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Historias de Juan Nadie » Capítulo décimo. La clínica itinerante y sus primeras anécdotas »


  

Autor: Raul Estañol

Jueves, 29 de marzo de 2012

 

 

         El primer día de voluntariado me desperté impetuosamente, con la mirada fija en la cama de Luis, quien en ágil movimiento saltó de la parte superior de la litera al suelo. Todo estaba dispuesto, desayunamos con rápida frugalidad, un té con leche, una tostada con mantequilla y una especie de mermelada de fresas; ya que el principal menester era aposentarnos en nuestra pequeña clínica itinerante. Salimos inmediatamente, en grupos pequeños, con el ímpetu de establecernos lo antes posible en la clínica. Llegamos al corazón de Kibera, a lo más profundo del barrio de chabolas más grande de África, el cual se extiende, frágil, quebradizo, creado en el azar de la disparatada llegada de pequeños grupos étnicos, aunque con un primer aspecto imperturbable, la gran barrancada en Nairobi.

 

Cerca de las vías del tren, enfrente del Little Schooll de Fast Help, montamos nuestro campamento itinerante de ayuda médica. Distribuimos un aula para atención médica y pediátrica, donde se colocaron Miguel y Casimiro, quienes se sentaron tras unas grandes mesas. Otra aula correspondía a farmacia, y en frente las camillas donde se realizaban las curas. A esta aula entró rápidamente la silenciosa Luz, quien maquinalmente, como inmersa en un ritual, comenzó a susurrar con tierna voz musical, señalando los distintos estantes de la zona, allá donde se iban colocando con serena actitud Marta, María, María Vicenta y Rachel, desembalando los diversos paquetes que contenían gasas, esparadrapos, medicamentos y demás. La parte central la dedicamos a la osteopatía, donde Jessica requirió del apoyo de Elrike, la alemana con rostro fatigado, y de Jeffrey, el joven e impetuoso joven rubio inglés, voluntarioso como siempre; quienes extendían camillas plegables, separadas por sábanas blancas, erguidas verticalmente por todo el recinto. Al fondo el espacio para los dentistas, Nacho y Javier, quienes llenaban bidones de agua, con total parsimonia, entre chistes y chismes que les alegraban sus jóvenes rostros. Para finalizar, o mejor dicho, como buen comienzo, en un lateral cerca del barranco pusimos unas mesas para rellenar fichas de pacientes, o sea, las mesas de triaje. Allí destacaban Toni y Andrea como organizadores, quienes comenzaron más tempranamente la labor del día, ya que debían de anticiparse rellenando las fichas de los pacientes, para averiguar la envergadura de las enfermedades, y así poderles distribuir a la cola correspondiente Cada hilera asignada para los afligidos pacientes conducía a una sala distinta. Frente a las aulas se encontraba el centro oftalmológico, donde Susana, en un cómico habitáculo, con fichas donde se podían percibir letras negras de diverso tamaño y grosor, pegadas en la pared, y con una caja enorme repleta de gafas de segunda mano, las cuales se entregaban a peso de prueba y error, a los socorridos ojos de los pacientes al ir probándose sistemáticamente la multitud de marcas donadas para la ocasión.

 

La escena pegó un giro cómico, ante la entrada en las instalaciones de una mujer keniata, quien con seguridad pasmosa se precipitaba a saludar con las manos a todos los cooperantes, vociferando palabras de bienvenida en suahili, llegando incluso a abrazar a Luis y Casimiro, adoptando un tono de familiaridad que sorprendía. Se trataba de una señora mayor, aunque no anciana, con cuerpo voluminoso, aunque gracia en sus formas. Lo más impactante en ella era su sedoso y colorido vestido, el cual era como una cortina florida, que le rodeaba el cuerpo sin descanso, adornado con un sombrero de tela africana de los mismos tonos, con un tipo de festones rojos y amarillos, enroscado en su cabellera. Sus risas, mimos, ruegos y saludos nos encandilaron a todos, no escapando nadie de sus encantos.

