Buscar Con tu primera visita a nuestra web estás siendo informado de la existencia de cookies y de la presente política de cookies. En futuras visitas puedes consultar nuestra política en cualquier momento en la parte inferior de la web "Política de Cookies". Con tu registro en la web y/o la mera navegación estás consintiendo la instalación de las cookies informadas (salvo que hayas modificado la configuración de tu navegador para rechazar cookies).  Puede cambiar la configuración u obtener más información 'aquí'.

Historias de Juan Nadie » Séptimo: Un viaje de encuentro, mi amigo Sayed, el sabio egipcio. »


 Autor: Raul Estañol Amiguet

 

Eran casi la una de la tarde, hora local en Egipto, las personas a mi alrededor caminaban apresuradas hacia el área de recogida de equipajes, como si su paso firme ayudase a que las maletas desembarcasen más rápidamente del avión. Paré repentinamente, por un instante dudé, al ver el cartel que me indicaba “exit”, ya que normalmente viajo solo con mi maleta de mano, aunque giré la cabeza observando las cintas transportadoras, y caí en la cuenta de la gran maleta con material sanitario que había precintado en el Prat, en Barcelona. Tras la recogida de mi samsonite de carcasa rígida, con cuatro ruedas pivotantes, comprada expresamente para la ida de este viaje, fui parado por las autoridades egipcias, quienes recelosos me observaron con extrema pulcritud, aunque parecía que la suerte me amparaba, ya que a la llamada de unos compañeros suyos, que discutían con unos jóvenes árabes acaloradamente, desistieron de inspeccionarme y marcharon velozmente con las manos en posición de desenvainar las porras. Les miré de reojo, mientras con la tranquilidad del iluso marché precipitadamente dejando el rumor del altercado atrás. Inmediatamente franqueé la puerta de salida de pasajeros donde iba al encuentro de mi infatigable amigo. Paré perplejo ante la multitud de personas que esperaban la llegada de sus conocidos, identificaba rostros de todos los tipos, aglutinados, tras unas vallas de protección, observando con animosidad. El griterío era ensordecedor, aunque lo preocupante fue el no reconocer en ningún semblante el de Sayed. Esperé unos diez minutos, recogido, caviloso, preocupado por las consecuencias del momento vivido. ¿Sería posible que le hubiese ocurrido algún problema? ¿Se habría olvidado de venir a recogerme? ¿Estaba actuando arreglo al buen juicio, en el descabellado viaje que había iniciado? ¿Era coherente tanto infortunio cuando realmente mi vida anterior era totalmente acomodada? Las conjeturas y figuraciones que se me presentaban mentalmente me atormentaban, caía sumiso en la vorágine de la desesperación, en lo insoportable del “déjà vu” ¿Qué podía hacer en este momento? ¿Volver? ¿Olvidar mis principios en pos de la calidez del conformismo? No, realmente no, me negaba a profesar en la negación, ante el incordio de tantos ultrajes vividos, decidí creer, sí, tener una creencia vital en mis sentimientos, en ciertos valores, ya que aunque todo ello pareciese una mera anécdota, en realidad estaba iniciando un viaje que pretendía cambiase mi rumbo, buscaba el viraje que me permitiese creer en algo sólido, en la vida misma, en la esencia de todo lo que nos rodea. Por eso deseaba tanto cruzarme con ese anciano apacible que tan buenos momentos me hizo soñar, anhelaba trasponerme y volver a mis ideales de juventud, necesitaba compartir unos minutos, unos segundos, con el viejo guía, quien había conseguido por unos días despertar una leve llama, abrirme, descarnarme, sentir mi propio pecho resquebrajado, aunque todo ello de modo auténtico, real, sublime, inspirador.

 

Decidí pasear por la gran sala del aeropuerto, a los lados observé diversas casetas de oficinas improvisadas, en las cuales se apilaban personas para contratar vehículos de alquiler, entre estas casetas observé dos oficinas de cambio de moneda. Unos treinta metros hacia la izquierda de las casetas, casi a la altura de una gran escalera, la gente se agolpaba frente a unas máquinas de embalajes de maletas, generando un gran griterío y con innumerables curiosos, los cuales no me permitían divisar a los implicados en la disputa. Inquieto, me acerqué al grupo, lo cual me produjo una grata sorpresa, al observar a un señor con bigote, el cual con sus manos posadas sobre los hombros de quienes le precedían en el improvisado palco del espectáculo, oteaba con la curiosidad de un niño, con la mirada perdida, el desenlace del embrollo que se había formado sobre el embalaje de unas maletas de piel. Tras unos momentos, en los cuales la confusión seguía presente, le exclamé__¡¡¡Sayed!!!, amigo.

