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El Arrebato en el Ocaso:

Autor: Raúl Estañol Amiguet

 

 

“El miedo, una febril palabra para aquellos que lo sienten, una desesperación consciente para los que solo lo aprecian en rostros ajenos.

 

Es noche cerrada, hostil para la mayoría, aunque un refugio entrañable para unos pocos. Mis perros se acercan en el velo de la nocturnidad, regocijándose en mi compañía. Yo los toco, los acaricio, los abrazo en su flácida entrega a la complacencia, al sentirse arropados y entregados en íntima placidez.

 

El miedo, viene acompañado del viento resoplando en la lúgubre oscuridad, barriendo los suelos con un manto y hedor de hojarasca, aniquilado por el paso de los momentos vividos.

 

A mi alrededor noto como las personas actúan en forma desordenada, acompañados por una oculta tristeza, que les confunde y desorienta, ahogándolos en una ansiedad atronadora que perturba sus sentidos.

 

La vida, símbolo de armonía, se fusiona con el tránsito del tiempo, con el paso de los segundos, de los días, de los años. Creando un irremediable estado que nos encamina a la confusión, al errático sendero del enfermar, de la agonía atronadora, del morir lentamente.

 

Las sensaciones nefastas que nos penetran desde el estómago, nos impiden incluso el respirar. Llegan confundidas por infinitas emociones que nos hunden en la duda. Duda ante todo, duda ante el vivir, que estremece nuestros impulsos, nuestros pensamientos más profundos.

 

La puerta se cierra, las ilusiones infantiles desvanecen, ante el incierto acontecer del infinito futuro. El mañana se convierte en huída, en la desesperada fuga del ayer, desde nuestra incomprensión, hacia el hastío de lo absurdo.

 

El pesar del tránsito, el desgaste de las experiencias, la confusión de los desengaños, nos aprisionan tal cual toneladas de losas, caídas sobre nuestros delicados cuerpos.

 

Atónitos, estupefactos temblamos ante las tinieblas de lo siniestro, de lo fugaz y a la vez desesperante. La garganta se reseca, más adentro algo nos corroe, nos consume, penetrando por nuestros intestinos, deslizándose de forma torpe, como raspando sangrientamente nuestras entrañas. Conmociones de estupefacción paralizan todo el cuerpo, tal cual estatua pálida de mármol travertino. La ascensión del corroer es inevitable, invadiendo todos nuestros órganos internos, acortando la distancia al corazón. Nervios y ansiedad se fusionan en un grito de histeria.

 

La tragedia está servida, su origen la más remota ignorancia. La estupidez de aquellos muchos que entendemos lo lejano como extraño; lo ajeno, enemigo de lo propio, y lo diferente como anormal.

 

Ensoñaciones, suspiros, deseos de no despertar”.



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