 

__Buenos días__le comenté cuando se acercó a saludarme__¿como te llamas?

 

__Linette, Linette Mandi, para servirle a usted y a sus apreciados compañeros__me repuso sin pestañear, observándome pausadamente y con detenimiento__Si necesitan cualquier ayuda, no duden en dirigirse a mi. Aquí estamos, y aquí quedaremos para lo que estiméis necesario.

 

La simpática africana continuó haciendo el ceremonial a todo el equipo médico, creando un ambiente mucho más relajado, contando graciosas historias y buscando la aquiescencia de todos los presentes, con la naturalidad y seguridad de quien sonríe a la vida todas sus gracias, sin detenerse en las lógicas vacilaciones al que los avatares del mundo nos suele conducir. Curioso comportamiento el de esta enérgica mujer, la cual se permitía levantar los brazos, con las palmas de sus manos hacia arriba, como bendiciendo todo lo que se le ponía enfrente, mediante rogativas inaudibles.

 

Mientras todo esto acontecía, Luís deambulaba por la zona de médicos, con unas grandes cajas de botellines amarillentos unos, otros rosados. Tras la llamada de Luz, Luís instaló las cajas en la sala de curas, depositando varios botellas de diversos y vivos colores sobre unas grandes mesas, tras lo cual me llamó para que le ayudase a abrirlas. Se trataba de vitaminas y antibacterianos, los cuales se debían de suministrar vía oral, en pequeñas jeringuillas de plástico, sin aguja, a los niños de Kibera.

 

De entre las colas apareció pausado y sonriente Paul, con un gran sombrero tejano y ropa de safari, color hueso. Tras Paul, le seguía un grupo de jóvenes keniatas, los cuales fueron presentados en la mesa de triaje con el título de “traductores”. Se trataba de diez jóvenes entre los que sobresalía el jefe: Judah, un joven espabilado de unos veinticinco años, delgado, con el rostro serio y marcado, reflejo de la aspereza del terreno, aunque con una profunda hermosura de rostro, destacándole la brillantez de su mirada. Sobre Judah se podía observar con facilidad su talante de líder, no perdiendo ocasión en demostrar a sus semejantes que era quien mandaba entre el grupo de traductores. Así, con voz autoritaria mandó a dos traductores con los médicos, otros dos a la zona de curas, un quinto a osteopatía, otro como servicio de traducción para los dentistas, dos más a la zona de triajes, y por último el noveno a la zona de oftalmología. Mientras tanto Judah, al igual que Paul, hasta su repentina desaparición de la escena, se disponían a pulular observando como el resto trabajaba, y como pacientemente se formaban las grandes colas de enfermos y aquejados pacientes. Entre los traductores destacaban dos chicas jóvenes, altas y delgadas, de fino rostro y graciosas formas, Kadijah y Raissa, con sendos grandes pañuelos de colores que les cubrían los cabellos, signo de la fe que profesaban, las cuales ocuparon sus puestos de trabajo, una con los médicos, la otra en la sala de curas. Aunque las dos aprovechaban la más mínima ocasión, para acercarse y cuchichear entre suaves risas, sobre el aspecto de cada uno de nosotros.

 

Sumamente agradecido, daba vueltas por las filas de pacientes, junto a  Luís, el hijo de mi amigo Víctor Aguirre, con jeringuilla de plástico en mano, distribuyendo a los niños, por vía oral, vitaminas líquidas y un antibacteriano. Fue fantástico mi encuentro con los niños, mi espontánea y permanente sonrisa, que tan inusualmente muestro en el sobrio mundo occidental y en el entorno empresarial en el cual me encuentro imbuido habitualmente en España. Los endebles niños keniatas nos observaban con la ociosidad de no entender tanto alboroto armado. Unos aceptaban cortésmente el medicamento bebido, otros huían despavoridos ante la amenaza de tan extraños individuos, con mascarilla en la boca. Las carcajadas de los niños son indescriptibles, unas repentinas, otros extremadamente sonoras, otras de las que no encuentran fin; en ese momento me pareció descubrir una cara oculta del enigma sobre la verdadera fuente de la felicidad. La inocencia de sus frágiles vidas, en un terreno tan inhóspito y violento, acarreaba la inconsciencia nuestra, ante la placidez de sus miradas, de adentrarnos por las estrechas callejuelas de Kibera, para alcanzar más miradas plácidas, más sonrisas de niños agradecidos. Una incomprensible locura de quienes como nosotros acuden con las emociones rotas, desde nuestro acomodado mundo, a estos lugares recónditos, alejados de la mano de Dios.

