Cuentos » El Fabulador »
Autor: Raul Estañol Amiguet
El barrio de Malilla, al igual Na Robella, pertenecían al distrito de “cuatre carreres”, junto al barrio de la ciudad de las Ciencias y las Artes. Allí acude nuestro sombrero de ala ancha, a cuestas de su porteador, un curtido bohemio, con ya casi medio siglo transcurrido en volandas; moreno, de grandes ojos y ojeras, con rostro campechano, aunque con un aura que impone seriedad, bañada de una mirada serena.
El fabulador baja una leve rampa, la cual le introduce en el enorme jardín del antiguo cauce del rio Turia. Pasea ligero, entre ciclistas, corredores, niños, pinos y arbustos, rebasando el Palau de la Música. Para poco después, dejarse caer en el césped, tras atravesar un estrecho sendero, llega a su entorno preferido, en medio de una arboleda, el pequeño bosque de “chorisia spaciosa”, o como bien le gustaba nombrar a nuestro fabulador, tumbándose en el enjambre de “palos borrachos”. Su mirada se desvanece observando el oleaje que caprichosamente dibujan las pequeñas hojas verdes, al compás de las típicas ráfagas de viento de febrero, que barren el golfo de Valencia.
Los recuerdos de su azarosa vida invaden su mente, no sin olvidar aquellas vergüenzas que le golpean, le desgastan irremediablemente, como tenazas que moldean el fundido hierro en la forja; así se siente, maniatado al coraje de su responsabilidad, el cual se derrite ante la sensibilidad de su existencia. Su pensamiento le lleva a susurrar— una vida tan corta, cuán larga y pesada puede ser—. A la par, al otro lado de la balanza, aparecen imágenes fugaces de las celebraciones familiares, de los banquetes festivos, de los almuerzos con amigos, del abrazo de la amada. Las ganas de vivir, los numerosos viajes al extranjero: Egipto y su placido Nilo, Paris y la Rivera francesa, Londres, Glasgow, Nueva York, Nueva Delhi, Pekín; y muchos otros lugares exóticos, de donde se siembran las fábulas y germina, fecunda, la imaginación.
Cierra brevemente los ojos, mientras Hipnos, a quien tantas veces confundía con su hermano gemelo, le toca la frente con una ramita de amapola. Cae rendido, el sueño es profundo, el ambiente que transita, nublado y húmedo, le hace temblar, mientras un sonido tenue, a lo lejos, va adquiriendo la familiaridad en los olores de antaño, recreando una escena que le persigue de continuo.
— Amor, ¿porque te lamentas? — le acaricia la frente su hermosa esposa, postrada en una de las cientos de camas del Hospital La Fe. Mientras nuestro fabulador agacha aún más la cabeza, para besar la frente de su princesa tostada, la fiel testigo de sus emociones y sentimientos más profundos.
El trajín de enfermeros, doctores, goteros y medicaciones es constante, mientras el recuerdo del “tempus fugit” de los instantes compartidos, los mutuos deseos, los momentos de encuentros y desavenencias; todos ellos conjugaban en dos vidas con experiencias plenas, saciadas de sentimientos radiantes, allí donde eclosionó un amor dual e infinito, el cual amenazaba marchitarse por el trance de la enfermedad, transformando, de un momento a otro, la felicidad en penuria, la alegría en total desolación.
Una panda de granujillas trotan divertidos a escasos metros, el sueño del fabulador toca su fin. Ya despierto les observa con detenimiento, una amplia sonrisa ilumina su rostro, les saluda y les reclama, mientras los niños se acercan, él les comenta— sentaros chicos, una nueva aventura surge desde un recóndito cañizo en la Albufera, así ocurrió y así os lo cuento...