Historias de Juan Nadie » Capítulo XVII Pokot y Turkana, los desiertos repletos de vida. »
Jueves 5 de abril de 2012
Ya en el comedor, los desayunos eran servidos mediante un pequeño bufet de tres bandejas, ubicados en el rincón cerca de la escalera. Una de ellas repleta de fruta pelada: piñas, plátanos y mango; en la otra bandeja las típicas longanizas gordas y cortas, con tan peculiar y fuerte sabor; junto a ellas alubias negras y puré de patatas; por último la tercera bandeja contenía pan de molde integral y normal, así como diversos estilos de copos de cereales. A su lado dos teteras, una de leche caliente, otra de agua caliente para los distintos tipos de té, así como un pequeño recipiente medio lleno de ugali recién preparado. Lo complicado y vergonzoso es la repulsa inconsciente que siento hacia los viejos recipientes de plástico que contenían la comida, la muestra evidente de dejadez en la limpieza de las bandejas del mostrador, las moscas pululando a sus anchas, el extraño polvo en vasos y platos. Aunque tras las mínimas medidas higiénicas con la servilleta de rigor, me atreví a solicitar un té masala chai, mientras me relajaba observando el enfado del único occidental del salón: Paul, quien rehusaba el pan de molde que le ofrecía el joven y delgaducho camarero keniata__ Por Dios, este pan está demasiado cocido, no lo ves zoquete, el pan está quemado.
Tras breves instantes el cordial y entregado camarero le trae a Paul dos nuevas tostadas, las cuales son rechazadas inmediatamente__ da igual, no hace falta, ya me marcho.__ El rostro de Paul se mostraba colérico, el camarero del hotel Assis no otorgaba crédito a lo ocurrido, alzaba el brazo con la mano entreabierta, en dirección al líder de nuestra expedición, como signo de plegaria o comprensión, sin recibir ninguna respuesta de una espalda que se alejaba por el pasillo, hacia la salida a la calle. La tensión del viaje era elocuente, los nervios del retraso del día pasado y nuevos infortunios que se fueron desvelando, día tras día, presagiaban futuras situaciones molestas.
Nuestro autocar partió frente al hotel Assis a las 9 de la mañana, tras un escaso, aunque denigrado retraso de una hora. Paradójica circunstancia, resultado de la relajación e incomprensión del grupo de voluntarios, quienes daban evidentes, aunque distintas muestras de no entender que posición adoptar ante los ímprobos aconteceres que nos salpicaban la marcha de la expedición. En el autobús se respiraba un aire asfixiante, no solo por la elevación de las temperaturas, ya que se notaba la proximidad de los desiertos del norte; sino más aún, fruto de la creciente desesperación de los miembros del grupo, los cuales por diversos motivos, adoptaban rostros inquietos y quejas insidiosas. Atravesamos una zona tropical, tan verde como un vergel, durante unos cuantos kilómetros, por unos instantes el recorrido de la mañana se hizo más agradable. A mi lado, sentado con mirada atenta, se encuentra el ayudante del autobús, un joven keniata llamado Mark, de veinte y pocos años, un buen chico de Kisumu, de etnia luo, delgado y de baja estatura. Mark en realidad es un brillante universitario, se le nota por la suficiencia de su mirada. Según me comenta, entre breves pausas, es un estudiante de estadística, el cual se encuentra en la encrucijada de su decidida aplicación a los estudios, y las pocas perspectivas de trabajo, en su especialidad, debido a la precariedad de los empleos que se pueden lograr en el país. Lo sorprendente sobrevino a pocos kilómetros, un camión había volcado golpeando a una furgoneta la cual se había precipitado hacia el arcén opuesto. Nuestro autobús se detuvo, bajando inmediatamente el conductor para averiguar la aparatosidad del incidente. Dos señoras, con sendos velos cubriéndoles la cabellera reclaman con autoridad y manos en alto, dirigiendo sus miradas al volcado camión. El conductor del camión, junto a dos hombres, observa el neumático delantero derecho de la furgoneta. Desde el autobús podemos percatarnos de una leve discusión, la cual provoca que el chófer suba al