 

__Musungu, musungu!!__era el grito más sonado por los divertidos niños.

 

Un niño con caracoles en su cabello, travieso y gritón, pretende arrancarme la mascarilla con la rapidez de un bribón mozalbete. Yo veía su sonrisa, aunque al tener la mascarilla puesta, ¿Cómo iba a ver él mi sonrisa? Instantáneamente le entregué la mascarilla como presente, como aquel regalo con el que podía jugar y del cual tanto me avergonzaba. Me encontraba de rodillas, sobre el suelo polvoriento, me levanté sonriendo, con una sensación de fuerza y libertad arrebatadora. El hedor del ambiente, mezclado con el calor del paso de la mañana, no enturbió tan hermosa sensación de quietud de espíritu. Abrazado a Luís, continuamos nuestra tétrica excursión adentrándonos en las profundidades de la podredumbre, en las sinuosas travesías de chabolas, con la alegría plácida de quienes reconocen los cañizos, fango, cueros y plásticos que recubren estos tugurios, como su propio hábitat natural, en el cual desarrollan un paradójico patriotismo secular.

 

En las filas de posibles enfermos el griterío era elocuente, todos sentados y ansiosos por ser atendidos en sus dolencias. Recuerdo una señora de muy avanzada edad, de color negro tizón, con todo su rostro lleno de arrugas, los ojos velados, blanquinosos, por una avanzada catarata, tatareaba una vieja canción en suahili aunque, en las largas horas de espera, un leve balanceo era lo único que la destacaba en el mundo de los vivos, en su paciente y atemporal espera. De cuando en cuando, los pacientes, ante la posibilidad de ser ayudados, elevaban la voz, para hacerse prevalecer en sus derechos de turno, lógica demanda ya que la ayuda es tan inusual en estas tierras, que convierten en encarnizada disputa su derecho a ser atendido.

 

Me cansé mucho este primer día de trabajo, aunque nada mejor que la fatiga que te permite considerarte vivo, íntegro y feliz. De modo sencillo, todo lo ocurrido en ese día se me presentaba imbuido en un halo de sensaciones nuevas, las cuales renovaban en mí inquietudes pasadas, mostrándome la ilusión de poder despertar y disfrutar plenamente tan maravilloso sueño, la experiencia de la intuición, la esperanza del encuentro. Todo ello me hace meditar sobre el sentido de las prisas por llegar a ninguna parte, del estrés por el simple hecho de la competitividad, del interés ciego en poseer más, en salir de la parrilla en la primera posición del confort. Dicho sentido solo se debería de justificar por los que con sensación de acomodamiento aceptan el mundo consumista como el timón al que sujetarse para navegar a la deriva.

 

La jornada terminaba sobre las cinco de la tarde, un largo y laborioso día de trabajo, que compensaba ampliamente las regocijadas facciones de nuestros rostros, y nuestras almas. Observé con curiosidad las distendidas conversaciones que mantenían el equipo sanitario de voluntarios con nuestros improvisados traductores keniatas. Fantástico fue descubrir que se trataba de muchachos de Kibera que habían sido seleccionados para traducir las dolencias de muchos pobres, cuyo único lenguaje conocido era el suahili u otros dialectos de zonas lejanas, los cuales convertían al inglés nuestros tenaces compañeros de trabajo. Las anécdotas de la jornada eran constantemente repetidas por todos ellos, creándose un ambiente distendido y propicio para la contemplación. De repente un divertido griterío se esbozó en la zona de oftalmología, Susana llamó a Kadijah y Raissa, quienes acudieron junto a un simpático y pequeño voluntario, que respondía al nombre de Otieno. Abrieron una gran caja que contenía numerosa ropa de niños, la cual comenzó a repartirse distendidamente entre todos los presentes. Las sonoras risas de los agraciados, se mezclaban con bromas sobre a quien le iba a caber este pantaloncito o quien se atrevería a usar el suéter color fucsia. Ya en el atardecer Paul nos indicó que debíamos de recoger a toda prisa, para acudir raudos y sin demora a casa de Anders.

