahora los africanos son vivos; saben disfrutar la vida bien. Pero en el momento en cuando la tengan. Disfrutan. Pero hay que hacer esa inversión primero: la inversión humana.
Cuantas noches caigo rendido en la cama, apoyada mi cabeza en la almohada, y rememoro las sabias palabras de Sayed, quien me despertó un concepto nuevo, una clave, una puerta a la esperanza. Inversión humana era la solución sagrada de mi viejo amigo, lo cual contravenía mucho de lo que conocía hasta el momento. No lo entendí en aquel momento, pero sus palabras han virado en mi mente desde ese dichoso día, embriagando mis reflexiones, generando nuevos resortes que me permiten observar la realidad con otros ojos, más comprensivos, más abiertos a toda contrariedad que se pueda suscitar. Cuantos amigos míos me mostraban lo aprendido en África, la sonrisa de sus niños, la inocencia de sus miradas, la placidez de sus rostros, sin entender la verdadera ayuda que necesitaban, con la severa debilidad de quienes necesitan más inversión humana de la que puedan ofrecer. Saben…, atisbaba esta pobre actitud occidental como el verdadero problema que perjudicaba y hacía imposible el hecho del desarrollo. La triste ayuda de quienes solo poseen bienes materiales, de quienes acudían al desarrollo por una necesidad de experimentar, por una carencia de emociones sensibleras, y no por la recta convicción de ayudar. En mi mente se me aparecía el lienzo de Rembrandt, donde pasaba a transformarme de hijo en padre, o peor aún, ya que realmente, con nuestra soberbia, con la legitimidad de quienes vivimos en un mundo más cómodo, mi mente me mostraba la figura a la derecha del padre, la figura del otro hijo, del hijo molesto, por el gran recibimiento que se dispensa a su hermano, con esa mirada inquisitiva que no entiende las circunstancias vividas, ni la sabiduría alcanzada por el hijo que ha vivido penalidades y ha entendido. Tampoco entiende la compasión y el amor del padre que acoge a sus hijos en su seno, sin condiciones, más compasivo con quien más ha sufrido. Sí, realmente somos el hermano que no comprende, que viviendo acomodado rechaza la vuelta del sufrido hermano, aquel castigado por nuestras emociones y sensaciones a solo merecer la pasajera limosna, fruto de nuestro orgullo y arrogancia. En este caso, ¿en qué lugar queda entonces la inversión humana?, ese sagrado bien que merece todo ser humano, ese valor que Sayed implora para todo africano. Queda irremediablemente ahogado en el fondo del fango, en el olvido de las generaciones perdidas, en la desnudez de quienes fueron despojados de sus raíces, de sus tradiciones, de su cultura.
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