camión vociferando en suahili, a lo cual le responde con un grito desde los asientos traseros de nuestro autobús, Judha, quien provoca las risas de nuestros compañeros, los traductores, y del propio chófer del autobús. De repente, Marck se endereza, bajando del autobús con gran agilidad, abriendo la puerta lateral del autobús y cogiendo diversas herramientas, las cuales cubre con un paño sucio. El chófer le observaba indiferente, mientras Mark se desplaza con gran agilidad hacia la furgoneta, arrodillándose, destapando el paño que había depositado en su lado izquierdo, lo cual nos imposibilitaba la visión. Un consumado cirujano de carretera, un decidido líder anónimo, el neumático fue extraído, las entrañas del mecanismo interior reparadas, tras varios minutos la rueda de repuesto ya podía tomar su predispuesto lugar. Los ocupantes de la furgoneta, junto al chófer del remolcado camión, suben precipitadamente; Marck ya de pie les despide con la mirada, no pudimos más que aplaudir las cualidades del decidido joven. Poco más recuerdo de nuestro anónimo amigo, ese discreto muchacho, de dulce mirada, que realizaba muchos crucigramas, los cuales solo abandonaba para leer sobre fútbol en la prensa keniata, siendo su equipo preferido el Real Madrid.
Nos adentrábamos ya en territorio Pokot, tras una rápida parada subieron dos militares con metralletas y posición intimidatoria. Nadie dijo nada, simplemente se quedaron de pie mientras el autobús arrancaba. Calvin les comentó unas breves palabras en suahili, a las cuales respondieron muy escuetamente los fornidos y calvos keniatas. Mark me explicó que por motivos de seguridad nos iban a acompañar durante todo el trayecto, ya que nos estábamos adentrando en lo más profundo del norte de Kenia, frontera con Uganda, Sudán y Etiopía, donde los peligros del extenso desierto podían depararnos infinidad de avatares. En cuestión de minutos el agreste panorama árido nos invadió sin posibilidad de escape, cada kilómetro recorrido nos introducía más y más en un ambiente desolador, donde el polvo, la arena y los escasos matorrales con pinchos compaginaban a lo cerca, con los pequeños montes y montañas peladas que se disipaban en la lejanía. A nuestro paso observábamos pequeños barrancos, ríos secos donde la vida parecía imposible. Aunque no era así, ya que de improvisto pudimos observar unas cuantas cabras y vacas, dirigidas de cerca por mujeres vestidas con atuendos tradicionales, con sugerentes Kikoi a modo de falda, con enormes pendientes en sus perforadas orejas, y con coloridos y anchos collares. Mark me comentó que los diferentes collares representaban el rango social que cada una de ellas poseía. La sorpresa del encuentro me fascinaba, ya que en el más recóndito lugar imaginable, paseaban laboriosamente hermosas mujeres, con vistosos y llamativos vestidos, adornadas con fastuosos collares de cuencas, superpuestos uno tras otro embelleciendo sus jóvenes, oscuros y hermosos rostros,.
Tras largas horas en carretera, sin verlo ni olerlo habíamos abandonado el territorio Pokot, encontrándonos mucho más cerca de nuestro destino, la ciudad de Lodwar. Evidencia no reconocible a primera vista, ya que transitábamos por las tierras de Turkana, cuyo desierto era muy similar al que habíamos precedido. Por la ventanilla oteaba el color rosáceo del cielo en el horizonte, cuando el Sol se le aproxima en su lento virar hacia el oeste. En la cercanía me entretenía viendo unas montañitas verticales de arena compactada, con extrañas formas elevadas, de irreconocible origen, formas lunares, las cuales se sucedían constantemente. Le señalé a Mark los montículos, quien sin dejar pasar un instante se levantó dándole voces al conductor. Paul se levantó tranquilo, y con leves gestos nos instó a bajar del autobús, como quien fuese a desvelar el prístino misterio. Me sentía responsable de tan peculiar aventura, por lo cual bajé inmediatamente del autobús, situándome cerca del altozano más elevado que descubrí, de unos dos metros y medio de altura. Luis corrió a mi lado gritando__ que guay tío, es chulo.
