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Cuentos » El holandés errante »


La barra del café la Cantera es pequeña, más diría corta, por lo que rápidamente se inunda de tazas, vasos y utensilios para fregar. Odette mira de reojo la sucia vajilla, mientras Jose va arrimándola poco a poco al fregadero de la diminuta cocina.

 

Frente a la barra, un muchacho enjuto de carnes, con el pantalón medio bajado por su trasero, rubio pecoso, de apariencia juvenil, aunque con sus treinta ya cumplidos, sonríe alegremente, con la convicción de no necesitar más, sostiene su cubalibre a medio tomar. 

 

Ya pasó una hora del mediodía, la vecina Naina, hermosa y adulta mujer, de bellas nalgas y generosos pechos, muestra al Sol el tono de su piel canela, rasgo exótico de sus orígenes, que acompaña a la delicada forma de su rostro. Pasea sus perritos, como todas las mañanas, sentándose en una de las cotizadas mesas de la terraza.

 

Jose avispado como siempre, asoma su cabeza, con la puerta entreabierta— guapa, cortado con sacarina??

 

Naina sonríe en gesto afirmativo.

 

— Buenos días, señora— saluda alegremente el muchacho delgado, Steven, con la timidez que solo siembra la buena educación. — me encantan tus perritos, mi madre tenía tres yorkshire.

 

Naina le devuelve la sonrisa, sin tapujos ni resquemor, con modesta timidez y ojos brillantes. Le observa con ternura, con el recuerdo de las penurias dejadas atrás, se conmueve por las palabras del joven extranjero, como tantos otros, falto de lo que la vida no nos regala: cobijo, confianza y seguridad.

 

Jose sirviendo mesas, comenta distraído, mientras otea el cielo despejado— el invierno se acerca, ya quedan pocos días de disfrutar de la terraza.

 

La tarde transcurre misteriosa, Halid, un joven y fornido nigeriano se aproxima con su género en mano en busca de despistados compradores, con gran sonrisa soporta los desprecios de los ociosos clientes del café, entre los que destacan los lamentables comentarios racistas de Tomás.

 

Tomás, habitual del local, desde la mañana hasta la noche, ya chisposo tras sus múltiples chupitos, pone atención en el joven Steven, quien siempre sonriente, se mantiene respetuoso a distancia— Jose, este muchacho y yo deberíamos de ser grandes amigos, ya que somos tus más fieles clientes.

 

Tomás era una de esas personas ocurrentes, que al contrario del discreto Martin, buscaban la gresca por aburrimiento, necesitando darse de notar con la falta de educación de un pobre diablo. Por lo que Jose, con su suave tono lo conducía como buen tabernero— Tomás, no te metas con el muchacho, él va sobrado de penas y miserias, solo busca estar a bien.

 

Steven contaba discretamente que vivía de las transferencias de su familia, llegadas desde Holanda, por lo que muchos tipejos se le acercaban, unos curiosos, otros más peligrosos, a averiguar sus pertenencias. 

 

Aunque en realidad el desdichado Steven pasaba las noches cobijado por el bueno de Jose, durmiendo enfundado por un saco de dormir, en el comedor de arriba. 

 

Una noche lúgubre, según recuerda Jose comentando aturdido al fabulador del sombrero de ala ancha— ya con el frío invernal del atardecer, diversos clientes, bohemios, gitanos y demás, montaron tal gresca en el café, que una pelea forjó muchas huidas, sillas rotas y mesas tiradas, desbandadas de gentes embriagadas— fue ahí donde Jose perdió de vista al sereno de Steven, a quien vió de espaldas, alejándose hacia lo profundo de Na Rovella, abrazado por un hombre delgado y alto, al que recordaba de años atrás, desde los cuales estaba desaparecido. A los breves días, las funestas noticias tomaron la forma de un lejano eco, difundido por el viento de la vanidad, por los cuchicheos de los miserables, por el hedor de lo corrupto.

Siguiendo su relato, José endurece sus bondadosos rasgos, aquejado, espasmatico, como dolorido— la policía me interrogó al día siguiente, a Steven se lo llevó “el trena”, un delincuente que acababa de salir de la cárcel de Picasent, ya ves, el canalla lo tiró del séptimo piso, allí fue su último refugio... Según cuentan “el trena” bajó para hacerse un selfie..., con sus visceras.

 

Valencia la ciudad de la luz, del color y de la fiesta; en realidad, refugio de las tinieblas. Ciudad construida entre pantanosos humedales, donde se encuentran todas las culturas, y las gentes conviven con la deuda de su pasado. Probablemente el pasado de Steven pesaba demasiado, tanto como una sentencia, en la cual el asesino era simplemente el mensajero.

 



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