 

Otra apacible y escueta cena nos esperaba. Tras la cual nos reunimos todo el grupo de voluntariado para una reunión sobre el día de trabajo. Los murmullos lógicos por la excitación de la jornada fueron silenciados por Paul, quien de forma solemne comenzó a hablar en inglés, comenzando así un turno de preguntas sobre lo sentido y vivido en este primer día. Por mi parte, con mis bajas nociones del idioma, me resigné en principio a disimular que escuchaba atentamente. En poco tiempo de discreto observador, aburrido ante un panorama de lubricación de emociones de quienes hablaban, los cuales parecían empujados por una espontánea invocación religiosa, la cual resaltaba el estado anímico del grupo, más que la propia experiencia vivida. Sentí uno de esos instantes de ansiedad que creía haber olvidado, la respiración me fallaba, sudaba sin razón, observaba hacia todos los presentes como buscando un respaldo, algún sitio donde refugiar mi desagradable sensación de huir. Justo en ese momento, y con el poder de esa íntima intuición que tantas veces me ha ayudado a sobreponerme, observé como Anders, el sueco periodista que nos hacía de anfitrión, se levantaba sigilosamente, junto a su esposa finlandesa Unnur y su invitado Isaac Ouma, el divertido guía turístico, dirigiéndose a la puerta de salida de la casa. Con la agilidad de quien espera descubrir otras realidades, de quien se asombra más con lo sencillo y novedoso, y no quiere mantenerse preso del recuento de las emociones del día, sino más bien busca el saber y entender más sobre la tierra que nos acoge, me dirigí a Anders respetuosamente, pidiéndole con breves gestos si me permitían acompañarles. Anders sorprendido, marcó su gran sonrisa y abriendo los brazos de forma exagerada, gesticuló el recibimiento de un nuevo hermano para su peculiar cofradía.

 

Ya era de noche, el vigilante de la gran puerta de entrada a la calle fortificada nos saluda plácidamente, se trata de un muchacho joven, cuyo rasgo más destacable en la oscuridad del callejón es su gran machete, el cual exhibe en su mano izquierda, ya que con la derecha nos alumbra el camino con una pequeña linterna. Nos abre la puerta para que salgamos, lo recuerdo profundamente ya que a la mañana salimos con total felicidad para ayudar a la gente de Kibera, sin embargo el panorama a estas horas era distinto, bastaba con observar la mirada fija del guardia, quien obedecía no sin otear hacia donde la penumbra nada dejaba divisar.

 

El breve paseo, fueron unos instantes sublimes, el mismo recorrido de la mañana, pero a estas horas de la tarde, con el agradable frescor de la brisa, y las oscuras sombras que te acechaban desde sus veredas. Eso sí con el cobijo de mis desconocidos anfitriones, ya que de ellos poco sabía hasta llegada esta noche. Víctor me comentó que Anders en realidad comenzó su trabajo en otro país de África, más concretamente en la conflictiva Somalia, donde ejerció de profesor de periodistas en la Universidad de Hargeysa, una de sus capitales. La formación duraba tres años y todos los participantes recibían un Título Internacional de Periodista. Se llegaron a matricular ochenta y cuatro estudiantes, aunque la virulencia del conflicto armado estancó las libertades de expresión del país. Además, en Mogadishu, Somalia, Anders había comenzado en dos mil cuatro un proyecto para una radio con cobertura en todo el país, retransmitiendo de forma regular en veintidós dramas de un programa sobre los derechos civiles y los deberes democráticos. Según pude informarme, en este proyecto se involucraron ciento veintiocho personas, casi todas de nacionalidad somalí. Aunque según pude corroborar posteriormente, un lado oscuro, o como mínimo excitante, se podía percibir en el origen de la financiación de este ambicioso proyecto radiofónico, ya que años después descubrí que el Instituto Nacional Democrático en Washington, fundado por Ronald Regan, era quien subministraba la subvención de doscientos cuarenta y ocho mil dólares, para la consecución del programa radiofónico. Como mínimo curioso era el interés estratégico internacional que financiaba desde el ala conservadora de Estados Unidos a progresistas europeos en un país desestructurado institucionalmente y abierto a la barbarie, como era Somalia. Aunque lo más dramático de este proyecto de radio me lo relató Anders hace un año, cuando le pregunté porque fue a residir a Kibera, ante lo cual, comenzó a representar, con su excesiva gesticulación, como en el año 2006 rebeldes somalíes ametrallaron a todos los nacionales que trabajaban o colaboraban en la radio, todo ello bajo la mirada aterrorizada de Anders, quien no pudo salvar a ninguno de sus compañeros y alumnos, hundiéndose en la desesperación del padre vencido, del amigo moralmente aniquilado, y como junto a su mujer terminaron como los inmigrantes negros, a las fronteras de la mega-ciudad, viviendo por caridad en el interior de Kibera.