__Si__ comenté extrañado, observando tan curiosas formaciones geológicas, a la vez que sintiendo una singularidad de sensaciones, un estado de alerta, el cual se me presumía similar a todo lo vivido por los astronautas del siglo pasado que por primera vez pisaron la Luna, una tierra con semejanza estéril, aunque con una geomorfología nueva, distinta a lo conocido, donde lo imposible puede trancender__ ¿de qué se trata? parecen volcanes pequeños…
__Hormigas, amigo Juan, bueno, ciertamente hormigueros__ repuso con certeza el doctor Miguel Aguirre__ crean sus casas como túneles de elevadas construcciones que construyen artificialmente.
__¡Que impresionante!__ le respondí, anonadado y ciertamente abstraído, sin perder de vista el montículo__ como la naturaleza se adapta al medio, que caprichosa es la evolución al lograr adaptar a las especies para su supervivencia. Aunque en este caso claro, hablamos de hormigas, de esos diminutos seres que trabajan en grandes colectividades, los cuales parece que marchen al azar, aunque sin rendirse nunca.
__Si, tío, __ respondió Luis__ las hormigas son pequeñas y débiles, a mí me gusta jugar con ellas, encerrarlas… y montar un escenario donde desfilen.
__ Mi niño, cuidado con lo que deseemos…__ con disimulo e ingenio, pretendía mostrar al inocente niño cuestiones que ni los mayores de nuestros días, tomamos en consideración__ no somos más por ser más grandes, ni más listos por ser más blancos. En verdad son más blancos los asiáticos, y nosotros más rosados. Somos más grandes que las hormigas, pero más pequeños que el elefante. Nacemos desprotegidos, débiles ante nuestro entorno, mientras que al envejecer nos construimos la ilusión de que no hay nada mejor bajo el Sol que nuestra pura presencia. Fantasías mentales que exageradas nos permiten ignorar a los otros seres que nos rodean, como si fuésemos únicos en la existencia, mientras para el resto solo fuese permitido el exhibirse en una aislada jaula. Cuanto peligrosa y desbordada es la ignorancia, la madre de las equivocaciones, aquella capaz de enjaular a un semejante, y de aniquilar a quien parezca distinto, simplemente por la propiedad del puntual poder, por la perversión de la descontrolada emoción. Cuando si verdaderamente observásemos, complacidos por el bien del vivir, todo lo que nos rodea, la sorprendente vida grupal de esas curiosas hormigas, las cuales recuerdo antaño, en mis pueriles años, como soldaditos de plomo, como trabajadores incansables, quienes dirigidos por el mandato de una organización superior, mantienen su actitud incansable, su destreza indecible. Tanto es así, que sus brazos son capaces de soportar volúmenes mayores a su cuerpo, pesos desorbitados, esfuerzos extraordinarios. Estas montañitas de tierra prieta son miles de veces mayores a sus cuerpos, de igual modo como si nuestras infames manos, sin máquinas ni herramientas, construyesen elevados rascacielos, mucho mayores de los que existen hoy.
__Entonces Juan__ repuso Luis sorprendido__ ¿las hormigas son mejores que nosotros?, ¿son más fuertes?
__ No, por supuesto que no__ le comenté mientras le tocaba su rizado cabello rubio__ pero ten claro que mucho nos pueden enseñar, ya que las hormigas son como un equipo organizado, sí, ellos siguen un plan, un maravilloso plan preconcebido, en el cual cada una de esas minúsculas criaturas mantiene una fe ciega y natural. Sufrirán inundaciones, sequías, aplastamientos, necesidades extremas, pero siempre marchan hacia adelante, las que sobreviven saben que deben seguir, y que hacer.
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En la mirada de Luís aprecié la desorbitante fuerza de la imaginación. Ante mis palabras, el agradable niño se mostraba expectante, ansioso de conocer más. En este aislado y perdido paraje, renovadas sensaciones lograban hacerme resurgir inesperadas fuerzas. Un desconocido torrente hinchaba mi corazón, mis desapegos recientes me permitían una bocanada de aire fresco, el sentir lo cercano de la inocencia, lo profundo de los elevados sentimientos, así como lo excitante de construirlos, mediante la paciencia de la contemplación, y la complacencia al entender nuestros humanos límites.
