La España cañí
Autor: Raul Estañol Amiguet
Un niño gitano, delgado y de pequeña estatura, juega distraído entre montones de neumáticos esparcidos en el suelo, subido en uno de ellos empuña un gran palo, levantado hacia el cielo— Eureka, mis confines son de otro mundo, yo El Salvador los libero—. Su hermanita, descalza y harapienta, sentada en tierra polvorienta, observa encandilada los infantiles arrebatos de una infancia sin caprichos, pero con una imaginación infinita. A escasos metros se puede apreciar una vieja reja oxidada, tras la cual era elocuente la algarabía provocada por las gallinas allí confinadas.
En este extraño paraje nada es lo que parece, como en la vida misma. Las edificaciones nuevas y modernas que asoman hacia la zona del bulevar, al otro lado de la nueva Fe, encierran y acorralan a los mugrientos y deteriorados edificios de protección oficial, los cuales, tras jardines y arboledas, esconden el pasado de gente humilde, quienes tuvieron que lidiar con los gitanos de la avenida de la Plata.
Hoy eso ya es un olvido. Esta pobre gente: asalariados, subvencionados, gitanos, payos, mendigos, subsisten en plena convivencia. La integración social no es de sentido único, el sentido contrario entrampa, a quien no baraja bien, hacia situaciones nefastas, donde el correr del tiempo amarga nuestras esperanzas; y por desgracia, hace correr el peligro a quienes con deseo de prosperar se enfangan en vicios, deudas, bajas rentas, y un querer y no poder que les limita sus ambiciones, les convierte en mendigantes del lujo, en ambiciosos de lo superficial.
— Chacho, coge la niña y vamos pa casa— El padre, de nombre Toñote, reclama la atención de los chicos, quienes inmediatamente obedecen a su progenitor dirigiéndose hacia el portal amarillo de un viejo edificio. Mientras se escucha el rugido del motor de un BMW negro que incomoda a Toñote, quien echa para atrás y les increpa— escucha! lleva la candela a otra parte, che , me entiendes o que...
La ventanilla del vehículo se abre lentamente, dos rostros pálidos, en el interior, hablan entre sí — tranquilo Gabi, es el compadre de la Latina, no interesa meterse...
— ¿¿No escucháis, o que?? ¿¿A más, para que tanto ruido de motor??
— Hay chaco, es que la pasma cada día corre más...— el breve acudido provocó una risotada, que siguieron con mucho gusto los chiquillos de alrededor. Así era antaño la escuela de la calle, aquella que enseña de frente a quienes no tienen nada que perder. El fuerte logra reconocimiento y dinero, los demás mientras viven, engañan y logran algún beneficio, sobreviven con lo que la vida les descubre. Aunque en nuestros días la escuela ha cambiado: la demagogia, las envidias, las drogas, el vicio y la mentira convincentemente relatada, compiten por llegar al trono. Frágil herencia popular, reflejo deformado de aquellos que nos mandan.
Una chica joven, guapa y delgada, contornea su cuerpo, danzando frente a varios muchachos sentados en un banco. Ellos, absortos en su conversación y en el fumeteo de un porro de marihuana, la ignoran. Mientras tanto, un viejete panzudo, con rostro sudado y mirada de pánico, se le acerca. Se trata de Victor un habitual del bar la Cantera— niña, dime por cuánto te hago un favor...
Toñote observando la escena, muestra levemente su confusión. La chica, Martina, sobrina de Toñote, sonríe coquetamente al expectante viejete mientras se le acerca. Victor, sin tiempo a reacción recibe un severo golpe en el cogote que lanza su testa al suelo, oyéndose un contundente golpe, al precipitarse hacia un peldaño de la acera, tras lo cual Toñote recrimina a su sobrina— niña! ¿No te da vergüenza? Tira pa arriba y ya hablo con la mama.
Inmediatamente se llena la calle de gentío, quienes van llamándose, surgiendo de todas partes. Todos reclaman al héroe, a quien con coraje había comenzado la riña. En el segundo piso surge con estruendo una señora obesa, de grandes dimensiones, con una bata azul floreada, que le caía hasta los tobillos, ¡¡¡quien con grito desesperado— Toñote!!! ¡¡Mátalo!! ¡¡Mátalo!!
El viejo Víctor sentado en el suelo, aturdido, muestra una gran brecha en la cabeza, a la altura de la frente. Así y todo, con los brazos increpa a quienes le acosan.
Así es, solo sangre, ningún muerto, ni delito. La policía nacional brilla por su ausencia, ninguna sirena, ni patrulla se aproxima. Estar, estarán, aunque los tiempos han cambiado; y como bien dije: la demagogia, las envidias, las drogas, el vicio y la mentira convincentemente relatada, compiten por llegar al trono. Frágil herencia popular, reflejo deformado de aquellos que nos mandan.
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