 

Por otra parte, todos ellos cooperaban también con un macro-proyecto que vinculaba a seiscientas organizaciones que trabajaban en los pueblos de la Costa de Kenia: desde Lamu hasta Mombasa. Se trataba de un proyecto alrededor de las costas orientales de África, que coordinaba todos sus datos mediante Internet, siendo según sus propias palabras, la primera vez que se iba a lograr un mapa medioambiental de la costa oriental de África, cuando en breves años logren bajar hasta la costa de Mozambique.

 

A cien metros aproximadamente, tras un plácido recorrido a pie, observamos como se nos presentaba en frente la gran chabola, a la cual llamábamos taskería, con el gran cartel del elefante negro, con colmillos blancos, pintado en la fachada. Varias personas negras, vecinos del lugar, interrumpían nuestra entrada, lo cual fue rápidamente solucionado por un gesto rápido de Anders, quien junto a un grito agrio se abrió camino de entre la gente. Ya dentro de la caja metálica que representaba la curiosa gran chabola, encontramos diversas mesas sencillas de plástico, expuestas con sillas alrededor; y al fondo, encerrada tras una jaula con barrotes de prisión, se encontraba la camarera, sirviendo bebidas alcohólicas por un orificio creado apropósito para que las consumiciones pudieran ser servidas.

 

Nos sentamos en una de las mesas, en principio los cuatro solos, aunque no sé en que momento se nos unieron unos amigos keniatas, Eloisa e Ismael, dos ancianos con rostro arrugado y sendos sombreros con alas, uno gris, el otro blanco, los cuales vociferaban con agitada armonía. Uno de ellos decía ser guía de la zona de Pokot, por lo cual descubrí tras no difíciles gesticulaciones que se trataba de un Kikuyu, más que de un miembro de la etnia Pokot, y que era miembro de una comunidad más cercana de las tierras de El Doret, que no de las tierras más áridas, desérticas, donde habita diseminado el pueblo pokot. Entre tantos descubrimientos nuevos y fascinantes, con la infantil mirada de quien dulcemente se embriaga, se seguían sucediendo las cervezas frías Tusker, junto a las exquisitas cervezas negras Guinness, las cuales de momento no se pagaban, ya que la camarera se anotaba cuidadosamente en un papel todo lo que nos bebíamos. Sin llegar a entender el ritual vivido, las cervezas eran combinadas con güisqui, el cual salía de unas petacas de cristal, y se servía en pequeños vasos del mismo material, y todo en innumerables repeticiones. Fue fantástico, ya que sin saber hablar inglés ni suajili, me defendí muy decentemente ante mis nuevos compañeros de fatigas. En el pub descubrí que todos ellos pertenecen a un partido político laboralista de Kenia, destacándose curiosamente Anders, como gran defensor autóctono; y compartiendo todos ellos un apasionado ideal político, el cual en grandes líneas significaría que la potenciación política, económica y social de Kenia, únicamente se puede lograr mediante la unificación política y cultural de todo el África Sudsahariana. Tras un rato de meditación acerca del posicionamiento político de mis amigos no pude evitar inmiscuirme:

 