El camino debía de ser reanudado, el gris y oscuro humo del tubo de escape del autobús señalaba nuestra marcha. Tras varias horas de anodino recorrer por la polvorienta carretera del desierto, llegamos al cartel que nos situaba en las inmediaciones del municipio de Lodwar. La mayor localidad del noroeste de Kenia me sorprendió por tres motivos, cada uno de ellos distintos, aunque su unión dotaba a sus inmediaciones de tan original ambiente. En principio, salvo por el color de piel de sus habitantes, el pueblo más recordaba al Fart-West, que a la zona oriental de África; con sus calles de una planta y sus grandes porches que cubrían nuestras cabezas al pasear por sus aceras. En segundo lugar el gran número de bares, con sus aparcaderos repletos de vehículos cuatro por cuatro de impresionante estampa, los cuales al arrancar crujían debido a la potencia de sus motores y a su galopante cilindrada. Mi antigua experiencia profesional al tratar con los gitanos que residían en las afueras de nuestras ciudades españolas siempre me llevaba a la conclusión que gran cilindrada en una agrupación de vehículos, era sinónimo de la fugaz huida, del tráfico ilegal y de la delincuencia más extrema. Este panorama adquiría mayor notoriedad por la proximidad de las fronteras de Etiopía y Uganda, lo cual daba muda elocuencia del general tráfico de armas, drogas y demás... Y en tercer lugar Lodwar, aunque se hubiese transformado en pueblo de paso de contrabandistas, también albergaba una de las etnias africanas más representativa, ya que era el territorio natural de los turkana, un exótico pueblo de pastores nómadas, entre cuyas costumbres más arraigadas destaca su dedicación a la cría de camellos y a tejer cestas. Viven en la nada de estos parajes secos y de altas temperaturas en la parte norte del valle del Gran Rift, diseminados en pequeños clanes en el noroeste de Kenia, con el enigmático lago Turkana a su este, la gran paradoja de su entorno desértico. A ello debemos añadir el descubrimiento de los imponentes restos arqueológicos encontrados en el lago Turkana, los cuales demuestran que estas aguas vivas fueron la cuna de la evolución de la humanidad, como la concebimos en nuestros días.
Mi motivación iba en aumento, tras dos días sin montar la clínica itinerante observaba la impaciencia de mis compañeros de viaje, la cual contrastaba con una sensación relajada que me impregnaba, hecho el cual me avergonzaba escasamente, aunque me obligaba a mantenerme alerta en las formas de expresarme, simulando una discreción en mis gestos que no mostrasen mi peculiar euforia ante las sorpresas que iba descubriendo. Me aborrecía tremendamente el mostrar mi hipocresía, un ser políticamente incorrecto y rebelde ante lo convencional, como siempre me había comportado, debía ceder mis instintos ante el cansancio y debilidad general que me transmitían mis forzosos amigos, aunque tan dignos y honestos cooperantes. Como los tiempos marcaban me había instalado en mi habitación del apartahotel, junto a mis inseparables compañeros. Tras una breve relajación sobre la cama, marchamos al comedor del restaurante del hotel, concretamente cenamos en una sala que habilitaron para nuestra expedición, en la cual no podían faltar los rellenados botes rojos de tomate y chili picante, que endulzaban los siempre cuantiosos acompañamientos de patatas fritas, que restaban importancia a los escuálidos principales de pescado o carne a su lado situados. La cena fue amena, con breves conversaciones sobre las cotidianas vidas de las personas a mi alrededor: Maria Vicenta, Casimiro, Adriana; quienes tanto añoraban las pequeñeces de las relaciones sociales en nuestro lejano país, los colores, sabores, relaciones, los cuales en el aislamiento de esta zona desértica adquirían tanta importancia vital. Tras la cena fueron abandonando la mesa los cansados cooperantes, muchos de ellos con tal apresuramiento que resultaba imposible percibir cuando se ausentaban. Al final cuatro éramos los que resistíamos sentados: Víctor, Paul, Judha y un presente; cada uno de nosotros en un extremo distinto. Me levanté invitándolos a juntarnos, tras pedir una tetera a uno de los despistados camarero que rápidamente retiraban el servicio.