 

Sayed giró su cabeza instintivamente, observándome con una marcada sonrisa, levantando sus manos a mi encuentro, y estrechándome en un gran abrazo me dijo__Por Dios, ya has llegado, disculpa…

Nos sonreímos ya que entre lo mucho que nos unía, la falta de convencionalismos era una de nuestra más arraigada convicción, proponiéndole con cálidas palabras__bueno amigo, espero tener la oportunidad de que me acompañes al hotel, y de invitarte a cenar.

__Sí hombre sí__ repuso con convicción Sayed__no voy a permitir que te alojes en ningún hotel, ven a mi casa, ya está todo preparado, te presentaré a mi familia. Soy pobre pero para un amigo todo es poco.

 

Dicho esto, comenzamos una prolongada y briosa conversación, mientras subí a su Fiat Punto, y nos encaramos por la ruta Salah Salem, cruzando Heliópolis, en dirección a ciudad de El Cairo, más en concreto, nos dirigimos hacia un nuevo barrio que se estaba edificando en una pequeña colina en el extrarradio de la ciudad. Se trataba de una zona polvorienta, árida como las tierras cercanas al desierto, aunque con los viales ya asfaltados, por lo cual el polvo no lo inundaba todo. La vegetación en estas zonas de nueva construcción era inexistente, ya que las zonas verdes y de recreo, según convenientemente me indicaba Sayed, eran construidas por las asociaciones de vecinos, para hacer más agradables las urbanizaciones. Al llegar a su chalet, admiré con asombro las dimensiones de la casa, toda rodeada por muros exteriores, a media altura, adornados con las propias rejas de seguridad que ofrecían formas forestales graciosas, confiriendo a todo el conjunto una leve sensación de intimidad. Entramos por la verja, encontrándose la fachada principal a escasos dos metros, creándose un pequeño, aunque aireado, porche. La puerta de entrada a la casa estaba abierta, Sayed me invitó a entrar con plácida mirada. Nunca me ha gustado el observar las casas ajenas, ya que siempre he considerado que cada casa es para disfrute exclusivo de su dueño, y en cuanto al gusto siempre he pensado que es un rasgo inherente al carácter de cada persona o familia. Aunque en este caso mi reflexión resultó infantil, ya que al introducirme en él, quedé maravillado de tan gran salón rectangular, de unos cien metros cuadrados, en el cual podía observar tres espacios, de los cuales dos eran de sofás y mesita, con un enorme diván clásico bordado en terciopelo rojo; mientras que el tercero era una gran mesa con ocho sillas majestuosas, frente a un enorme aparador clásico, todos ellos de madera noble, con ribetes dorados, exquisitos bordados en el moblaje, y elegantes formas en los acabados. El estilo individual y de todo el conjunto era claramente una recreación del estilo “Luis XIV”, o sea, de una belleza y sensibilidad espectacular, con dominio del arte galante, algo incomprensible para un occidental que se sintiese hospedado en el hogar de un árabe, algo totalmente perceptible para quien entiende que el gusto, la belleza, la armonía, no es potestativo a los miembros de una civilización concreta, sino más bien es alcanzable a nivel individual. Aunque lo que más me sorprendió, cautivando plenamente mis sentidos, se encontraba en la pared más amplia del salón, precisamente en la pared frente a la puerta de entrada, en su parte izquierda, allí vislumbré un gran mural de escayola y marmolina, con relieves y figuras que sobresalían del mural. Se trataba de una escena campestre, con fondos de palmeras, el sol en lo alto, mujeres acudiendo al río cercano, unos caballos al trote de cacería y a la izquierda unas familias como en un banquete, festejando el día con cantos y danzas, frente al caudaloso río.

 

__Sayed__comenté sin poder retirar mi mirada del mural__ ¿es obra tuya?

__Que perspicaz eres, Juan__adujo frunciendo el ceño__lo terminé hace una semana, sabía que venías y como ya sabes, duermo muy poco, lo cual me dio la oportunidad de finalizar mi obra en el salón. ¿Te gusta?

