El consumismo. La seducción del deseo. Autor: Raúl Estañol Amiguet.
El capitalismo ha manifestado diversas transformaciones en los dos últimos siglos con el único fin de supervivencia como sistema hegemónico. Una de sus últimas innovaciones como sistema fue el consumismo, el cual se ha impuesto en todos los quehaceres de nuestras vidas con una lógica aplastante que paso a definir: según el capitalismo la producción de bienes y servicios por los medios productivos responde a una ley de
Pues bien, con una oferta cubierta el sistema, gracias a unos medios de información y mediáticos cada vez más controlados y dirigidos, va a poder legitimar un número ingente de atropellos y disparates. Tras el control de
De este modo, el dinero se propugna como medio de un fin: la compra; o sea como medio de satisfacción del deseo, dicho deseo es generalmente incitado por todos los medios disponibles. El tiempo de ocio conquistado por las clases trabajadoras no se destinará a ningún ideal modernista de libertad, ni de busca del saber, todo lo contrario, se propugnará la sociedad del ocio, la sociedad del mantenerse veladamente distraídos, como si ello aportara la verdadera felicidad aristotélica.
El sinsentido del consumismo es mayor si nos percatamos del fin del capitalismo, dicho sistema debe de crecer de una forma progresiva, geométrica, mediante la aceleración del intercambio de bienes y servicios, esa es la definición estricta de consumismo, o sea un sinsentido del sistema liberal. Válgame como ejemplo, un chiste, cuya fuente es la sabiduría popular: “un alemán entra en un hotel, pide una habitación al recepcionista, el cual le cobra 50 euros; con los 50 euros el recepcionista paga la factura del electricista, de una reparación de la semana anterior; el electricista suspira, ya que con esos 50 euros paga la mensualidad de compra de pan al panadero que trabaja en la misma calle donde se sitúa el hotel; el panadero recibe el dinero, aliviado se alegra, y va directamente a la esquina a pagarle los servicios de una prostituta:
Vil trampa encubierta, ya que es generadora de muchos dilemas acerca de la dirección del actual modelo económico: ¿hasta cuando?, ¿hasta donde?, ¿costes de dicha aceleración?, ¿consecuencias? Pero bueno, lo importante es la pervivencia del sistema y no el planteamiento de hipótesis; ello es demostrado por las instituciones que dominan el mundo: Banco Mundial, FMI, sistema ONU; los cuales siguen ciegos a la vorágine del crecimiento exponencial del consumo, aunque de forma irónica se precipitan últimamente a ampliar el denominado “léxico último”, tan bien explicado por Richard Rorty, como el sistema de argumentaciones último que poseemos para explicar algo; por ello el Banco Mundial ha impuesto denominaciones como “sostenibilidad”, “cooperación al desarrollo”, “objetivos del milenio”, “economía informal” para que sean términos de obligado cumplimiento y rezo, para cualquier institución que se precie; cuando en realidad son simples proclamas de un imposible. Pero bueno, en estos primeros años del siglo XX, se está intentando volver al vocabulario cercano, al ideal caduco de modernidad, ello mediante la proclama de los Objetivos del Milenio, objetivos impregnados de buenas intenciones hacia los países considerados subdesarrollados por el mundo occidental, los mismos países que años atrás han sufrido los mayores atropellos concebibles, y los cuales siguen siendo puntos estratégicos para las economías occidentales en su desarrollo capitalista, aunque todo ello apoyado publicitariamente por la legitimidad que pueda dar a Occidente el ideal modernista de llevar las democracias,
Desde 1995 una nueva táctica dirigida por el Banco Mundial entra en acción, una nueva reglamentación internacional que permita la entrada de ONGs en dichos países del Sur, o sea una de las facciones de “cooperación al desarrollo” para poder penetrar en estos empobrecidos países el inmaculado ideal de democracia, como referente de suprema libertad, mediante las cuantiosas subvenciones que otorgarán el sistema ONU,