__ Bueno amigos__ comentaba animado por la oportunidad que se me presentaba__ hemos llegado muy lejos, hasta la tierra donde vio su fin el jardinero fiel, allí donde se dice que la humanidad pudo comenzar con sus primeros balbuceos. Estoy feliz de compartir todo esto con vosotros. Me gustaría en el breve espacio de un buen té, conocer un poco más sobre vuestra intimidad, por mi parte estoy aquí por descubrir, por saber más, por entender en qué sentido se moviliza el ser humano, nuestras necesidades, nuestra propia realización, que es aquello, material o inmaterial, que nos llena a nosotros. Pero me podría alguien responder: ¿en qué se diferencian las necesidades de quienes son más pobres?
__ En nuestros proyectos siempre hay una fase de observación e integración en las zonas donde prestamos ayuda__ Paul se expresaba sobriamente, con su faz enaltecida, como visualizando un espectro a mis espaldas__ Quiero más orfanatos, me gustan mucho los hogares de niños, pero siempre con una clínica, con maternidad. Pequeñas escuelas, si tienes pequeñas clases tienes mejores resultados; también educación para adultos. Y que haya un fondo de respuesta de emergencia, el cual, si lo utilizamos bien, nos reportará unas ventajas. Todo basado en la compasión, por y para ella misma.
__ La teoría es hermosa, así es Paul, los proyectos se fundamentan mediante argumentos que cubren todos los resortes de la sociedad, más bien de nuestra ufanada mente, aunque en la realidad, aquí estamos…__ aún con mis duras palabras de reproche ante las imaginadas infraestructuras inexistentes en los lugares lejanos que visitamos, era difícil contrariar las bellas palabras de quien estaba convencido de cobijar la razón. Por mi parte jugué un poco al despiste con el ya no tan joven Don Quijote de la Mancha. Mi último deseo era el provocar más discordia en los adentros de la expedición__ Víctor, amigo mío, en tu caso ¿qué te mueve para estar aquí?
Víctor sonreía levemente, mientras su mirada se deslizaba con serenidad hacia el fondo opuesto del salón, tras breves segundos nos comentó__ La acción desinteresada, simplemente eso. Fast Help me da esa oportunidad y el compartirla con mi familia. Mi hijo y mi mujer también experimentan lo que yo deseo hacer, piensan como yo, es una bendición. Lo que más me gusta es que esta organización está libre de cualquier pensamiento religioso o político. Aquí no hay curas, ni corruptos que se aprovechen de los cándidos.
__ Que extraño, Víctor,__ le argumentaba cariñosamente__ te desplazas hasta el otro hemisferio con la mochila médica en el brazo, sin embargo repudias todo lo relacionado con la religión y la política, o sea con todo lo creado para servir a la humanidad, incluso en estas tierras donde la acción misionera tanto bien ha desarrollado. Entiendo que exista la acción sin ánimo de lucro, solo por lograr ayudar a quien más lo necesite, aunque acción desinteresada entiendo que puede comportar falta de interés, y sin interés, ¿Qué lograremos realmente?
__ No sé, Juan, mi experiencia con la Iglesia solo me ha deparado desilusiones, se han intentado aprovechar de mi buena fe, y rompí con ellos. Los políticos, otros sinvergüenzas que acabaron con mi pobre padre.__ sus inesperadas palabras con el dedo índice en alto, acompañaban al brillo de sus ojos decaídos y fatigados. Aunque como siempre mi buen amigo, con su baja estatura, la delgadez de su cuerpo, resurgía queriendo provocar la pataleta del inconformismo. No deseaba sentirse acosado, su libertad se vivía desde el inconformismo ante las instituciones, ante lo que desde ciertos focos de poder se podía considerar como lógicos idearios, él se oponía radicalmente__ Yo simplemente me encargo de los pedidos de medicación, control de inventarios y organizar lo que se requiere cada día. Trabajar como médico, aportando la experiencia de tres años a los diversos médicos y especialistas de la expedición. ¿cabe algo más?
