“La pelea de los colores”
Autor: Raúl Estañol Amiguet
Amanecía con tormentas Cañizar del Olivar, enormes nubarrones de gris oscuro barrían a una considerable velocidad su cercano peñasco. Pepe el Enojado, en la puerta del casino observaba plácidamente el baile de las nubes, dejando rozar su áspero rostro con la fuerza de la gélida ventisca, mientras los rayos iluminaban el horizonte, tras lo cual Pepe murmuraba— uno, dos tres— y un horrible trueno rugía como un león— pues si, la tormenta se acerca...
Del callejón a la izquierda surgía un peculiar personaje, con cuerpo atlético, elevada talla y con un cabello escaso, repeinado con enorme esmero, con la clara intención de tapar sus profundas entradas. Se trataba de Víctor, el hijo de D. Hilario, audaz abogado, ya que nunca ejerció, ni se le conoció trabajo ninguno, pero quien, con sus lisonjeras palabras y la elocución de sus discursos, era el líder de los “amarillos”, ganando las pasadas elecciones y adquiriendo el recelado título de “ilustrísimo alcalde De la Villa”. Sus presurosos andares lo dirigían hacia la casa consistorial, donde entre sus gigantescas columnas dóricas se apiñaban decenas de personas que cuchicheaban azarosamente, no sin perder de vista a la incierta tempestad.
— alcalde, sinvergüenza!!— gritaba indignada Pilar, la estanquera, mujer delgada y enérgica, quien lograba sobresalir, con su carita pálida, entre la muchedumbre, para mirar fijamente los andares del alcalde.
Mientras tanto, el alguacil de la Villa chillaba improperios para que la multitud cediese espacio, a modo de pasillo, lo cual permitió a los cinco concejales y al alcalde entrar en la Casa Consistorial, encaramándose por la gran escalera central, hacia la sala de reuniones, ubicada en la primera planta.
— Querido Mario, son momentos difíciles— Victor ya en la sala saludaba agradablemente al líder de sus contrincantes, al jefe de los “marrones”, quien no podía evitar mirarlo con cierto resquemor.
Renglón seguido, una secretaria, con las gafas de lectura semicaídas sobre su fina nariz, entregó diversas carpetas a Mario, su encantador jefe, aquel a quien miraba con ojitos de fascinación. El encantador Mario, calvo, con cara estrecha y mirada despierta, de niño llegó junto a su padre Cebrian, su madre Rosario y su hermana Rosarito, de un barrio marginal de una gran ciudad, e hizo la oscura promesa de relacionarse bien, para sacar provecho de todo aquel que fuese merecedor de sus, tiempo atrás exageradas, hoy refinadas adulaciones.
En la calle el clamor era ensordecedor, las personas allí concentradas se agitaban lanzando voceríos al unísono— ladrones, nos habéis robado el agua...
El alguacil, nervioso y ruborizado, ¿¿se dirigió a D. Victor— aviso a los policías y desalojamos la concentración??
— No hombre, no, el pleno es a puertas abiertas, que pasen siempre y cuando mantengan los modales— D. Victor tras pronunciar estas palabras, sonrió como buen jugador de mus y dirigiéndose a los presentes relató con solemnidad— aquí estamos para presentar la firma y el acuerdo sobre el manantial del Charco Negro.
— Acuerdo o robo de nuestro manantial? — preguntó amenazante Pedro, el portavoz de los marrones— porque los pueblos de La Zoma y Castel de Cabra van a disfrutar del manantial para el riego de sus huertas, y nuestro paraje natural se va a pique!!
Tras el portavoz todos los miembros del partido de los marrones, al igual que los simpatizantes allí congregados, mostraron el malestar y las dudosas influencias de familiares de D. Victor, con campos de almendros y granjas porcinas en los aledaños de los pueblos vecinos.
D. Victor tras ceder el tiempo que consideró adecuado, sermoneó tajantemente— Las cuestiones públicas son complejas, la Mancomunidad del Alto Aragón se ha comprometido con nuevas inversiones en nuestro Cañizar del Olivar: mejora del polideportivo y de caminos de tránsito, todo ello está escrito...— al finalizar su alocución observó expectante a su contrincante D. Mario.
— Tu sinceridad me conmueve, la certidumbre de las ventajas descritas me llevan a estar de acuerdo con ello— el cinismo de Mario, recrudecía su pícara mirada, frotándose las manos tras el pacto secreto. Su sorpresiva abstención ratificó el pacto de la canalización del manantial. Tras lo cual y en tono solemne concluyó— Aunque por el modo de llevar el asunto D. Victor y sus compinches, deberé en breve de proponer una moción de censura, para expulsar al partido amarillo del gobierno del pueblo.
El público enmudeció, alguno despistado vitoreó a D. Mario, todos cabizbajos abandonaron lentamente el recinto, refunfuñando a regañadientes con quienes por azar a sus lados andaran, exponiendo versiones nuevas, aunque en realidad, sin entender ni papa de lo ocurrido.
Con disimulo y paciencia, D. Victor marchó a su despacho, seguido a pocos pasos por su contrincante D. Mario, quien ya sentado, con copa de brandy en la mano, le dijo en tono relajado— disculpa Victor la crudeza de mis palabras, mis votantes creen en mis opiniones y debo de mostrar entereza, no creas todo lo que de mi boca salga...
— Ja, ja, entiendo lo tuyo; ya que lo importante no es lo que opinamos, ni logremos. Importa que ellos nos crean, nos sigan, vean que los amarillos son los mejores, o da igual, que sean los peores, si todos ellos riñen y discuten, van a ir a votar.
Y así, en el Reino entero, mientras las gentes discutían, se emocionaban, ¡¡se preocupaban y votaban!!, los líderes amarillos y marrones ya no ERAN, pero sí que lo PARECÍAN.
Nota del autor. Este cuento va en memoria de tantos y tantos funcionarios públicos que sencillamente confunden lo público, en lo particular, y a sabiendas...
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