__Ya lo tengo claro__repuse con absoluta convicción, aunque sin lograr evitar una cómica mueca y una leve carcajada__¡ustedes son los verdaderos defensores del pueblo! En verdad, quienes debieran de protegerlos. Pero bueno…, dejen expresarse a un humilde trabajador, que no entiende del manejo de la polis, ni de su control…

 

__Tienes razón__comentó precipitadamente nuestro amigo Isaac, cortando de forma tajante mi manifestación, llegando a levantar el puño cerrado, en medio de su enérgica invocación__ se debe de controlar y enseñar al pueblo, ya que él será quien nos conduzca a una emancipación libertadora. África del Este tiene una posición privilegiada para aunarse en pos de la unión africana.

 

 __Si amigos__ resaltaba Anders, de pie, como abducido por la mística del momento__la cultura suahili es una cultura de comerciantes, que se ha extendido por toda África, es la cultura transversal, de la conjunción de los pueblos. ¿Porque miras con ese careto Juan? ¿No crees en ello?

 

__No creo en otras cosas muy distintas__contesté con total sinceridad__aunque para que mejor me entendáis, brindemos otra vez, con este güisqui tan excitante, y permitidme exponeros un acertijo…

 

__Brindemos!!__increpó Anders interrumpiéndome en el ardor del momento, tras lo cual se levantó de pie y puño en alto, gritando lo que se convertiría para siempre, en nuestro grito de libertad__¡Bampiri! ¡Bampiri!

 

Al desmedido grito de nuestro amigo, respondimos al unísono del modo más sonoro posible: ¡Bampiri!!!!

 

Tras las consiguientes risas conciliadoras me decidí a continuar__señores, ahí va mi acertijo: “se trata de un tren, con diversos vagones, diez en total. Por supuesto que en el tren hay una locomotora a la cual el carbón hace funcionar. Bueno pues, en dicho tren se encuentra normalmente un grupo de políticos aguerridos, políticos de carrera, de tomo y lomo. ¿En cual de los vagones creéis verdaderamente que dichos políticos se encontrarán?

 

__Jo!!!,  en la locomotora, por supuesto, salvo que sean capitalistas…__indicó remarcando sus palabras Isaac.

 

__En el último vagón, en el de los trastos__repuso de forma poética Unnur, observando de reojo como se tambaleaba Anders.

 

__¡Que carajo!__increpó Anders, sin asomo de duda__en los vagones del medio, sin dar para un lado, ni para otro.

 

__Pues no señores…__el chispeo de mis ojos, junto a mi burlona sonrisa, la cual no podía evitar su aplastante aparición__todo tren tiene un bar-cafetería, y allí vestidos de payasos, se encuentran los políticos, quienes no dirigen nada, simplemente la lían, bailando sin parar…

 

Embriagados, las carcajadas del mal chiste resonaban en todo el local, donde varias sombras de keniatas de otras mesas nos observaban con intenciones nada entrañables, con rostros de total frustración los cuales cuchicheaban con el desespero de una agresividad momentáneamente reprimida. Ante lo cual, sin levantar resquemor ninguno, Eloisa nos hizo unas señas para que saliésemos a la terraza, a sentarnos frente al frescor de la nocturnidad. La visión de los alrededores era muy limitada, aunque recuerdo el respeto que me imponía la solemnidad del silencio de las cercanías, solamente roto por el ladrido de algún perro abandonado. Quedamos en silencio, con la confusión y el ánimo que el alcohol transmitía a nuestros cuerpos. De repente Ismael, el enorme viejo borracho, me observó fijamente, recuerdo como intentaba escabullirme a su directa mirada, aunque sin lograr evitar el encuentro. Se me acercó, casi pegando cara con cara, podía oler su sudor, apreciar su arrugado, enfurecido y envejecido rostro. Sus ojos eran almendrados, y en ese momento se encontraban completamente abiertos, como saliéndose de sus órbitas, con las pupilas dilatadas, y la esclerótica ensangrentada. Ante una situación tan horrenda opté por no retirarme, guardando el pertinente silencio, y esperando lo peor. Primero en suahili, y luego en un básico inglés me preguntó, con aspecto tenaz:

 