__ Me encanta ver como tocamos suelo, como cada uno vemos en la acción, en lo que podemos aportar, el presente, la realidad de nuestras íntimas intenciones. Lo que más me interesa comprender es el testimonio de un presente que es a la vez actor de la vida cotidiana en su tierra, sí Judha tu eres el artista invitado, aunque en realidad eres el artista protagonista, ya que los invitados a esta tragedia somos los otros__ me sentía moderador de una intimidad, en la nocturnidad de nuestro hospedaje, en tan inhóspita situación, mientras observaba como el grave rostro de nuestro jefe de traductores se encontraba cabizbajo__ ¿Cuál es tu versión sobre lo que en tu tierra se vive?
Judha levantó su cara, con una remarcada seriedad, no exenta de un excesivo dramatismo, tras lo cual comenzó a discursar con voz baja__ En mi barriada, en la ciudad, en la mayor parte de Kenia, en el medio rural, hay falta de recursos educativos, también hay falta de higiene, falta de salud, falta de alimentación, o sea, falta de muchos tipos de aprendizaje. Yo por ejemplo hice hasta educación secundaria, pero no pude seguir. La universidad en Kenia es un privilegio para la capa social alta; los que vivimos en Kibera no podemos estudiar en universidad, y de este modo las capas sociales altas, con títulos universitarios, siguen quedándose con los privilegios. Los jóvenes deseamos progresar, deseamos trabajos, que nos paguen como a vosotros, poder ir a cenar a un centro comercial, al cine,…
Los observaba uno a uno, con la pausa que me permitían los pequeños sorbos de té. Paul era un hombre práctico, cuyo sensible corazón le había arrastrado hacia la organización del peculiar peregrinaje de anónimas personas, las cuales se convencían, al menos parcialmente, que su gira por diversos pueblos de una tierra necesitada tenía un sentido humanitario irreprochable. La salud que accidentalmente, por la aspereza de las condiciones de vida, no disfrutan estás humildes personas; será convenientemente reparada por la caravana médica venida del norte. Una ilusión tejida en las ensoñaciones de emocionados occidentales. Mientras los extrañados africanos, señalan a su paso la gratuita medicina que lleva en sus maletas el musungu, ese extraño de otra raza que les observa como bichos raros, el misterioso visitante que impone sus condiciones en el breve tiempo de su estancia. Todo ello se me presentaba con desigual intensidad y confusión, así y todo una incógnita me rondaba en el deseo de ser alcanzada, por lo que comencé preguntándole a Paul__ Muy loable me parecen vuestras intenciones, aunque una cuestión me queda sin respuesta, ¿Cuál es el grial perseguido por ti, Paul, que fin deseas alcanzar?