__Es impresionante, la verdad que no esperaba esto, estoy sin palabras. Dime, ¿Qué abordas en la escena, algún pasaje del Corán?

__No, que va…, en verdad es un cúmulo de pensamientos, sentimientos, cultura y vida. Sabes, mi abuelo era juez, un gran juez. El era rico, dueño de muchas tierras y contrajo nupcias con cinco esposas. Tuvo más de cien nietos, yo era uno de sus nietos preferidos. A los doce años me regaló una enciclopedia de doce tomos que leí con sumo anhelo en dos semanas. El era feliz en nuestra tierra, se sentía colmado, satisfecho, sabes lo que ello representa para mí.

__Por supuesto Sayed__respondí acercándome al gran mural, sin perder de vista los detalles gravados en él__lo estoy observando en tu obra.

 

Luego me mostró el resto del chalet, con sus tres habitaciones, cocina, cuarto de baño, y subimos a la primera planta, la cual era simétrica a la planta baja, aunque se encontraba pendiente de finalizar. Me mostró con orgullo el enorme salón de arriba, diáfano todavía, donde pretendía crear una amplia biblioteca y llevar todos sus libros que en la actualidad se encontraban guardados. En ese momento escuchamos alguien que subía por la escalera y nos saludaba, sonriente.

 

__Buenos días papá__Se trataba de un muchacho de unos veinticinco años, mediana estatura, moreno, de naturaleza obesa.

        __Buenos días Baraka__ replicó simpáticamente Sayed__ ya has vuelto, te presento a mi amigo Juan, ha venido de España para visitarnos y complacerme con su compañía. ¿Todo bien?

        __Si por supuesto, me voy a la habitación a estudiar, esta semana tocan exámenes, y mañana tengo estadística__ Baraka sacó su móvil del bolsillo, mientras bajaba las escaleras, mostrando su total destreza en el manejo del teclado con su dedo pulgar.

        ---Ves Sayed__ indiqué en modo casi intuitivo__los jóvenes de hoy en día, son hombres tecnológicos, allá donde sea, dominan los teclados como si fuesen parte de ellos.

        __Si, es verdad__repuso Sayed tocándose el estómago con ambas manos__ pero gracias a ello hemos conseguido levantar al pueblo…

 

Tras estas palabras que deslizó con parsimonia, nos dirigimos al porche de la entrada, sentándonos en unas sillas frente a una pequeña mesa de terraza, ya que el atardecer daba paso tempranamente al ocaso del Sol, y a mi amigo le gustaba disfrutar de la agradable brisa, que según señalaba provenía de los montes cercanos.

 

__Difíciles momentos se viven…__introduje en modo cortés para abordar una delicada cuestión__¿Como vivís el día a día de las manifestaciones y disturbios que os atenazan?

__¿Nos atenazan?, no hombre no.__negó con un balanceo de cabeza inequívoco, levantándose de la mesa, mientras me respondía pausadamente__ Recuerdas el nombre de mi hijo: Baraka,…, significa bendición, y eso es lo que estamos viviendo en estos días. Sabes, llevamos más de un año levantándonos con fuerza, nos estamos enfrentando día a día. Nuestros jóvenes son nuestro futuro, han logrado ser escuchados, gracias a la tecnología, que permitía por medio de las redes sociales que se movilizase el pueblo. Después de lo de Túnez, nos tocó a nosotros, y vaya si respondimos. Millones de personas respondimos… ¡La revolución blanca llegó!

__Nosotros lo veíamos todo muy livianamente desde Europa__no podía dejar de mirar con atención su marcado rostro, ya que me sentía intrigado por descubrir una realidad que escapa a los ojos de quienes observamos los conflictos en otros países como ajenos, y no llegamos a entender las realidades que marcan dichos peligros__veíamos la corrupción de nuestros políticos, y en mi caso, no alcanzaba a entender tanta ansia de democracia. Además la represión habrá sido muy dura, ¿no?

