La mesa de la discordia
Autor: Raúl Estañol Amiguet
La plaza se encaramaba en la parte alta del pueblo, era pequeña y circular, con una preciosa fuente de cuatro caños, alrededor de la escultura de una pareja de agricultores en posición galante. Este era el corazón de la vida social de Cañizar del Olivar, el pueblo de las dos mentiras, donde sobresalía la fachada barroca de la Iglesia, con su alto campanario adosado, y el enorme nido de cigüeñas, en lo alto, abandonado en estas fechas. Justo enfrente un amplio porche, con gruesas columnas, que preceden la casa consistorial, así como edificios bajos que colindan alrededor, entre los que destaca el amplio casino con grandes ventanales, donde se vislumbra, desde primeras horas de la tarde, las mesas repletas de partidas de baraja, entre el barullo de los habituales contrincantes.
La puerta de entrada a la Iglesia se abre precipitadamente, saliendo a la carrera un diminuto personaje, con rostro risueño, una gran frente despejada, mejillas sonrojadas y vestimenta informal. El alzacuellos delata al simpático mosen Agustín, quien camina presuroso, levantando la mano levemente, mientras saluda a los feligreses que se cruzan en su camino hacia el casino, donde entra sin premura. Ya dentro se apoya en la barra, donde golpea levemente el hombro de Pepe el Enojado, en señal de confianza, quien levantando las grandes cejas y con una leve mueca le da la bienvenida.
Esparcidas, en el salón del casino, cinco mesas repletas de vecinos, los cuales jugaban animados, alzando los naipes para precipitarlos violentamente sobre la mesa, mientras cantaban unos “en bastos”, otros en “copas”. En la esquina, discuten emocionados y alterados Emilio el pescadero y D. Pablo, el boticario, reclamándose mutuamente, ya que siendo pareja en el juego, recelan entre ellos, perjudicándose el uno al otro. Ante las risotadas de su pareja rival: Antonio y Cebrián, dos pensionistas ya con los deberes de la vida más que cumplidos. Todo ello atrae la expectación a mosen Agustin, quien toma asiento cerca, divertido por la escena.
— Como un hombre de ciencia, se puede dejar llevar de tal manera— comenta alegremente mosen Agustin.
D. Pablo se levantó violentamente, mirando fijamente al distraído sacerdote, mientras le recriminaba— mejor vivir de la ciencia y la verdad, y que se descubran las mentiras de ese Dios, por el que tanto provecho habéis sacado.
Emilio recodeandose atrás, muestra su enorme panza, mientras se echa las manos al cogote— por Dios, Pablo, oh perdón, por Cicerón o caridad, no la tengamos más, que el pobre mosen no tiene culpa de nuestra falta de entendimiento en los naipes.
Mosen Agustin intentaba mantener la calma, tragando con sorbos cortos su café con leche, mientras observaba las expresiones de manos divertidas, de los ancianos Antonio y Cebrián, de imprevisto contestó— Amigo Pablo, la ciencia esta descubriendo muchas cosas, tanto en su interior, hasta arrimarse a los átomos, como mirando para fuera, observando las estrellas. Pero todo lo que se descubre, en que mentiras pillas a Dios?
Tras un leve silencio, D. Pablo repuso— en la mentira que tantos años nos tragamos..., desde los romanos hasta hoy obligabais a la creencia del burrito, a que lo que decíais era verdad y los demás a callar.
—Pues ahí te doy la razón— espeto mosen Agustin, en actitud reflexiva— la tutela celeste medieval de la Iglesia, también hoy ha llevado a una “no pregunta”.
— Jo!! Ahora si que me he perdido— Emilio paso de rasgarse el cogote a acariciarse su propia frente— y cual es esa no pregunta?
Pablo, irguiendo su cuerpo, con gesto de magnificencia comenzó a discursar— la no pregunta es cosa más de paletos, los mismos que os seguían y os siguen.
— correcto— comentó repentinamente mosen Agustin— así como de esa raza nueva de ignorantes que dicen llamarse agnósticos.
De la calle, como un relámpago, entra a la carrera un mozalbete, concentrado en su sprint, volteando la cabecita tras cada zancada, acercándose a la mesa de la discordia, y presentándose con una enorme sonrisa, Pablito el hijo de D. Pablo, con su enorme cara pecosa. Mosen Agustin le acaricia el pelo, mientras observa que D. Pablo, ante la mirada alegre de su hijo, relaja sus rasgos, sintiendo un ligero tembleque en las piernas, endulzando levemente su mirada, y mostrándole una tímida sonrisa.
— Ea!!! — gritó Pepe “el Enojado”, desde la barra, donde dejo caer su enorme jarra de cerveza negra— recuerda D. Pablo que los agnósticos surgen de la comodidad, de la dejadez, del no porque no, y a mi que no me lo expliquen.
— Verdad Pepe— viró su mirada D. Pablo hacia la barra, con vehemencia— pero yo soy hombre de ciencia empírica, un epistemologo nato, un verdadero ateo, libre de esa culpa.
-Aaaaaah!!’— exclamó tras escuchar con ojos de expectación Pepe el Enojado— ateo de convicción..., de ahí surgieron los más creyentes. Si no, dame pruebas que diga la ciencia de porque los angeles no existen.
—Je, je, je— carraspeó D. Cebrián— infantil ciencia, que al estar de moda, se mete en donde no le llaman, y la lían al intentar demostrar en aquello que no alcanzan.
— Y yo zanjo la disputa por edad— expuso D. Antonio— os invito a chupitos de orujo, que logren elevar nuestro aturdido espíritu.
Los caminos divergen y convergen en la vida, como según la cuántica, dos puntos lejanos, que al doblar la hoja, coinciden. Así D Pablo y mosen Agustin, con sus diferentes pensamientos, coinciden en su sentido. El absurdo de un choque entre semejantes. La posibilidad nublada de una nueva amistad.
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