__ Mi fin no es individual porque me siento ya bastante completo,__ me respondió interpretando acertadamente mis inquietudes__ yo estaba haciendo otras cosas antes, sobre encontrar los utensilios que te hacen feliz. Son dos cosas distintas, inicialmente estuve trabajando con organizaciones con mucho ego, en estas ong’s todo versaba sobre encontrarse mejor con uno mismo. Si este trabajo lo haces porque te sientes bien, te sientes en una paradoja, porque también existirán días en los cuales te sentirás mal; y esto debilita tu resultado final. Hay días que me siento muy feliz y sé lo duro que resultó. Fast Help no es una organización religiosa ya que partimos de que no hay ningún premio a cambio, ni ahora ni después; ahora trabajamos libremente, sin afiliación; y esto nos ha salvado muchas veces. La idea de empezar nuestra labor es sobre la humanidad. En Fast Help todas las religiones deben de respetarse, así tenemos la fuerza de todos. La gente que mira Fast Help quiere no encontrar ninguna razón del porqué de nuestra ong. Existimos porque sí. Creemos en un gran proyecto, que es más grande que la malaria, que el VIH; es descubrir que es eso. Nunca he pensado en pequeño, es mejor pensar en conseguir la luna. Mi objetivo es que Fast Help se haga más grande que yo. Muchas de las grandes organizaciones van a pisar para conseguir sus objetivos; en Fast Help decimos que la mierda rueda por la colina hacia abajo. Mi grial sería la conjunción de nuestra ong y muchas otras organizaciones equivalentes en objetivos; y a la par que mantengamos nuestra individualidad. Por ejemplo, estaba hablando en una universidad de Nueva York, tras lo cual el rector me preguntó: “He disfrutado mucho, pero ¿Cómo puedo ayudar a tu organización si no existe un proyecto tuyo en Nueva York”; a lo cual le contesté: “ayudar a nivel local es igual de importante. No es sobre Fast Help, es sobre ayudar”. Con franqueza debo de reconocer que no me entendió. Lo sintetizaría diciendo: trabajar por un bien común, mantener la individualidad, y ayudar a otras organizaciones a ensalzarse. Incluso si de alguna manera han actuado mal, si son honestas y realmente quieren ayudar, nosotros les ayudaremos. Mi mayor deseo es que el mayor potencial de Fast Help sobreviva a mi vida, que las reglas, regulaciones, el sentimiento y la honestidad se mantenga y se transfiera de aquí a un siglo; con el mismo idealismo.
Otra vez escuchaba hablar de idealismo, de ambiciosas construcciones historicistas, gestadas desde ajenos a los propios implicados, siempre con las mismas dulces palabras, con historietas inventadas, con un ideario inspirado para aposentarse en la mente de un gran grupo humano. Todo ello está siempre unido al perfil de una persona carismática, y en este caso el guión seguía los mismos parámetros, gracias al encantador personaje rubio que no me quitaba ojo, con cara complaciente. A su lado, Victor esperaba ansioso su turno, ante lo cual no me hice de rogar, comentándole__ Víctor, y en tu caso, ¿cuáles son tus sueños, tus más íntimas esperanzas?
__ Ser feliz__ dijo Miguel con convicción__ en realidad repudio el materialismo, la felicidad la encuentro en la acción, en sentirme útil. Fast Help me da esa oportunidad. Por otro lado, deseo creer que África puede cambiar.
África, siempre, África. ¿Hacia dónde camina un continente donde no se acepta a sus ciudadanos su propio caminar? Hay retraso, por supuesto que sí, pero son tantas las causas: la cruel esclavitud que proporcionó mano de obra barata para el servicio doméstico europeo y americano, así como para sus extensas plantaciones agrícolas; la posterior colonización o reparto de tierras, para obtener materias primas necesarias para las industrias europeas, un control económico de sus tierras con la consecuente aniquilación de las culturas africanas; la rápida descolonización, tras la cual las potencias mundiales y sus multinacionales pusieron a incompetentes o pijos africanos, estudiantes de universidades europeas, como autoritarios gobernantes fácilmente sobornables; las graves epidemias y enfermedades que diezmaron dramáticamente grandes masas poblacionales; los conflictos armados con amago de problema étnico o religioso, cuyo principal origen es el control del poder económico; las inesperadas sequías, que provocaban una gran mortalidad en estas zonas tan sensibles y carentes de infraestructuras; las fatales hambrunas; las carencias gestadas en poblaciones donde generaciones enteras fueron aniquiladas por distintas causas, aunque acabaron siendo una propia causa de la falta de pervivencia de las costumbres, la educación, las creencias, la moral, ... Pues bien, estas causas son una buena argumentación para rechazar el prejuicio occidental, el cual pervive incluso en estas tierras, de considerar inútiles a sus verdaderos supervivientes, lo cual es una lamentable y monstruosa hipocresía. Y allí estaba uno de ellos, el avispado Judha, aquel que complacía a las chicas del grupo con sus delicadas conversaciones, el mismo que dirigía con puño duro a sus compañeros traductores, remarcando su ansiado liderazgo, y a la vez miraba con seductora sonrisa a la hermosa Khadija, quien en realidad era la hermana de su mujer embarazada. Ante él descubría a uno de los mejores, a alguien que reconociendo lo áspero de su tierra, en lugar de amedrentarse, daba la cara. No confiaba en él, mi intuición me lo impedía, aunque lo respetaba, como no, él era en realidad un superviviente entre las marismas. Con tono suave e íntimo le pregunté__ Judha, disculpa que seas el último en tomar la palabra, ya que por pertenencia deberías de ser el primero en ser interpelado. Dime, realmente ¿cuál crees que es tu camino? ¿Qué buscas íntimamente?