__Algo importante debes de entender__comenzó a hablar gesticulando con las manos, como queriendo desenvolver un misterio, como desatando algo invisible__Egipto es el único país donde el ejército nunca ha provocado víctimas entre la sociedad civil, sí, el ejército es muy poderoso, muy rico, aunque siempre ha respetado a su pueblo. Las manifestaciones eran contra el régimen autoritario de Hosni Mubarak, de treinta años de opresión en el poder, contra su corrupción. El pueblo, por fin, reclamaba libertad, democracia. La cruenta represión fue obra de la policía, no del ejército, el cual se opuso, provocando el derrocamiento de Mubarak hace un año y un mes. La junta militar disolvió el parlamento, suspendiendo la constitución y levantando el estado de emergencia del país, que existía desde hacía 30 años; para en meses convocar elecciones libres. Ahora el gobierno es islamista, en manos de Mohamed Morsi, pero no está todo resuelto, no… Queda mucho por conseguir en el camino a la libertad, ya que la represión continúa, pero los jóvenes universitarios están alerta de que las nuevas leyes no coarten dicha libertad, …, nuestro ejército también.

 

La serenidad de mi amigo Sayed, no podía ocultar su excitación y ansia de sentirse actor y espectador, a la vez, de la tan marcada historia reciente en su país. Es lógico que en el crepúsculo de su vida todo suceso que pudiera resultar trascendental para la historia de su tierra, de sus orígenes, de su sociedad, sea observado con la esperanza de quien siempre se mantuviese despierto de mente ante la perspectiva de un mundo mejor. Y así, juntos en el porche, continuamos nuestras meditaciones sobre la nueva política que podía surgir, sobre la familia y sobre la vida, desentrañando los pequeños misterios que parecen bloquear la alternativa de la felicidad. En un momento determinado se escuchó una llamada femenina, que no vislumbré en comprender, tras lo cual Sayed se levantó ágil como una pluma, indicándome con total naturalidad:

__La cena ya está a punto, podemos pasar al comedor.

 

Entramos sin mediar palabra al gran salón, donde a nuestra diestra se encontraba la mesa perfectamente arreglada para una gran cena, con platos de verduras exquisitos, con centros de mesa repletos de carne y pescado, los cuales hicieron la delicia de una tarde inolvidable. Al acercarnos a la mesa se produjeron las presentaciones formales, Baraka, al cual ya conocía, me sonrió agradablemente, mientras tomaba asiento, tras él, apareció la esposa de mi amigo, Nabiha, una señora de más de cincuenta años, con cuerpo opulento y una enorme cabellera morena, la cual con rostro redondeado y vestida con una hermosa jilbaba negra, con dorados a la altura del pecho, me indicó que me sentase en la cabecera de la mesa. Luego de las presentaciones, en actitud alegre, vimos entrar a su hija Sahira, una hermosa joven, que entró en el salón, desde el pasillo interior, de forma apresurada mientras se quitaba un bonito pañuelo naranja, con ribetes plateados, de su cabellera. La cena fue abundante y con unos sabores orientales que me fascinaron, aunque fue superado por la bandeja de postres, toda ella compuesta de repostería árabe, con fantásticos hojaldres, condimentados con cremas, yemas y frutos tan dispares como higos, pistachos, almendras; con la culminación de un riquísimo té con hierbabuena. Aunque mi mayor impresión de la escena fue la agradable y espontánea conversación familiar que mantuvieron todos los presentes durante toda la velada, un recuerdo que siempre llevo cerca de mi, ya que tan pocas horas me descubrieron un nuevo hogar que siempre guardaré en mi intimidad. Según me comentó en otra ocasión Sayed, su esposa Nabiha era realmente su tercera mujer, ya que a la muerte de su primera esposa, Zahira, por enfermedad, se casó con una mujer española, y marchó a vivir a Madrid, donde compaginaba su nueva vida, con la atención a distancia de sus hijos, lo cual le provocó dispares problemas ya que para una mujer occidental, funcionaria de profesión, era muy complicado el atender a los menesteres familiares de los hijos de Sayed, provocando ello problemas que condujeron al matrimonio a irreconciliables situaciones, que desembocaron en un tortuoso divorcio. A la vuelta de Sayed a Egipto, tras un tiempo de cavilación decidió casarse con la hermana de su primera esposa, ya que cedió a lo que en su cultura era lo comprensible, para el cuidado de sus cuatro hijos, dos de los cuales, Amina y Rayhan, se encontraban estudiando en Hurgada.