__¿Quien es tu Dios?, ¿crees en Dios?__tras lo dicho, Ismael quedó junto a mí, esperando, como en una afrenta personal.

 

         Continuaba paralizado, como quien deseara refugiarse de la embestida, aunque sin perder la calma, observando de reojo como otros conocidos suyos, en la ociosidad de la noche, se acercaban a fisgonear, formulé unas breves y enigmáticas palabras, en imperfecto inglés, con todas las fuerzas que mis cuerdas vocales aún guardaban, abriendo sorpresivamente incluso con excesiva violencia los brazos en cruz__Dios es todo, lo veis, Dios es todo. En todo está,… En el Islam, en el catolicismo, en el indú, en los niños, en vuestras casas,…, sí amigos, Dios está aquí y allá. El problema somos nosotros…, nosotros los ciegos insensatos que lo buscamos en lo difícil, discutiendo unos con los otros. ¡El mundo está loco!

 

El anciano Ismael, de repente se echó atrás, con un asentimiento y una expresión en su frente, que afirmaba mi interlocución. Por mi parte, respiré profundamente, Unnur me acercaba una silla para que me sentase en el vestíbulo exterior de la chabola bar. Junto a mi se sentaron mis amigos, la camarera hizo acto de presencia, quien sorpresivamente había salido de su jaula para traernos nuevas botellas frías de diversas cervezas, junto a pequeñas petacas de güiski. La mirada coqueta de la camarera, con la camisa medio desabrochada, mostraba parte de sus juveniles y suculentos pechos. La caricia de la muchacha en mi hombro al subir el peldaño del vestíbulo metálico a medio pintar, la alegre insinuación cuando pasó junto a mí, me desconcertó a más no poder, abduciéndome a otras épocas, al agradable recuerdo de mi seductora Selene, a la cercanía de sus gracias. Mi arranque sensual se difuminó al marchar la juventud de nuestra complaciente servidora, hacia su segura prisión. La noche era plácida, quedamos todos en la melancolía derivada de la excesiva embriaguez. Por mi parte, entrecerraba los ojos observando meticulosamente Ayani Mosque, la valla de entrada, de tableros de madera pintados en blanco y el pequeño jardín que precedía la mezquita. Mis juegos mentales me transportaban a otros lugares, a otros tiempos, con la placidez de quien se siente desbordadamente enajenado. Isaac me golpea levemente, para indicarme que estaba siendo el centro de atención de todos ellos, quienes complacidos estaban chismorreando sobre mi inesperado ensueño, tras lo cual y con la misma virulenta rapidez proseguí con mi voraz curiosidad:

 

__Anders__increpé a mi amigo, llamándole la atención__Ismael, Eloisa, y tantos otros africanos que terminan sus vidas aquí, ¿de donde provienen?

 

Anders, escuchando certeramente mi preocupación, se lió un cigarrillo, tras lo cual me contestó con solemnidad y delicada celeridad__ Aquí, en Kibera, como en el extrarradio de tantas otras ciudades africanas, confluyen oleadas de migraciones sur-sur, migraciones de etíopes, migraciones de congoleños, migraciones de somalíes, migraciones de ugandeses, migraciones de sudaneses, migraciones venidas del interior: Kisumu, Turkana, Lodwar,…, migraciones todas, de los más dispares grupos étnicos existentes: pokot, turkan, masais, kikuyus, merus, luan,… Todos ellos, como no, son recibidos desde la desidia, desde los ojos cerrados, desde la hipocresía de los que dejan que se amontonen en los pocos reductos donde se les permite acampar; y esa es en verdad la palabra que debería de definir su pernoctar, su siniestro y oscuro futuro. 

 

Tras sus remarcadas palabras, su violenta y exagerada expresión gestual, la cual me permitía entender su refinado inglés, quedamos todos como absortos por el frescor de la noche, solo interrumpiendo el silencio, los ladridos de diversos perros que huían a lo lejos.

