Un abrazo en Kibera
Historias de África
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Un abrazo en Kibera
Autor: Raúl Estañol Amiguet
Kibera, Kenya, las chabolas amontonadas. Paseando por los caminos polvorientos y embarrados de sus estrechas y pedregosas callejuelas. Un niño se me aferró a la cintura, lo miré, estaba rígido, pálida. Levanté su rostro, lo conocía. El niño se acercó corriendo desde las vías, llenas de inmundicias, del conocido tren de Kibera. Le sonreí como mi alma me exigía. Él presionaba el abrazo con una fuerza estre-mecedora, yo lloré en el desespero del recuerdo, en la fragua de la impotencia.
Una vez, en otro viaje pasado, su madre, en perfecto inglés, me suplicaba que lo llevase a Europa, que lo adoptase, que lo cobijase, mientras ella misma quedase sola. Mi juventud e inexperiencia no entendían nada, y con dulces y cínicas palabras les tranquilizaba. Aunque la pequeña familia, tal cual pétreas esculturas griegas, continuaban su imagen de desesperación.
Hoy, más consciente, su forzado abrazo se clava en mis entrañas con un dolor agonizante. Yo no era el único abrazado, ya que el niño prodigaba su súplica entre todos aquellos que creíamos realizar desarrollo, o una tenue ayuda humanitaria.
El niño era sabio, nosotros ciegos. Aunque mi ceguera había remitido al conocer el estado de salud de Steven. Sí, Steven se moría, simplemente necesitaba la medicación del musungu, necesitaba de los hospitales y del tratamiento médico del mundo occidental. Su madre imploraba, sí, aunque no por una vida mejor, no por una vida más cómoda; más bien, imploraba por la supervivencia de Steven.
La ley, en África, no perdona, no esquiva, no confunde. Los minusválidos de nuestro mundo, los enfermos crónicos de Europa, que perviven con derechos adquiridos, en nuestro Estado de Bienestar, aquí, entre las casuchas recauchutadas, simplemente no están.
Si escuchas en la profundidad del viciado viento, a lo mejor los sientas, aunque ya no están. Y son tantos…
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