 

Tras la cena me acompañó Sayed a la calle, y sin previo consentimiento, me invitó a subir al coche. Ante tan agradable noche, los impactos y emociones de la velada, agradecí el poder marchar con la ventanilla bajada por las oscuras calles de la árida urbanización. Nos adentramos en grandes avenidas hacia el interior de la gran ciudad, mostrándome Sayed, con su dedo índice, todos los edificios importantes que sobrepasábamos, hasta llegar a un barrio, donde disminuyó la marcha, relatándome que nos encontrábamos en el antiguo y desconocido para los turistas occidentales, barrio Colonial, donde tras varias vueltas, aparcó el auto. Paseamos hasta una agradable cafetería donde entramos, dejándonos inundar por el bullicioso ambiente oriental y nocturno, nos sentamos en un gran diván ubicado debajo de enormes espejos que daban a la sala la sensación de amplitud. Encantado observaba el jolgorio que generaban los egipcios que pululaban frente a nosotros, asombrándome por la moda del caftán que con tanto colorido y gusto vestía a las jóvenes y hermosas muchachas de ojos almendrados, que allí se divertían. Tras el regreso del atento camarero, nos sirvió una tetera dorada, de la cual colmábamos nuestras tazas, y como no podía ser de otro modo, a los minutos nos trajo dos narguiles grandes a los cuales les dio vida con las brasas que introducía en la capucha metálica de su estancia superior. El disfrute de la velada estaba garantizado, acomodándonos en opulentas almohadillas.

 

__Amigo mío__comenzó a explayarse Sayed, con su habitual ánimo a la conversación__ves…, es hermosa la hospitalidad egipcia, la lástima es que sea tan poco conocida. Debo agradecerte tu entrañable visita, dime, ¿todo va bien por España?

__Por allá, como siempre…__suspiré, mientras relajaba mis sentidos__ mucho trabajo, cada uno ensimismado en lo suyo, aspiraciones que nos desbordan, ilusiones que nos ciegan como la humareda a la hojarasca, no sé…, sin ser tan poético, una sin razón. Todos debemos de trabajar más, ganar más, vivir mejor, sin límites, sin excusas. Nos inundan los derechos, sin entender de deberes, más que los marcados por las leyes, por las normas inducidas por una corrupta democracia. Somos prisioneros de nuestras hipotecas, las cuales nos convencieron que eran necesarias para prosperar.

__Ya lo he conocido__aseveró mi amigo__aquí se camina más pausadamente. En occidente todo el mundo corre, todo funciona con demasiada velocidad. Sabes, aquí si deseas dinero para un negocio, y debes de hipotecarte, el banco lo estudia, y si interesa, ellos se hacen socios tuyo, ya que las cosas deben de marchar con más naturalidad, arreglo a la posición de cada uno, o sea, no con tantos riesgos.

        __Entiendo, cada uno es dueño de lo poco que alcanza.

        __Así es, nadie añora más de lo poco que alcanza__decía Sayed balanceando afirmativamente su cara__aunque hay carencias…, entendemos mejor la vida.

        __La vida__no pude más que repetir su última palabra, y tras un breve silencio, que me permitía seguir aspirando el humo del narguile__dime Sayed, ¿Qué es para ti verdaderamente importante en la vida?

        __Durante muchos años lo he pensado, incluso escrito__me indicó con el índice del dedo__escribí un libro sobre el Ka, sobre la vida. Mi más íntima reflexión me llevó a que tengo Ka, trabajo, yo y mi familia tenemos para comer, soy feliz.

        __Te entiendo en parte__le indagué__aunque con franqueza, si no me lo explicas mejor. ¿a que te refieres con el Ka?

        __Los egipcios antiguos creían en el Ka, como un gemelo de nosotros mismos, que habita en otro plano__todo ello lo afirmaba Sayed con total rotundidad, a la vez que con la mayor naturalidad del mundo__el Ka solo nos puede abandonar en nuestra muerte, o sea, en la muerte de nuestro cuerpo. El Ka es vitalidad, es energía, pero no…, no es extraño a nosotros, antiguamente lo comparaban a un velo invisible. Para el pragmatismo de la mentalidad occidental, deberíais de entender el Ka como una “posibilidad” dada en nosotros mismos de forma divina.