El término “economía informal” me suscita un especial interés, debido a mis viajes y estancias en zonas empobrecidas de África, ya que se considera cínicamente “economía formal” a la justa economía, la que debería de regularse y normalizarse en todos los países del Sur, aunque paradójicamente la mayoría de ciudadanos de zonas empobrecidas ganan en un mes lo que se gastarían en una, dos o ninguna hora consumiendo en dicha economía formal. Me refiero a ninguna hora debido a que el alto coste de muchos artículos, unido a la imposibilidad física de poder acudir a dichos mercados hacen inviable la posibilidad de acceso a la tan laureada por el sistema capitalista como “economía formal”; la cual es la economía de los futuros consumidores del Sur. Destacaré como peculiar la postura de China, la tercera potencia comercial mundial, en el consumismo africano, debido a que su modelo económico es distinto al “occidental”, mediante sus productos de muy bajo coste ha mejorado el poder adquisitivo africano, aunque en perjuicio de la producción africana textil. La “economía informal” en los países del Sur es criticada muy sutilmente, incidiendo los organismos internacionales en que debería desaparecer progresivamente; aunque realmente dicha economía, dicho intercambio de bienes y servicios es el legítimo de dichos pueblos, no es economía informal, es la economía popular o del pueblo; la cual evita realmente el hambre en los países del Sur, la cual evita en muchas ocasiones la muerte de sus humildes ciudadanos, la cual molesta a los países occidentales, ya que no intervienen en sus mercados, y la cual con tanta sutileza critican. Pues bien, abogo por su potenciación, por la potenciación de la “soberanía agroalimentaria”, por la potenciación de todos los recursos que permitan el desarrollo de una vida digna para los ciudadanos de los países del Sur, con sus propios mercados internos, con un desarrollo “social” y no “neoliberal-económico”, dicho proceso se debería de orientar al fortalecimiento de las relaciones horizontales.
A nivel colectivo se han forjado en la actualidad dos clases culturales distintas, aunque con diferencias no totalmente definidas: la élite cultural y la cultura de masas. Con las ventajas sociales que se fueron alcanzando en el siglo XX principalmente, se generó un nuevo estado para la mayoría de los occidentales: “el estado del bienestar”, significativo indicador macroeconómico que utilizan nuestros actuales gobiernos con su caduca aunque útil concepción modernista como indicador de felicidad del ser humano. En realidad el estado de bienestar se refiere únicamente a un indicador de posicionamiento en la sociedad de consumo, o sea a la mera posibilidad de compra. La sociedad de masas ha derivado por múltiples motivos en una sociedad de consumidores, más consumo y por supuesto más y más entretenimiento, su resultado no es la anteriormente mencionada cultura de masas, más bien es el “entretenimiento de masas” consumidora voraz, la cual incluso considera a los objetos culturales, destacando entre ellas las obras de arte, como objetos de consumo, aunque no tengan ninguna función específica de consumo, más que su durabilidad y como inversión. Cultura, y uno de sus principales emblemas porteadores: la educación, están en una profunda crisis; producida por el interés generalizado que todo lo materializa. Por otra parte la élite cultural se refugia en sus tertulias, en sus investigaciones como técnicos, ajenos al devenir del mercado, y cómodos conservando una posición privilegiada de espectadores del sin sentido. En este ámbito poco ha variado respecto a la élite cultural de
A nivel individual psicológico el logro del capitalismo ha sido consumado, ya que el único ser humano que se puede preciar es el considerado “consumidor nato”. Ser consumidor es signo de riqueza, ser consumidor es signo de disponer de tiempo libre. Pobre muerto de hambre el que no lleve la ropa de moda, el que no tenga en su domicilio televisión de última generación, junto a todos los accesorios electrónicos que las casas modelo reflejadas en las publicidades nos imponen; tener un coche nuevo, vivienda y vivienda de vacaciones,… De este modo un ser humano autorrealizado no es el que marca la ley de Maslow, el marketing cumplió su tarea, ya que un ser humano autorrealizado es en realidad el individuo que puede ostentar la culminación de sus deseos, por banales e ínfimos que sean; de este modo, no importa la verticalidad de nuestras aspiraciones, importa la consecución de nuestros deseos.
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