 

Isaac, de repente, sin aviso ninguno, comenzó de forma crispada una argumentación sobre el suelo que pisábamos, sobre el futuro del laberinto de tantas chozas metálicas__ Aquí nacerán en todo momento las más dispares explosiones sociales, válganos de ejemplo, en las elecciones gubernamentales en Kenia de 2008, en los conflictos generados por la toma de poder, debido a las discrepancias entre los dos mayores grupos políticos opositores. ¿Dónde creéis que se inició el conflicto? Aquí, por supuesto, como no podría ser de otra forma, surgieron espontáneamente las manifestaciones de quejas sociales, no en la ciudad, sino en Kibera, en el polvorín de la miseria, en el caos de las chabolas incendiadas. Válgame ello para indicar, que dicho polvorín es también de armamento, ya que aquí se encuentran, escondidas, las armas de muchos negocios ilegales, y de muchas mafias étnicas, que en estos parajes abundan.

 

__Bueno…__ repuse caviloso__ ya me habían comentado lo peligroso de Kibera, según cuentan muchos de vuestros compañeros, quien se adentra en sus profundidades por la noche, no vuelve a salir.

 

Todos asintieron mecánicamente, con una leve expresión de indiferencia, que les dotaba de un halo de estima, ya que aquí se vive el día a día, sin preocuparse en la probable muerte al rondar la esquina. Una tos seca se escuchó, se trataba del viejo Ismael, quien con ronca voz, aunque total entereza expuso__ Lo que tengo hoy es lo que no tendré mañana. Lo que vivo hoy, mañana quizá no podré vivirlo. Lo que no depende de mi no me hace sufrir.

 

Tras las controvertidas palabras de Ismael, no pude más que continuar detallando mis inquietudes__ pero de día yo he visto muchísimos carteles de organizaciones sin ánimo de lucro, en las entradas de innumerables chabolas, ong’s de ayuda a vuestras necesidades. Sin embargo hay una falta tan enorme de recursos. No lo entiendo…

 

Anders se levantó excitado, tras lo cual me repuso unas escuetas palabras que me desconcertaron__ Kibera es un escaparate para las ong’s del mundo__ Pocas veces una simple frase me había hundido en tan profunda reflexión, mis principios, mis intenciones, mis esfuerzos entraron en una agonizante crisis, provocada por las dudas, por el miedo a mis acciones. Un proyecto de ayuda humanitaria que con tanta fuerza acogimos, se veía frenado por una lógica aplastante. Recordé, entre la melancolía de la embriaguez, la película que vi años atrás en el cine: El jardinero fiel. Lo cual me llevó a la trágica conclusión de pensar que tantas noticias sobre la miseria de Kibera sólo habían servido de motivo, de excusa para tantas y tantas ong’s que podían recoger fondos de Europa, América y otras latitudes, con la simplicidad de unas fotos, de un mísero escaparate. ¿Y con que finalidad?

 

Me sentía triste, superado por la batalla de las emociones desesperadas que habían chocado con el muro de la realidad. Nos levantamos tambaleantes, con el rostro descolocado, apoyándonos unos en los otros, mientras la camarera salía coquetamente a despedirnos desde la puerta de entrada al pub-chabola__ Good nigth, Fathiya__ le gritó alegre Isaac, quien me abrazó mientras marchábamos, junto a Unnur y Anders, al recogimiento de nuestra  guarida. Tras ello Isaac continuó animoso, con más historias sorprendentes__Si amigo, Fathiya significa triunfo, el triunfo de las delicadezas de la mujer sobre el rudo torso varonil. Cuidado amigo con sus encantos...

 

Al entrar en la casa, me dirigí con animosidad hacia Anders, ya que de repente recordé que en el fervor por conocerle mejor, por profundizar más en sus miles de peripecias y experiencias, deseaba realizarle una exhaustiva, aunque íntima entrevista que llevaba preparada en la mochila de la habitación. Con tono absoluto, brazo derecho erguido y un inequívoco y enérgico balanceo de su palma de la mano, indicándome la negativa a ser preguntado, se emocionó gritando__mis amigos, mis amigos Keniatas, ellos son quienes saben, no yo… ¡Ellos están mucho más cualificados!__El alboroto generado condujo a la apertura de las luces de las habitaciones, lo cual arrastró al irremediable fin de mi deseada conversación. Al colofón de un fascinante encuentro que promete veladas encantadoras.



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