        Me regodeé de sus palabras, del significado pleno de su amistad, del ambiente que tantas sensaciones despertaba en mí, de la conversación sin prisas, que nos transportaba, mediante palabras sencillas, a un infinito mar de lugares, tanto a lo lejos, como en lo más profundo de nuestro ser. De este especial modo, comencé a relatar mis frustraciones de años atrás, mis inquietudes ante el recto camino, mi desesperación por el dolor que me producía mucho de lo que conocía, mi alejamiento de la felicidad, que me encaramaba hacia un insidioso aislamiento social, hacia una cruel soledad. Pero también mi rebeldía ante mi mismo, mi lucha interior por no sucumbir, por no permitir que la hipocresía vivida me arrastrase a la ciénaga. Si creía que debía de negarme, de aniquilarme totalmente, para poder renacer, para encontrar sentido a la vida. Por todo ello planifiqué mi viaje de escape, hacia otro mundo donde la intención de conocer, de entender, de ayudar a los más desfavorecidos, a los pobres de verdad, pudiese dar sentido real a mis esperanzas de vida.

 

        __¿Buscas un escape?__me cuestionó Sayed con profunda sonrisa.

        La pregunta paró en seco mi íntimo viaje hacia la introspección, dudé una prematura y condicionada respuesta, la cual no debía de ser inducida por el dolor, ni la sinrazón, más bien, le dije de corazón__en verdad no, más que una huída, busco encontrarme, o mejor dicho regresar. Leí hace un año un curioso libro sobre el lienzo de Rembradt “La llegada del hijo pródigo”, y como el autor, Henry Nouwen, describía con tanta hermosura el abrazo del padre al hijo que lapidó su herencia, y volvió fracasado al hogar familiar, un abrazo de acogida, de amor, de absoluta ternura, del padre que no reprocha nada al hijo que regresa arruinado. Una verdadera escena en la cual el verdadero protagonista era el hijo abrazado, ya que su entrega al retornar era absoluta. Eso busco realmente, regresar al correcto camino. He descuidado las cosas importantes amigo mío, y debo de recobrar las fuerzas que me permitan acercarme al abrazo con el mundo, sin rencores, sin remilgos, con la comprensión del pecador redimido, que pueda volver a la felicidad.

        __Ahora te entiendo amigo__constató Sayed__yo también, tras tantos años de estudios, he vuelto a leer el Corán, sabes…, su literatura es poesía, la forma de sus letras, los contenidos de sus textos… Todos deberíamos de volvernos hacia lo espiritual.

        __Así es__afirmé convencido__cada uno a su manera, según sus principios. Yo, humilde aprendiz, necesito aún conocer este otro mundo, el de las personas que necesitan lo más primordial, lo más básico, como tu bien decías para ser feliz se debe de poder comer, trabajar, y todavía existen países donde ello es muy difícil, donde sus necesidades primordiales son más palpables que las nuestras. Sí, puedo estar regresando como hijo prodigo, pero todavía estoy en camino, y necesito entender… Creo no errar al marchar hacia África Sudsahariana, pasado mañana cojo un vuelo a Nairobi para incorporarme en una expedición médica de ayuda humanitaria. Dime Sayed, ¿quién crees que necesita más ayuda hoy en día?