__ ¿que busco?__ mi forma de expresar la cuestión parecía desbordarle, aunque hinchándose los pulmones, se dispuso a hablar__ que puede buscar quien se levanta todos los días en un colchón echado al suelo, en una pequeña habitación-caseta, en la barriada de Kibera. Una oportunidad, sí, una oportunidad.
Arrugaba las cejas, como si a lo lejano del salón pudiese visualizar esa oportunidad escapada, o quizás más, ya que al modo de un violento depredador me daba la sensación que observaba la ocasión de atraparla, del modo más inverosímil posible. Aunque no podía prejuzgar la libertad de quien, sufriendo las mayores precariedades, pudiese agarrarse con la agresividad e inmoralidad necesaria, a la huidiza oportunidad. Así y todo, una reflexión me faltaba, tras lo cual le comenté__ Te entiendo, más de lo puedas pensar. Pero tú, ¿nos entiendes?, ¿comprendes nuestra búsqueda?
__ Realmente, no.__ Aseveró con voz baja, aunque contundente__ quiero que me entendáis, lo tenéis todo, todo lo que yo pudiera desear, sin embargo vuestros ojos os delatan de cuando en cuando, se muestran débiles, vidriosos, como si algo os faltara.
Se hizo el silencio en la sala, el té se había finalizado, con lo cual nos levantamos todos con sorda despedida y apreciable cansancio, alienándonos a paso lento, hacia nuestro merecido descanso. Un demoledora tregua que perturbaba mi esencia. Judha vive inhibido, con extremas carencias, como tantas pobres personas sin recursos ni alternativas; mientras tanto nosotros acudimos anhelosos, hartos de un exceso que no atinamos a disfrutar, al maravilloso mundo recóndito, buscando una salvación nueva, desesperada, regresando a las minas del rey Salomón por tercera vez, en breves siglos. La primera oleada blanca hacia el sur, o sea, la primera vez que penetramos en las entrañas de África, acudimos a la búsqueda de esclavos que nos beneficiasen, con la crueldad de quienes nos considerábamos propietarios de sus miserables vidas. Luego, en la segunda oleada ya no hacían falta siervos, volvimos buscando recursos que nos facilitasen nuestro estado de bienestar, materias primas para la naciente industrialización, la cual se basaba en la excesiva producción de bienes y servicios, con bajada de costes, destinada a la población general del mundo occidental; todo ello gracias a la partición y robo de las diversas tierras africanas, gracias a lo cual se lograba la expoliación de sus riquezas naturales. Y en esta tercera oleada, con total necedad, necesitamos sentirnos bien, sí, legítimos del buenismo incoherente que tan ciertamente nos embriaga. Necesitamos sentirnos útiles en las vidas de los apenados africanos, sin recordar el daño no resarcido, nos compadecemos de ellos, extrañamos sus desarraigos y carencias, aunque lo más llamativo del asunto versa en el asombro que sentimos hacia sus sonrisas, hacia los transparentes rostros de sus niños, hacia su natural felicidad.
En Europa, desesperados por la alienación de nuestras vidas, impasibles ante las ventajas que nos aporta el estado de bienestar, contrariados por nuestros desbordados excesos, nos mostramos apáticos ante nuestro entorno, a la vez que enclaustrados en nuestra ficticia cáscara de egocentrismo, que nos envuelve con una sutileza etérica. De todo ello deseamos escapar unos pocos sensibles, algunos extrañados luchadores, que sin comprender el sentido de nuestros actos, dentro de un mundo de egoístas, de un mundo fangoso donde pululan los gusanos con total libertad, nos perdemos en las entrañas de las tierras del Sur.