__África, África, África. Y lo repito tres veces; África__conmovido por mi relato, Sayed se incorporó del diván, acercándose a mí, con sus manos puestas sobre sus rodillas__porque áfrica es el continente, creo que es el más antiguo. Y si no lo creo, al menos África y Asia formaban una sola placa tectónica. Porque Asia y África, lo que separa entre ellos es el Mar Rojo. El Mar Rojo se formó a causa de un cataclismo en la cuarta era geológica. Es decir, que los dos formaban un solo continente. África, que aprovisiona la mayor parte del mundo con oxígeno. Tierra virgen, gente virgen, todo virgen. ¿Qué hemos hecho nosotros? Con rotuladores, entre dos estadistas o tres, habían hecho fronteras. Por eso las fronteras en África son siempre líneas rectas, es muy raro cuando encuentras una línea curva. Y con esas líneas rectas porque esos, los tres, todo lo que querían era la materia prima. No pensaban desarrollar el sitio en el que estaban, donde habían conseguido… Lo podían hacer. Tenían que enseñar a esa gente a hacerlo, pero no les interesaba. Cuando usaban el rotulador partieron las tribus. Algunas tribus están viviendo en tres países a causa del rotulador que hizo mapas, y cada uno de la tribu habla otro idioma; unos hablan francés, otros inglés… ¿Qué pasa? Hemos equivocado a esa gente, y ahora tenemos que ayudar a esa gente. Ayudar no quiere decir ayudarles… No, enseñarles a vivir. ¿Cómo podemos hacer nuestra un tipo de vestimenta? Hay que invertir, hacer un tipo de inversión. Cuando yo digo inversión es la inversión humana, la inversión humana. Vale mucho, vale mucho. Si yo voy a preparar a un niño, o dos, o tres, o cuatro… Si la gente tiene sus pensamientos en el lugar no voy a sufrir de inmigración a mi casa, allí en Europa. Todo el mundo se está quejando de que hay inmigración, pero ellos también se están quejando de que toda la materia prima salió de sus países y no habían aprovechado nada. Cuando había llegado el momento de aprovechar, ese dinero llegaba a una jefatura corrupta. ¿Qué voy a decir? Primero, el primer continente donde debemos empezar es África. Asia se ha librado, la situación en Asia se había mejorado. Detrás de ese hay un país continente que es China, tiene sus influencias también, que absorbe el mercado. ¡Pero África…! En Asia al menos hay carreteras, ¿en África dónde? Hay que hacer carreteras, hay una serie… Pero lo primero es la inversión humana. Hay que animar a esa gente a disfrutar lo que tienen de fuerza natural. Son pacientes. No voy a decir que su color es negro, eso es estúpido; no, no, no. Esa gente cuando estuvieron en más de un sitio de Occidente se dieron cuenta de que el color no cambia; lo más importante para nosotros es el cerebro, el cerebro. Hay gente blanca pero fría. Y hay gente viva. Y ahora los africanos son vivos; saben disfrutar la vida bien. Pero en el momento en cuando la tengan. Disfrutan. Pero hay que hacer esa inversión primero: la inversión humana.

 

Cuantas noches caigo rendido en la cama, apoyada mi cabeza en la almohada, y rememoro las sabias palabras de Sayed, quien me despertó un concepto nuevo, una clave, una puerta a la esperanza. Inversión humana era la solución sagrada de mi viejo amigo, lo cual contravenía mucho de lo que conocía hasta el momento. No lo entendí en aquel momento, pero sus palabras han virado en mi mente desde ese dichoso día, embriagando mis reflexiones, generando nuevos resortes que me permiten observar la realidad con otros ojos, más comprensivos, más abiertos a toda contrariedad que se pueda suscitar. Cuantos amigos míos me mostraban lo aprendido en África, la sonrisa de sus niños, la inocencia de sus miradas, la placidez de sus rostros, sin entender la verdadera ayuda que necesitaban, con la severa debilidad de quienes necesitan más inversión humana de la que puedan ofrecer. Saben…, atisbaba esta pobre actitud occidental como el verdadero problema que perjudicaba y hacía imposible el hecho del desarrollo. La triste ayuda de quienes solo poseen bienes materiales, de quienes acudían al desarrollo por una necesidad de experimentar, por una carencia de emociones sensibleras, y no por la recta convicción de ayudar. En mi mente se me aparecía el lienzo de Rembrandt, donde pasaba a transformarme de hijo en padre, o peor aún, ya que realmente, con nuestra soberbia, con la legitimidad de quienes vivimos en un mundo más cómodo, mi mente me mostraba la figura a la derecha del padre, la figura del otro hijo, del hijo molesto, por el gran recibimiento que se dispensa a su hermano, con esa mirada inquisitiva que no entiende las circunstancias vividas, ni la sabiduría alcanzada por el hijo que ha vivido penalidades y ha entendido. Tampoco entiende la compasión y el amor del padre que acoge a sus hijos en su seno, sin condiciones, más compasivo con quien más ha sufrido. Sí, realmente somos el hermano que no comprende, que viviendo acomodado rechaza la vuelta del sufrido hermano, aquel castigado por nuestras emociones y sensaciones a solo merecer la pasajera limosna, fruto de nuestro orgullo y arrogancia. En este caso, ¿en qué lugar queda entonces la inversión humana?, ese sagrado bien que merece todo ser humano, ese valor que Sayed implora para todo africano. Queda irremediablemente ahogado en el fondo del fango, en el olvido de las generaciones perdidas, en la desnudez de quienes fueron despojados de sus raíces, de sus tradiciones, de su cultura.

 



Marcas